1.015 años en diez retratos
En Bizkaia residen en torno a medio millar de personas centenarias: diez de ellas han posado para nuestras cámaras y nos han contado sus largas vidas
Textos: Carlos Benito. Fotos: Yvonne Iturgaiz
Lunes, 14 de noviembre 2022, 17:57
Los diez protagonistas de esta serie de retratos suman 1.015 años. Nacieron entre 1916 y 1923. Si curioseamos en los periódicos de aquella época, tendremos a menudo la sensación de estar atisbando otro mundo, y allí es donde ellos crecieron, fueron a la escuela y empezaron a trabajar: a algunos, de hecho, aquel universo remoto se les presenta más nítido que los recuerdos más recientes. Sus biografías enlazan el reinado de Alfonso XIII y la pandemia de covid, con una guerra y una larguísima dictadura por medio. Son, en fin, centenarios, esa categoría que se vuelve más numerosa cada día pero que sigue despertando en nosotros la fascinación de lo extraordinario: según los datos más recientes del Eustat, a principios del año pasado vivían en Bizkaia 449 personas de 100 años o más, de las que 394 eran mujeres. Es decir, siete por cada varón. Vamos a conocerlos.
106 años
Carmen Larrinaga
Cuando conocemos a una persona de 106 años, ni siquiera tenemos estereotipos por los que guiarnos, pero damos por hecho que la comunicación resultará bastante complicada. Error. La animosa Carmen se dispone a contar su vida con un entusiasmo casi juvenil: «Yo no he hecho más que trabajar y trabajar. Veintidós años estuve en la papelera de Aranguren. Soy de Güeñes. Nacimos en el caserío, con los abuelos: allí había 111 ovejas y también vacas, gallinas, conejos y frutales de todas las clases. Luego bajamos a vivir con los padres, al lado de la carretera, y fui al colegio de la Inmaculada: la maestra de Labor se llamaba Sor Carmen; la de Escrituras, Sor Petra, y la superiora, Sor Juana. Todas eran muy simpáticas», asegura, como si no hubiese transcurrido un siglo.
«Soy de Güeñes. Nacimos en el caserío: allí había 111 ovejas y también vacas, gallinas, conejos...»
Carmen se casó, pero prefiere hacer un regate en esa parte de la historia («sí me casé, pero con mala suerte, a mi marido vamos a dejarlo»), y tiene un hijo «muy guapo y muy bueno». La familia se trasladó a vivir a la capital, a la calle Ibáñez de Bilbao: «Me gustaba la limpieza de la casa, salir de paseo y también ir a misa: cuando podía, iba todos los días». Ahora, en la residencia Txurdinagabarri de Aita Menni, se entretiene echando partidas a la brisca. ¿Se juegan dinero? «Noooo, porque no hay moneda. Y no reñimos nunca». Dice Carmen que «los años pesan demasiado» y se hace la escéptica cuando le replican lo evidente, que está estupenda. «Sí, ya...». Pero después se ve en la foto y sonríe.
101 años
Josefina Pla
Josefina tenía 14 años cuando llegó el día que marcó su vida: el inicio de la Guerra Civil. «Yo nací en Rossell, en Castellón, pero la guerra nos echó y nos fuimos primero a Cataluña y después a Francia, de refugiados: estuvimos viviendo en el sur y también en la región de París. He trabajado en el campo, cosechando lo que tocase, y de modista. Mi padre era republicano», explica. ¿Y usted? «Yo soy de izquierda, de izquierda. He sido comunista, porque me gustaba defender a los obreros. La política de ahora ya no la sigo mucho. Me parece que lo están haciendo regular, pero hemos mejorado en muchas cosas, porque los años de Franco fueron muy duros. Nos perseguían. La mayor alegría que me he llevado fue cuando se murió».
