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Cómo reconocer los síntomas Sobrevivir al ictus: salvar la vida puede depender de usted (y de quienes tenga cerca)

Una bomba silenciosa puede estar generándose en su cerebro. En España, ya es la primera causa de muerte en mujeres y la segunda en hombres. La incidencia se ha duplicado en los últimos 30 años y en 2050 casi diez millones de personas morirán de un ictus. La información es fundamental para evitar su desarrollo y reaccionar a tiempo. Aquí, los segundos cuentan. No se imagina cuánto.

Miércoles, 11 de Octubre 2023, 16:19h

Tiempo de lectura: 8 min

Hace 5 años, Julian -de 36- vivía con Alba, su mujer, y su hija Lucía -de solo 2- en una urbanización de Madrid. Abogado, apasionado del mus y asiduo de las pistas de tenis, un ictus le cambió la vida.

Hoy Julián aún arrastra su pierna izquierda, apenas puede usar su brazo izquierdo y le cuesta hablar. A sus 41 años sigue sin poder trabajar. «Por suerte, mis padres tienen un restaurante, que hoy lleva mi mujer. Vivimos de eso, pero yo no puedo ayudarla allí –cuenta–. Cualquier cosa que hago, como ir al súper, me cuesta una barbaridad. Lo peor es pensar que mi discapacidad podría haberse evitado si me hubieran tratado a tiempo».

«Como era tan joven y el ictus comenzó como un dolor de cabeza repentino e intenso, el médico de urgencias pensó que se trataba de una cefalea tensional y me mandó a casa con unas pastillas. Cuando al final me ingresaron, ya con pérdida de visión y parálisis en medio cuerpo, habían pasado más de 24 horas. Era un ictus isquémico, y hoy sé que para que los trombolíticos [los fármacos que disuelven los trombos causantes de ese tipo de ictus] sean eficaces hay que aplicarlos antes de las cuatro horas y media desde el comienzo de los síntomas».

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¿Qué es un ictus?El tejido cerebral necesita un constante aporte de oxígeno y nutrientes. Lo consigue a través de una tupida red de vasos sanguíneos. El ictus ocurre cuando uno de esos vasos se rompe o se ve obstruido y la sangre no llega a una zona del cerebro. Si esa situación se prolonga más de tres o cuatro minutos, el tejido cerebral se infarta (muere).

Primera causa de muerte en mujeres y segunda en hombres en España, el ictus es también la enfermedad que más casos de discapacidad y dependencia genera en nuestro país, por delante del alzhéimer. Hasta un 30 por ciento de los pacientes con ictus acaban con algún tipo de discapacidad: parálisis, problemas de equilibrio, trastornos del habla, déficits cognitivos… Solo el 40 por ciento de quienes lo superan pueden valerse por sí mismos.

No solo aumenta el número de casos. El 15 por ciento de los ictus se dan en menores de 50 años. Algo inédito hasta ahora. Muchas veces, por la juventud, sus síntomas son infravalorados

Cuando se sufre un ictus, la rapidez con la que se aplica el tratamiento es vital para salvar la vida. Por eso, es fundamental aprender a identificar algunas situaciones que pueden suponer un indicio de que algo no anda bien. A pesar de que ya existen varias metodologías utilizadas para la detección del ictus a tiempo, el método F.A.S.T se ha determinado como la mejor herramienta de evaluación prehospitalaria para su identificación. Cada letra define un paso: La F (Face–Cara) consiste en hacer sonreír al afectado para ver si desvía la boca hacia un lado determinado. Eso indicará si está perdiendo tono muscular. La A (Arms–Brazos) indica que debemos pedirle también que levante cada extremidad de forma independiente o conjunta para ver si coordina correctamente. La S (Speech–Lenguaje) alude al habla: hay que incitar a la persona a que hable para averiguar si existen problemas de entendimiento o de expresión. Se considerará señal de alarma si el discurso resulta inteligible o no es lógico. Por último, la T (Time–Tiempo) señala que, si detectamos cualquier anomalía en las anteriores pruebas, debemos llamarse a emergencias y notificar la gravedad del caso.

El ictus consume, por sí solo, entre el tres y el cuatro por ciento del gasto sanitario total en España», explica Eduardo Martínez Vila, director del departamento de neurología de la Clínica Universidad de Navarra y coordinador científico de la Estrategia en Ictus del Sistema Nacional de Salud. «Solo el coste sanitario del primer año tras el ictus puede llegar a los treinta mil euros. Y el precio emocional de la discapacidad asociada a él es enorme, tanto para el paciente como para la familia. Más aun cuando se da en jóvenes, que ven truncado su proyecto de vida», cuenta.

«El ictus siempre se ha relacionado con la edad avanzada, y con razón: la mayoría de los casos se dan en gente de más de 65 años», aclara Jaime Masjuan, coordinador de la unidad de ictus del Hospital Universitario Ramón y Cajal de Madrid. «Sin embargo, casos como el de Julián son cada vez más frecuentes. Hace una década solo diez o doce de los 600 casos que atendíamos al año eran de menores de 50 años; hoy, uno de cada diez casos es de una persona de esa edad».

Los cambios en el estilo de vida –cada vez más sedentario– y en la dieta –cada vez más rica en alimentos procesados y repletos de calorías 'vacías'– han disparado los casos de obesidad, hipertensión, diabetes, colesterol alto y apnea del sueño en edades tempranas. «Todos esos problemas son factores de riesgo vascular y, por tanto, de ictus –precisa Martínez Vila–. Si a eso unimos otros factores como el tabaquismo (muy peligroso si se asocia a anticonceptivos orales) y el abuso del alcohol o las drogas (cocaína, marihuana, anfetaminas…), es más fácil comprender el aumento de los casos de ictus en jóvenes».

