Vietnam, enero de 1966. Un batallón de la infantería de los Estados Unidos comandado por el teniente coronel Robert Haldane avanza por una extensa plantación de árboles del caucho situada en el sector de Cu Chi, al noroeste de Saigón. Es la operación Crimp.
Su misión, localizar y neutralizar a los milicianos del Vietcong que operan en la zona. El calor húmedo es insoportable. De repente, una emboscada. Ocultos en el espeso follaje, varios francotiradores enemigos abren fuego. Los disparos proceden de muchos lugares a la vez, y los estadounidenses se ponen a cubierto como pueden. Pero pronto se reponen de la sorpresa y, rabiosos, responden con toda su potencia de fuego, que es abrumadoramente superior a la del Vietcong. Las armas automáticas machacan a conciencia los escondrijos de los francotiradores. Al cabo de unos minutos, Haldane da la orden de alto el fuego. Nadie puede haber salido ileso de semejante granizada de balas; ya solo queda recoger los muertos y los heridos. Sus hombres se adentran en la espesura… y quedan sumidos en el asombro: rebuscan por doquier, pero no encuentran un solo muerto o herido. El enemigo se ha volatilizado de forma inexplicable.
Atónitos, los estadounidenses peinan el sector durante los días siguientes. En los que de nuevo sufren emboscadas del Vietcong, al que de inmediato cercan y acribillan una y otra vez. Pero luego no hay forma de encontrar un solo muerto o herido. Los soldados empiezan a sentir cierto temor supersticioso. ¿Qué clase de enemigo fantasma es este?
Lleva tres días en marcha, y los hombres están exhaustos. El sargento Stewart Green se sienta a descansar y, al instante, se levanta asustado, pues ha creído notar el contacto de un escorpión contra sus posaderas. Mirado de cerca, el supuesto escorpión resulta ser el clavo de una trampilla de madera escondida entre los arbustos: la entrada a un túnel ingeniosamente camuflada. Hombre delgado y fibroso, Green se deja caer por el angosto túnel a oscuras. Reaparece unos minutos después y, algo alterado, asegura haber entrevisto a una treintena de enemigos escondidos unos metros por debajo de las botas de los soldados. Haldane ordena el lanzamiento de granadas de humo color rojo por la boca del pozo. En cuestión de unos minutos, decenas de columnas de humo rojizo brotan por todo el terreno colindante, en un radio de kilómetros enteros. Ha quedado aclarado el misterio de los 'espectrales' milicianos de Cu Chi.
Medio siglo después del comienzo 'oficial' de la guerra de Vietnam, los historiadores hoy lo tienen claro. En el momento álgido del conflicto, la asombrosa red de túneles del Vietcong abarcaba cientos de kilómetros y enlazaba distritos enteros, desde la frontera con Camboya hasta las mismas puertas de Saigón. Construidos en tiempo récord por 'voluntarios' tan solo pertrechados con picos, azadones y capazos, los túneles constituían en algunos puntos ciudades subterráneas.
La vida de los milcianos del Vietcong en ese claustrofóbico universo era penosa. El aire estaba enrarecido, hacía un calor sofocante y la escasa comida se descomponía con extrema rapidez. Las tarántulas, las serpientes y las ratas campaban a sus anchas. Era incontable el número de guerrilleros que sufrían malaria o avitaminosis. Y, sin embargo, en las poblaciones subterráneas se desarrolló todo un estilo de vida muy particular. Se oficiaban bodas, nacían niños y se pronunciaban conferencias para animar a la resistencia a ultranza.
El Ejército estadounidense se encontró con muchas dificultades a la hora de desalojar al enemigo oculto bajo tierra. Las entradas a las galerías solían estar muy bien camufladas y, si los accesos llegaban a ser descubiertos, el intento de destruirlas por medio de explosivos o de lanzallamas no solía ser suficiente.
Con el tiempo fue preciso recurrir a la lucha cuerpo a cuerpo. Se formó a un grupo de especialistas con la idea de que se adentraran en la oscuridad e hicieran frente a las trampas, las alimañas y los milicianos acostumbrados a moverse en aquel entorno de pesadilla. Estos especialistas recibieron el apodo de 'ratas de túnel' y estuvieron encuadrados en una unidad comandada por el capitán Herbert Thornton. Seleccionados en razón de sus nervios de acero, sus dotes de observación y su pequeña envergadura física (necesaria para moverse por las angostas galerías), las 'ratas' se internaban bajo tierra apenas equipadas con una linterna, una pistola, un cuchillo y un pequeño rollo de cuerda. Tenían que abrirse paso en esta boca del lobo, conscientes de que la muerte repentina era una constante posibilidad. Pues las trampas del Vietcong eran tan imaginativas como mortíferas.
Muchas veces los centinelas vietnamitas estaban emboscados en recovecos excavados a propósito, prestos a estrangular al intruso que pasaba por debajo o a empalarlo con una lanza de bambú cuando descendía por un pozo. Es natural que muchas 'ratas de túnel' no vivieran para contarlo.
Resulta difícil pensar en una forma de combate más antinatural. Los estadounidenses sufrían accesos de pánico y reclamaban a gritos a sus compañeros que les tendieran cuerdas para salir a la superficie en muchas ocasiones. Emergían de las bocas de los pozos llorando y pidiendo a gritos que los relevaran de aquellas infernales operaciones subterráneas.
El éxito de esta unidad de especialistas subterráneos nunca pasó de ser relativo. Mucho más eficientes resultaron los bombardeos intensivos llevados a cabo en 1969 por los aviones B-52 equipados con bombas de acción retardada que se hundían varios metros bajo tierra antes de hacer explosión. La red de galerías del Vietcong fue destruida en su mayor parte durante ese año.
De forma paradójica, los túneles de Cu Chi han sido reconstruidos en los últimos años… como atracción turística de pago. Signo de los tiempos, las antaño angostas galerías han sido oportunamente ensanchadas para comodidad de los corpulentos turistas estadounidenses, alemanes o australianos que hoy afluyen a Vietnam en masa y hacen cola para internarse unos minutos en la oscuridad más absoluta, antes de darse un buen chapuzón en unas playas tropicales bañadas por la luz de un sol cegador.
El sistema de túneles albergaba a todo un ejército en guerra y encerraba cuanto este precisaba para hacer frente al principal poder militar del mundo, el estadounidense
Unidad mecanizada estadounidense en busca del Vietcong. Un transporte blindado de tropas M113 equipado con lanzallamas prende fuego a la vegetación en la que el enemigo podría esconderse.
Desde pequeños agujeros podían lanzar granadas y explosivos sin ser vistos.
En los túneles había hospitales de campaña. En ellos se operaba a la luz de las velas
Almacenes para armamento y suministros. También había cuarteles generales para planificar la estrategia.
En los talleres se construían minas antipersonas a partir de bombas estadounidenses no detonadas.
Para confundir, existían galerías falsas o sin salida. El mando estadounidense nunca llegó a percatarse de la extensión completa de este mundo subterráneo.
Cuando el nivel de la capa freática lo permitía, constaban de varias plantas, separadas por trampillas estancas que sellaban el resto del sistema frente a gases o explosivos.
Se aprovechaban los pozos de agua naturales para abastecer a los túneles.
Cocina de campaña del Vietcong. Durante los 15 años de guerra llegó a hacerse vida cotidiana en estos túneles.
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