«Los años de Franco fueron muy duros. La mayor alegría que me he llevado fue cuando se murió»
Se casó con José y tuvieron un hijo, Jorge (que «todavía es joven», dice), y se vinieron a vivir a Bilbao porque, para ellos, el País Vasco era un referente en la lucha antifranquista. «Sobre todo, a mí me ha gustado leer: el periódico, las revistas, novelas... Siempre ando con un libro, me hace bien». De hecho, va por la Fundación Miranda de Barakaldo con dos volúmenes en la silla de ruedas, uno de Paulo Coelho y el otro de Jorge Franco. «El secreto para vivir tantos años no lo conozco. Deporte no he hecho, porque no tenía tiempo, pero he sido feliz a mi manera. Yo creo que la clave para ser feliz es tomarse las cosas con calma, pero sin dejarlas de lado, eso nunca».
100 años
María Soledad Martínez
María Soledad no nació en Bilbao, sino en Deusto, porque en enero de 1923 todavía no se había producido la anexión que convirtió al municipio vecino en barrio de la villa. Vino al mundo en la llamada Casa de los Aceros, estudió en las Escuelas de Deusto, pasó buena parte de su vida en la avenida Ramón y Cajal («que entonces era la más importante») y hoy sigue residiendo en el barrio con su hija María del Mar. Trabajó de administrativa en la compañía alemana Roesling (cuentan que los empleados de la firma fueron los primeros en comer yogur en Bilbao) y también en López-Tapia, los del jabón Chimbo, y tuvo que esperar más de lo que habría querido para casarse: el novio, Amado, tenía que hacerse cargo de su madre viuda y sus doce hermanos.
«Me gustaba mucho pintar al óleo. Tuve un premio y guardo algunos cuadros. Y también soy muy aficionada a la poesía»
Al contraer matrimonio, María Soledad dejó de trabajar y Amado, que era maestro, se multiplicaba en la escuela, la academia y las clases particulares para sacar adelante a los cinco hijos que fueron llegando. ¿Qué aficiones ha tenido usted, María Soledad? «Me gustaba mucho pintar al óleo. Tuve un premio y guardo algunos cuadros. Y también soy muy aficionada a la poesía: me sabía entero 'Oriental', de Zorrilla». ¿Y vicios tiene alguno? «Nooo... Me gustaba una copita de patxaran de vez en cuando. Y fumé alguna vez, pero fui bajando. Tengo 100 años bien cumplidos y soy consciente de mi edad. Sé que estoy bien, pero aguantando».
105 años
Justa Conejera
Justa llega andando a la entrevista, que es un detalle que hay que reseñar cuando se trata de una persona de 105 años, pero no se ha levantado con el día parlanchín. El personal de la residencia Loiu Gurena asegura que a veces tiene una lengua muy peligrosa, pero hoy apenas pronuncia algún comentario sobre su entorno («mira, esa es de Zamora»), así que su historia la cuentan su único hijo y su nuera, José y Ricarda. Y arranca en un pueblo llamado Agallas, en el sur de la provincia de Salamanca. «Con 9 años –dice José–, mi madre ya estaba sirviendo en casa de un médico de Ciudad Rodrigo. También bajaba desde Agallas con un burro para vender los productos de la matanza y comprar aceite. Se casó con mi padre, Olegario, que había hecho cuatro perras vendimiando en Francia y había puesto una tiendita en Ciudad Rodrigo: allí iba la gente a echar un chato con un trozo de bacalao».
«Ha vivido sola hasta los 100. ¡Con 100 años bailó una jota, que siempre se le dio muy bien!»
En 1959 la pareja emigró a Bilbao, a una portería de la calle Doctor Achúcarro: el marido atendía a la comunidad y ella se colocó en Galerías Preciados, donde trabajó más de veinte años. «Hacía un poco de todo: reponer ropa, limpiar... Se prejubiló con 61, mi padre falleció y ella se marchó a Sestao. Ha vivido sola hasta los 100. ¡Con 100 años bailó una jota, que siempre se le dio muy bien! Nunca ha pasado por un quirófano. Se ha cuidado y además es cosa de familia: la madre vivió 98 años, una hermana murió con 101 y tiene dos con 94 y 97. Siempre ha sido muy buena persona, aunque con genio», repasa el hijo. Y la nuera añade: «Es de Agallas y las agallas las tiene ella».
