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El Banco Vasco, en el Arenal, el día en que suspendió pagose, 2 de septiembre de 1925.
La historia del banco fundado por un expresidente del Athletic que quebró en 8 años

La historia del banco fundado por un expresidente del Athletic que quebró en 8 años

Tiempo de historias ·

El Banco Vasco vivió una historia fulgurante en la que pasó del esplendor al desastre. Fundado en 1917 durante el periodo especulativo provocado por la Primera Guerra Mundial, suspendió pagos en 1925

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Martes, 14 de enero 2020, 01:17

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Pese a su corta vida, el Banco Vasco tuvo un papel relevante en la historia financiera del País Vasco. Nació en un momento de euforias inversoras y terminó en una suspensión de pagos de carácter fraudulento. Lo formó un pequeño grupo compuesto por personalidades con notoriedad en Bilbao y buscó un rápido crecimiento mediante una política que quería lograr espléndidos resultados a corto plazo.

Se fundó en 1917, durante el periodo especulativo provocado por la Primera Guerra Mundial, una época con espectaculares beneficios bursátiles. Suspendió pagos en 1925, dentro de los fatales episodios financieros cuya principal expresión fue la quiebra del Crédito de la Unión Minera, uno de los grandes bancos de Bilbao. Pese a su corta historia y dimensiones modestas, el Banco Vasco mantuvo una personalidad y concepción del negocio crediticio propias. Buscaba apoyar las inversiones empresariales de sus fundadores.

Su grupo promotor no tenía relación con la banca bilbaína histórica, pero eran personalidades muy conocidas en la vida de la villa. Cuatro fueron pelotaris destacados, dos de ellos dirigentes deportivos, del Club Deportivo y del Athletic. El Banco Vasco lo fundaron Julio de Irezábal Goti y Ángel Maíz Nordhausen, «banquero y comerciante respectivamente, vecinos de Bilbao y Guecho». Gozaban de cierta popularidad. Pocos años antes aparecían habitualmente en las crónicas deportivas, formando pareja como pelotaris. Un ejemplo, de mayo de 1915: «El primer partido se jugó a mano, a 22 tantos, entre Amiano y Guezala, de Jolastekieta [de San Sebastián], contra Maíz e Irezábal, del Deportivo». Formaban pareja en los frontones. Tenían sendos hermanos que también se dedicaban al frontón y que participaron en el negocio financiero.

Los hermanos Maíz y los hermanos Irezábal fueron pelotaris, pero no profesionales, que por lo común procedían de medios rurales. En las dos primeras décadas del XX, a medida que se propagaba el deporte, se introdujo entre los jóvenes de clase alta o media alta de Bilbao la práctica de la pelota vasca. En ella destacaron los futuros dirigentes del Banco Vasco, que entablarían allí su relación de amistad, además de codearse con los sectores burgueses para los que el deporte era también un acto social. Destacaban las competiciones del Club Deportivo y de los Campos de Sport, la sociedad selecta que formaron los Allende en Indautxu, cuando esta zona, más allá de la planificación del Ensanche, albergaba chalets y lugares de esparcimiento para los grupos acomodados.

Participaron en marzo de 1914 en la fundación de la federación de pelota vasca, en representación del Club Deportivo de Bilbao. Ángel Maíz fue elegido en 1911 presidente del Club Deportivo y encabezó muchos años su comisión de pelota. Ricardo Irezábal fue presidente del Athletic en dos ocasiones, 1921-23 y 1923-26: lo era en 1925, cuando fue detenido por la crisis del Banco Vasco. Fue un presidente importante. Se le atribuye, además de defensa del amateurismo frente al fútbol profesional, la idea de que el Athletic solo admitiese jugadores locales, las decisión de colocar en el campo un busto de Pichichi y el fichaje del entrenador inglés Pentland. Tras la guerra marchó al exilio mexicano. Un hijo suyo fue, décadas después, presidente del Atlético de Madrid.

El personaje clave en el Banco Vasco fue Julio Irezábal. Era corredor de comercio y promovió una sociedad dedicada a las finanzas e inversiones. Tuvo éxito en los años de la euforia bursátil. En sus negocios se integraron Ángel y Carlos Maíz, además de Ricardo. Los pelotaris se convirtieron en empresarios de éxito y formaron el Banco Vasco.

