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Mi hermosa lavandería

Sin plan b

Isabel Coixet

Domingo, 07 de Noviembre 2021

Tiempo de lectura: 2 min

Me llegan por dos lados –un periódico de la ciudad y un periódico internacional– encuestas sobre la «decadencia de Barcelona». Dado que el enunciado ya implica que la ciudad es decadente, declino amablemente contestar.

Para empezar, yo creo que todas las ciudades del mundo, incluidas las que salen siempre como las primeras de la fila en encuestas de este tipo, son decadentes: una ciudad de más de tres millones de habitantes no es ni será nunca sostenible, especialmente si sus habitantes siguen cogiendo el coche para desplazarse por ella.

A veces, hasta la espera en un semáforo se hace difícil. Hace unos días me tumbó un patinete, cuyo conductor sólo aflojó su velocidad para insultarme

En Barcelona, cada vez hay más gente que escoge la bici o el patinete para sus desplazamientos. Lo entiendo, lo apruebo y no lo hago, porque me aterra la difícil convivencia y escasa regulación entre coches, motos, bicicletas, patinetes y uniciclos. Los que andamos a pie o en transporte público nos vemos ahora cercados por vehículos de todo pelaje. A veces, hasta la espera en un semáforo se hace difícil. Hace unos días me tumbó un patinete, cuyo conductor sólo aflojó su velocidad para insultarme.

Me levanté por mis propios medios y, mirándome las palmas de las manos llenas de rozaduras, tras comprobar que no tenía nada roto, pensé que siempre es mejor que te tumbe un patinete que no una moto o un coche. Pero sé que esto podía haber ocurrido en cualquier otra ciudad europea. Burros incívicos los hay en todas partes. Y los seguirá habiendo. Sólo desearía que los que se ponen al volante de un vehículo, sea el que fuere, fueran conscientes del espacio que ocupan y del espacio que cruzan. Igual un cursillo de tres días de normas básicas de circulación no estaría de más.

En cuanto al turismo, me parece que no hay muchas alternativas. No veo un plan B para la ciudad, un plan para que pudiéramos prescindir de los turistas y sus ingresos. Al igual que en otras ciudades, el centro histórico se ve invadido por masas de viajeros que buscan algo diferente, pero no mucho: las franquicias de nombres familiares los tranquilizan, buscan un exotismo controlado. Ahí poco puede hacer la ciudad, pero mucho sus emprendedores: ofrecer calidad y calidez en el trato, en la comida; no dejarse llevar por la ganancia fácil; ser conscientes de que esta ciudad no sólo vive del turista; tener en cuenta también a los que vivimos aquí todo el año.

Un heladero de una heladería muy conocida de Roma me contaba que la llegada del turismo le había obligado a crear nuevos sabores, cosa a la que siempre se había mostrado reacio. Se puede educar al turista si uno se empeña. Pero no lo educaremos nunca con las mismas fotos gastadas de paellas congeladas y calamares refritos y tours llevados por guías que acaban de descargar cuatro datos de la Wikipedia.

Supongo que el tema del aeropuerto es definitorio en cuanto a qué tipo de ciudad queremos. Soy de los que se han alegrado cuando se suspendían las obras, no sólo porque afecta a una zona natural, sino porque creo que fomentar los viajes en avión no es algo que una ciudad, en el borde mismo de los límites permitidos de contaminación, pueda hacer. Ninguna gran ciudad puede permitírselo.

Y admito que no sé cuál podría ser nuestro plan B. Lo admito.