100 años
César Donaciano Abón
Los padres querían ponerle César, pero el cura de su pueblo (Laguna de Duero, en Valladolid) se empeñó en que aquel no era un nombre cristiano, así que le cayó uno de los santos del día: 14 de octubre, San Donaciano de Reims. Tenía 13 años cuando empezó la guerra y es difícil que la olvide, porque le mataron a un hermano mayor en el frente de los Pirineos. «Cuando acabó, mi padre me preguntó si quería estudiar y dije que sí. Miramos un periódico y elegimos más o menos al azar: hice Peritos Industriales. Iba del pueblo a Valladolid en bicicleta. Las clases eran nocturnas y, al volver, pasaba un frío horroroso», se ríe. De la capital de provincia no solo se llevó el título: allí conoció a Luisa, una chica de Fuensaldaña con la que se casó y tuvo dos hijos.
Tenía 13 años cuando empezó la guerra y es difícil que la olvide, porque le mataron a un hermano mayor en el frente de los Pirineos
César trabajó primero en Barcelona (en la Siemens, en la Compañía de Tranvías, de profesor en los Institutos Laborales) y después en Madrid (de maestro de laboratorio en la Escuela de Ingenieros Aeronáuticos) y ha sido al quedarse viudo cuando ha venido a casa de la hija, en Getxo. «Llevaré aquí unos diez años y me gusta mucho. El clima es estupendo, porque no hace calor en verano ni frío en invierno. Yo salgo bastante: voy todos los días a la biblioteca, siempre me ha gustado leer libros de ciencia y de historia». Sale tanto que, al concertar la cita, la familia avisa de que César se tira todo el día por la calle. Durante el confinamiento, se escapó alguna vez, porque se le caía la casa encima. «Yo me iba. No se podía, pero me iba». ¿Esperaba llegar a los 100? «No, no... He tenido muchos hermanos y hermanas, porque mi padre se casó dos veces, y todos han muerto más jóvenes. Yo también pude morirme en el servicio militar, porque enfermé de tuberculosis y en aquellos tiempos morían todos, pero... me curé».
100 años
Purificación Zabala
Dice Purificación que, con toda esta atención que le estamos prestando desde que es centenaria, es casi como si la hubiésemos puesto de nuevo a trabajar: «Desde que he hecho 100, no hay más que una cosa y otra, ¡me vais a volver loca! Ahora estoy descansando y me vais a agotar», se hace la cascarrabias. Pero después posa encantada, con gracia de modelo y cierto aire de 'jet' neoyorquina: al fin y al cabo, siempre le ha apasionado la moda y, con sus tres máquinas de punto, ha confeccionado jerséis para medio Galdakao. Nació en el pueblo, estudió en euskera en el batzoki y aquí ha vivido siempre (ahora, en realidad, en Usansolo, con su hija Klariñe). «Los domingos íbamos a bailar y, no creas, me venían muchos muy majos. Pero mi marido me siguió mucho. ¡Y era guapo!».
Recuerda haber visto en el cielo el resplandor del bombardeo de Gernika y habla con cariño intacto de su maestra Lola
Él se llamaba José y perdió la vista con 42 años: «Al quedarse ciego mi marido, he pasado mis cosas. No sé si me he divertido mucho, pero feliz siempre he sido, riñendo con mis dos hijas y haciéndolas trabajar», dice, dirigiéndoles una mirada irónica. Purificación se declara «nacionalista» y comenta que últimamente se acuerda mucho del pasado: cuenta la historia de aquella explosión en Zuazo en la que su padre salvó la vida por los pelos («me lo encontré llorando, casi desnudo»), recuerda también haber visto en el cielo el resplandor del bombardeo de Gernika y habla con cariño intacto de su maestra Lola. «Yo era atenta y estudiosa –dice–, pero no quiero 'harrokerias', no voy a echarme orgullos».