La nueva entidad mostró una gran agresividad, ofreciendo altos intereses para conseguir recursos. Creció rápidamente y repartió desde el primer momento altos dividendos. Además, comenzó a apoyar financieramente a las actividades empresariales del grupo promotor. Invirtió sobre todo en una empresa hullera en Asturias, una lanera de Zaragoza y una fábrica de abonos de Málaga.

Taleas inversiones no fueron boyantes: se produjeron cuando terminaban los grandes negocios de los años de la Primera Guerra Mundial. La empresa lanera, una pequeña sociedad, desapareció pronto. La del carbón generó grandes pérdidas en pocos años. La fábrica de fosfatos era una empresa viable pero exigía grandes inversiones.

Desde 1919, tras el final de la guerra y de los negocios a que había dado lugar, llegaron a Bilbao los apuros bursátiles. Para superarlos, el Banco Vasco desarrolló prácticas heterodoxas: aumento artificial de los movimientos bancarios para proporcionar una imagen que atrajese fondos; tratamiento irregular de algunas cuentas; reparto de altísimos dividendos pese a no conseguir beneficios; compraventa de acciones del propio banco para mantener sus cotizaciones.

Del esplendor al desastre

El desenvolvimiento del banco resultó posible por el clima financiero de Bilbao, acostumbrado desde unos años antes a grandes negocios de resultados inmediatos. Los promotores lograron mantener la imagen de unas exitosas inversiones. El mercado bilbaíno se movía no por el análisis de las expectativas empresariales sino en función del reparto anual de beneficios. De ahí que el mantenimiento del dividendo se convirtiera en una prioridad, a la que se subordinó la política financiera, relegando la prudencia y desechando la posibilidad de un crecimiento paulatino.

Pocos años después el banco pasó rápidamente del esplendor al desastre. Su principal negocio fue la compañía San Carlos Vasco Andaluza de Abonos, dedicada a la producción de fosfatos. Tenía su fábrica en Málaga y proyectaba impulsar una instalación en Sevilla. Era un negocio potencialmente rentable, pero a largo plazo, tras progresivas inversiones. De momento no daba beneficios. No servía para los negocios rápidos a los que estaban acostumbrados los especuladores bilbaínos.

La carrera empresarial y financiera del Banco Vasco desembocó en una veloz huida hacia delante, en la que se concibieron proyectos ilusorios como el Banco de Andalucía y Extremadura para salvarla. Las manipulaciones contables se hicieron sistemáticas. Al final, se recurrió a prácticas fraudulentas, entre ellas empeñar valores ajenos, cuando el banco no tenía ya títulos que sirviesen como garantía de préstamos del Banco de España. Fue el canto del cisne de los últimos meses, puesto que sus pérdidas, irrecuperables, le daban ya la puntilla.

El 2 de setiembre de 1925 el Banco Vasco presentó la suspensión de pagos. Al principio se difundió la idea de que se había producido por un problema coyuntural y de que tenía recursos para cubrir las deudas. Un incidente raro hizo temer que el asunto fuese a mayores. «Ha producido impresión el hecho de haberse arrojado, el martes, al agua, por Punta de Begoña, el consejero del Banco Vasco D. Ricardo Escos». Fue recogido «por una gasolinera». Seguramente fue una escenificación, pero evocaba el suicidio del Agente de cambio y Bolsa Manuel Aranaz cuando la quiebra del Crédito de la Unión Minera. Corrió la idea de que lo del Banco Vasco podía ser serio.

Varios consejeros y empleados fueron detenidos por unos días. Los primeros optimismos fueron desapareciendo con el paso de las semanas. Cuando los interventores judiciales emitieron su dictamen, minucioso y modélico, ya se habían desvanecido. Era demoledor. Las pérdidas eran enormes: todo el capital y grandes recursos ajenos.

El juicio penal tuvo lugar en noviembre de 1927. El Director General basó su defensa en que no buscó el lucro personal. En el juicio hubo tensiones con algunos empleados. Julio Irezábal realizó una afirmación singular. «Yo no firmaba nada. Creo que no habrá en el Banco seis firmas mías en toda mi gestión». La revelación corresponde a una gestión muy personalista, en la que el director tomaba las decisiones pero delegaba en los empleados la responsabilidad documental. Fueron absueltos casi todos los consejeros y quedaron condenadas seis personas. Julio Irezábal - tres penas de un año, 8 meses y 21 día- fue considerado el principal culpable

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