Borrar
Mi hermosa lavandería

Creadores, 'showrunners' y demás fauna

Isabel Coixet

Sábado, 30 de Octubre 2021

Tiempo de lectura: 3 min

Ahora que se habla tanto de apropiación cultural, hay cosas que me parecen mucho más peligrosas y poco éticas porque, más que apropiación, son un latrocinio cultural: el mundo de los remakes y las revisiones de películas y series que se vuelven a rodar con idénticas tramas, pero con distintos actores y nuevas producciones. Creo que, hasta cierto punto, es normal que los creadores busquemos inspiración en el pasado, en otros autores y en otras obras. Pero sí hay algo que me indigna en todo esto: que la fuente original de una producción quede oscurecida por el morrazo que le echan unos cuantos a prácticamente atribuirse la creación de un formato que fue creado, genuinamente creado, antes de que ellos nacieran.

Cuando vi que se hacía un remake de Secretos de un matrimonio, la serie que Ingmar Bergman había CREADO en 1973 para la televisión sueca, recuerdo que lo primero que pensé es que qué necesidad había. Ahora mismo, en Filmin, aquellos que no hayan visto lo que a mí me parece uno de los más certeros retratos de una pareja burguesa en el primer mundo, pueden verla y entender por qué Bergman sigue siendo un director cuya obra perdura y perdurará. Y un director de actores sin parangón que supo extraer de gente de talento inmenso interpretaciones llenas de una vida y una verdad absolutamente irrepetibles.

Hagai Levi hace una versión edulcorada, plastificada y vacía de una bomba de relojería creada por un hombre que nunca creyó en el matrimonio, pero sí en el odio

La nueva versión de esta obra maestra pretende poner al día su argumento y está interpretada por dos buenos actores: Oscar Isaac y Jessica Chastain. Si no existiera el precedente de Liv Ullmann y Erland Josephson, hasta podría parecerme que sus interpretaciones son encomiables. El problema es que sí existe y, a medida que avanzaba la serie, yo recordaba más y más la rabia sucia y real, la crudeza venenosa y la increíble vulnerabilidad que destilaban los actores suecos.

El problema es que, viendo a los americanos, no podía menos de notar el esfuerzo que hacían: sentí que veía a una pareja de buenos actores fingiendo que hacían de suecos atormentados. No había desgarro, me parecía que el director había llevado a los intérpretes a un juego actoral correcto, ilustrativo, lleno de clichés, hueco. Todo es correcto, Hagai Levi ha introducido un beso entre mujeres, una pareja de amigos que practica el poliamor, una mujer que gana más dinero que su marido, que es el que cuida de la hija de ambos… pero todos esos cambios, unidos a que el personaje de Oscar Isaac viene de una familia ortodoxa y el personaje de Chastain tiene un affaire con un amante israelí, son completamente irrelevantes y metidos con calzador.

Muchos espectadores que no han visto la obra de Bergman seguramente apreciarán el esfuerzo nada desdeñable de Jessica Chastain y Oscar Isaac. El problema es que Hagai Levi hace una versión edulcorada, plastificada y vacía de una bomba de relojería creada por un hombre que nunca creyó en el matrimonio, pero sí en el odio. Que supo despojar de artificio la puesta en escena cinematográfica hasta llegar a la  médula de las relaciones humanas.

En los créditos se antepone el nombre de Hagai Levi como director, guionista y 'creador' al de Ingmar Bergman. En la versión original de este último, basta con escuchar la voz rota de Erland Josephson diciendo «… aquí estamos, en medio de la noche, en una ciudad oscura, sin fanfarrias…» para saber que la vida en pareja puede ser tanto o más solitaria que la vida en soledad.