102 años
Eusebio Vico
A Eusebio, hay gente que no le cree cuando dice su edad. Y es normal: a los 102 años, este jiennense de Alcaudete vive con un hijo en Galdakao, pero es él quien se encarga de las tareas de la casa (barre, cocina, incluso cose a máquina) y sale todos los días a hacer la compra y darse buenos paseos. A finales del año pasado, una hija se lo llevó de 'tournée' a visitar parientes en Badajoz, Zaragoza, Salamanca, Ávila... «Mi vida ha sido trabajar, yo solo he tenido mis brazos y esta salud que tengo. Con 8 años ya estaba guardando los pavos de mi madre, aunque a veces me dormía y se comían las hortalizas», se ríe. En su pueblo conoció a Consuelo, una chica que le hizo tilín: «Hoy un guiñillo, mañana otro, y la cosa se acabó concertando y nos casamos», resume, con la mente rápida como un relámpago.
A los 42 años, como ya le dolían las costillas de trabajar la tierra, decidió emigrar a Galdakao
En la Guerra Civil, casi adolescente aún, combatió «en los rojos», aunque le habían matado a un hermano administrador de fincas: «En las trincheras estuve un mes o dos. De tiros poco puedo contar, porque en muchos fregados no estuve, pero pasé más hambre que un lagarto atado a una pita. Al acabar la guerra nos tuvieron una semana en la plaza de toros de Granada, sin agua ni pan, y después nos llevaron a una azucarera de Pinos Puente. ¡Cómo saltaban los piojos!», evoca. A los 42 años, como ya le dolían las costillas de trabajar la tierra, decidió emigrar a Galdakao («primero estuve en las obras y luego de guarda en una fábrica: bueno, de jefe, de dueño, de todo, porque estaba solo»), se quedó viudo con 52 y se jubiló «el 5 de febrero del 85». Los nietos delegan en él para calcular cuántos descendientes tiene, porque se fían más de su cabeza que de la propia: «Tuvimos cuatro hijos, de los que viven tres, y son 15 nietos, 18 bisnietos y 6 tataranietos», enumera. ¿Qué piensa cuando, por la calle, le echan 80 años? «Pues que a veces yo tampoco me creo lo de los 102. ¿Será posible que yo tenga este tiempo?».
100 años
Pilar Martínez
Entra Pilar en la sala, caminando ligera, y uno tiene que confirmar que de verdad ha cumplido los 100. Nació en Lekeitio, hija de guardia civil, y vivió también en Dima: «Bajaban a estudiar las aldeanas, que no sabían castellano, pero nos entendíamos para jugar». Más tarde se mudaron a Bilbao y tenía solo 19 años cuando se casó con Manuel: «Él era de León, y en Bidebarrieta hay un Hogar Leonés del que era presidente mi abuelo. Yo iba todavía con calcetines, ¡aún no me ponía medias!, y lo conocí allí y me enamoré. Nos gustaba mucho bailar: pasodoble, vals, tango... Los sábados siempre íbamos a bailar al Pumanieska, o salíamos al cine». Pilar tuvo seis hijos (la familia incluye doce nietos y otros tantos bisnietos), le quedan tres hermanas vivas (de 92, 90 y 85 años) y actualmente vive en Deusto con su hija Marisol. ¿Cómo pasa el rato? «Me gusta hablar, salir de paseo, hacer letras cruzadas...
