De la gastronomía a la gastrectomía hay un salto de solo dos letras, aunque del placer de la comida a que te extirpen el estómago haya un universo. Uno ha pensado muchas veces cómo sería el mundo si fuera ciego, incluso ha tratado de experimentar
la sensación cerrando los ojos por un rato. Vida dura y encomiable la de los invidentes. También en cómo sería la vida en silencio, sordo o sin una pierna. Pero rara vez alguien se ha imaginado poder vivir sin estómago de tal modo que los alimentos lleguen siempre ultracocidos, blanditos, triturados.
La vida del hambre no debe de ser fácil. Muchos tuvimos algún abuelo que lo contaba desde el recuerdo de aquellos años cuarenta en los que todo olía más a revancha que a carne asada. La vida en una sociedad de neveras rebosantes, pastelerías magnéticas y lineales infinitos sin poder degustar un chuletón con patatas fritas debe
de ser también terrible.
Así que yo he hecho el propósito de cuidar más de mi estómago, de decirle palabras bonitas y no echarle cosas malas. Hay órganos con muy buena prensa, como el cerebro y el corazón, que se llevan todos los halagos y las metáforas bellas, y otros a los que no atendemos, como si fueran el patio trasero de nuestros cuerpos. Qué decir si su casa llamada abdomen se empeña en destacar un poco y rompe el canon de lo plano. Entonces lo crucificamos y luchamos denodadamente contra su tendencia a lo convexo.
Curiosamente, los dos tejidos más complejos de nuestro cuerpo, los más demandantes de energía por sus exigentes labores, los más humanamente diferenciales, son los del cerebro y los del sistema digestivo. ¿Qué les parece?
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