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Tipos de ictus. El ictus hemorrágico reviste mayor gravedad y va asociado a una superviviencia menor.

La tendencia es general en Occidente. Según estudios europeos y estadounidenses publicados en Neurology, el 15 por ciento de los casos de ictus se dan en pacientes menores de 50 años. «Algo inédito hasta ahora –insiste Masjuan–. El problema es que, justamente por su edad, los síntomas de ictus en gente joven pueden ser infravalorados o malinterpretados, y el afectado no ser diagnosticado ni tratado con la urgencia debida».

Los casos de famosos conocidos con ictus a edades precoces –Silvia Abascal, María Escario, Jaime de Marichalar o Sharon Stone– están despertando, y mucho, el interés por la enfermedad, sus síntomas y los factores de riesgo.

Los síntomas pueden persistir o desaparecer en minutos u horas [en lo que se conoce como ataque isquémico transitorio o AIT], pero no pierden valor cuando desaparecen, sino que refuerzan la necesidad de atención urgente. Los neurólogos decimos siempre que, ante el ictus, el tiempo es vida. Hay que actuar a la menor sospecha», sostiene Masjuan.

Los síntomas pueden persistir o desaparecer en minutos u horas. Sin embargo, no pierden valor cuando desaparecen, sino que refuerzan la necesidad de atención urgente

Una llamada al 112 con sospecha de ictus tiene prioridad alta y activa lo que se conoce como Código Ictus, un sistema nacional por el que médicos de fuera del hospital contactan con el neurólogo de guardia de una unidad de ictus para el traslado urgente del paciente. «Lo mejor que te puede pasar si tienes un ictus es que te atiendan en una unidad de ictus con el Código Ictus –asegura Masjuan–. En cuanto el paciente entra en el hospital, se le realizan las pruebas diagnósticas. Si es un ictus isquémico (el 85 por ciento de los casos) y el tratamiento trombolítico se aplica en las cinco horas siguientes, el pronóstico es muy bueno. Y cuanto más joven es el paciente, más se beneficia de ese tratamiento temprano. Pasado ese tiempo, la trombolisis ya no es efectiva y hay que extraer el trombo por un catéter, que introducimos desde la arteria femoral a la del cerebro que esté obstruida. Si no se hace nada, el 30 por ciento de los pacientes mueren y el 40 quedan discapacitados. Con tratamiento, la mortalidad baja al 15 por ciento y la discapacidad, al 20.

Los ictus hemorrágicos [15 por ciento del total] tienen peor pronóstico. El tratamiento se centra en controlar la tensión arterial y evitar la fiebre y el sangrado, aunque a veces hay que recurrir a la cirugía. Pero, si hay algo claro, es que el paciente siempre se beneficia de ser tratado en una unidad de ictus. En España hay 46 y harían falta 80. Lamentablemente, muchas zonas carecen de ellas».

Tomás, ingeniero de 37 años, tuvo mucha suerte al volver desde Oslo. Al bajar de su vuelo en Barajas, Mateo –su compañero de viaje– le oyó pronunciar unas palabras incomprensibles y se volvió a mirarlo. Tenía la boca torcida y no entendía nada de lo que se le decía. Minutos después, la unidad de ictus del Ramón y Cajal recibía una llamada y se preparaba para recibir al paciente.

Una hora después, Tomás recibía el tratamiento trombolítico. A la hora y media, ya hablaba normalmente. Y tres meses después, sin secuelas, volvía a su trabajo. «Soy un afortunado –dice–. Dos días antes del ictus trabajaba en una aldea remota de Noruega. Si me da entonces, no sé si hoy podría contarlo. Al menos en esto, en España tenemos aún un sistema que funciona. Esperemos que no haya recortes en esto. Ahorrar hoy en ello supondría un enorme coste para mañana».

En su libro 'Todo un viaje' (Planeta), la actriz cuenta segundo a segundo el ictus que sufrió en 2011. Así empezó todo: frente al maquillador, mientras terminaba de repasarme los labios, sentí un latigazo tremendo desde los oídos hasta el centro de la cabeza. Profundo. Violento. No fui capaz de expresar nada. Permanecí en el más absoluto de los mutismos, absorta en el profundo pinchazo que me estaba perforando los tímpanos. Sentí como si me inyectaran amoniaco por los oídos. Cosa absurda: como si yo supiera lo que se siente cuando a uno le inyectan amoniaco por los oídos […]. Atravesé cual sonámbula la sala de maquillaje y, al cruzar la puerta de salida, vi a mi representante, gran amiga y ser humano. «No me encuentro bien, me siento muy extraña, necesito sentarme…». Me enganché a sus brazos para llegar al suelo. Tumbarme, abandonarme en posición fetal. Y allí me planté, en plena salida de la sala de maquillaje, con tantos compañeros que entraban, salían, me miraban estupefactos [...]. Aunque en realidad no estaba siendo así, yo sentía que comenzaban a sangrarme los oídos. Experimentaba un agudo y persistente dolor en ellos. Mi movimiento reflejo era intentar tapármelos con las manos y fue en ese instante cuando me di cuenta de que no controlaba el movimiento de los brazos. No los dirigía hacia los oídos. Los acercaba a un lado y a otro de mi cabeza, pero no conseguía dar con ellos. Notaba un ardiente hormigueo en las palmas de las manos. La perspectiva de los límites de mis brazos, manos y dedos se estaba transformando. No me respondían. Ninguna de estas desconocidas sensaciones físicas las compartí con los que me rodeaban [...]. Lo único que intentaba a toda costa era mantenerme lo más serena y concentrada posible. Reservar y proteger la energía que me quedara. Respirar.