«Todos los días leo el periódico y ahora estoy con el libro nuevo de Dolores Redondo»
También hacía mucho punto y ganchillo, pero me dijo el médico que tenía que dejarlo por las cervicales. Y me gusta mucho leer: todos los días leo el periódico y ahora estoy con el libro nuevo de Dolores Redondo. Sale Bilbao, pero tarda mucho en aparecer», objeta. Su examen detenido de EL CORREO le permite estar al tanto de cuál es la pulpería de moda o el mejor bar de pintxos, pero también le ha llevado a una conclusión tajante: ha analizado las esquelas y dice que, en vista de las edades, ella no espera vivir más de 103 años. En verano, se pone vestidos de colores para ir a la playa, pero para la foto prefiere la seriedad: «¡Sonrisas ya hay muchas!».
101 años
María Beti
Ella no lo dice, pero explican en la residencia Txurdinagabarri que María trabajó de institutriz, y desde luego conserva ese porte severo y ese discurso reflexivo propios del oficio. A veces, su interlocutor teme que vaya a darle un buen tirón de orejas. «Cuando era niña, jugábamos a las cosas más incomprensibles. El mundo era entero para nosotros. A mí me gustaba coser: me enseñó mi madre, que era muy buena costurera», empieza su relato. La madre murió joven, el padre tampoco vivió mucho y a María le tocó trabajar de cajera en una mercería, cuidando niños y cosiendo. «Todo lo que podía, porque para comer tenía que trabajar. También hay que ayudar a los demás, porque eso te da un triunfo, supone mucho en este mundo».
«Cuando era niña, jugábamos a las cosas más incomprensibles. El mundo era entero para nosotros»
Se casó con «un hombre genial, un hermoso hombre» y tiene una hija. La edad le ha hecho perder la vista, pero a ella le preocupa más que le flojee la memoria: «Tengo 101 años y no me gusta. Son muchos, ¡me conformaría con tener 85! Hay gente que mantiene la memoria, ese universo suyo, pero a mí se me han olvidado muchas cosas que sería bonito contar», lamenta. Otras, en cambio, las tiene muy presentes: «Tuve un periquito al que quería mucho, que tenía la cabeza más grande que el cuerpo. Siempre he sido de pájaros. Mi padre criaba canarios con todo amor y cantaban que daba gusto», dice, como escuchándolos a través del tiempo.
100 años
Georgina Lorbada
Ese nombre tan llamativo, que hoy luce también una de sus nietas, se lo debe a una madrina extranjera, pero Georgina procede de La Bóveda de Toro, un pueblo de Zamora. Y de su infancia en el pueblo conserva algunos recuerdos nítidos, sin que las famosas nieblas del pasado ensombrezcan en lo más mínimo su brillo. Por ejemplo, aquellas excursiones para pescar cangrejos con su padre: «Él se subía las perneras del pantalón y se metía en el agua y yo le acercaba una bolsita para que fuese echando los cangrejos», describe la escena. ¿Quería mucho a su padre? «¡Y lo sigo queriendo!». El marido, Miguel, era del mismo pueblo: «Era muy bueno y muy trabajador y vivíamos muy bien en nuestra casita. De Bóveda vinimos a Bilbao». El matrimonio regentó durante muchos años un quiosco de prensa en Begoña, y dicen quienes lo recuerdan que Georgina era una comerciante portentosa, capaz de venderle una revista a alguien que solo le había preguntado por una dirección.
Regentó durante muchos años un quiosco de prensa en Begoña
«Para mí, EL CORREO era muy bueno, porque vendía muchos -sonríe-. Mi marido y yo estábamos todo el día en el quiosco: lo pasábamos muy bien y vendíamos todo lo que teníamos que vender». Vivió sola en su casa hasta los 98 y ahora está en Loiu Gurena: «Soy una persona alegre. Me pongo triste cuando me parece que tengo alguna tristeza, pero sí soy alegre. Estoy encantada con mis nietos: lo primero que pregunto es si están bien. Sabiendo eso, me quedo tranquila y conforme. Y, cuando Dios quiera, aquí estoy».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión