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Pequeñas infamias

Cuando nadie nos mira

Carmen Posadas

Domingo, 26 de Diciembre 2021

Tiempo de lectura: 3 min

Hace unas semanas tuve la suerte de conocer a una persona que trabaja en la Sala de Criminalidad Informática o, lo que es lo mismo, el organismo que se ocupa de juzgar ciberdelitos. Para mí, todo lo que sucede en Internet resulta fascinante por múltiples razones, pero la principal es lo mucho que el mundo virtual dice de nosotros como sociedad o, más primitivamente, como especie.

Al ser aún terra incognita y territorio sin ley, lo que sucede en las redes remite a cómo éramos los humanos antes de que la civilización, la religión, la cultura y otros barnices camuflaran, o en el mejor de los casos atemperaran, nuestras verdaderas pulsiones. Según los expertos, el hecho de que muchos de los delitos que se cometen en Internet aún no estén debidamente tipificados, y no exista, por tanto, doctrina ni jurisprudencia al respecto, ha propiciado un desplazamiento hacia la Red de todo tipo de actividades delictivas. Timos, extorsiones, estafas y, por supuesto, multitud de delitos de carácter sexual amparados por el anonimato y la impunidad que ofrece Internet.

"¿Podrías mandarme dos mil euracos? Es lo que gasto yo en un día, te hago un Bizum mañana mismo"

Pero a mi modo de ver lo más inquietante no es tanto la proliferación de delincuentes profesionales, sino el efecto que ese anonimato y esa impunidad tienen sobre todos nosotros, usted, yo, cualquiera. Proliferan cada vez más en la Red adolescentes que acosan a otros adolescentes; excónyuges que cuelgan vídeos comprometedores como venganza; ciudadanos que, por las razones que sean, deciden hundir la carrera de un profesional (un médico, un abogado, etcétera) acusándolo de mala praxis o de acoso sexual. Nada más fácil ni más eficaz, porque en Internet todo vale; en especial, la mentira.

Me contaba esta persona que se ocupa de delitos informáticos que existen dos colectivos que resultan especialmente vulnerables en la Red: los menores y los ancianos. Los primeros son presa más que fácil para cualquier indeseable. Basta con que un individuo o individua, cómodamente desde el sofá de su casa, se haga pasar por alguien de edad similar a la víctima. Luego, tras chatear y flirtear unos días, el procedimiento habitual es que le pida una foto o un vídeo comprometedores. Si la víctima tiene suerte, el material acaba satisfaciendo los repugnantes apetitos de su falso pretendiente. Si no –y esto es lo más habitual–, pasará a engordar los catálogos de pederastia que tanto proliferan en las redes, un negocio que mueve millones.

En lo que se refiere a las personas mayores, aparte de los consabidos timos y estafas de índole económica, otra sustanciosa fuente de ingresos es jugar con sus ilusiones, con su soledad. En el caso de que la víctima sea hombre, el cebo suele ser una chica monísima y angelical que se pone en contacto con él a través de Facebook o Instagram. Durante un tiempo intercambian apasionados mensajes que van subiendo de tono hasta que ella, en prueba de amor, reclama una foto o vídeo de carácter íntimo. A continuación desaparece para reaparecer poco después como ángel exterminador y exigir dinero a cambio de no enviar a familiares y/o amigos de la víctima esa prueba de amor…

Para las mujeres, el método es similar, solo que, en este caso, el timador dice ser, por ejemplo, el enamoradísimo y solitario capitán de un petrolero. O incluso, por inverosímil que pueda parecer, un actor famoso cansado de la superficialidad y la falta de amor verdadero que se respira en su ambiente. Tras unas semanas de arrebatado romance, el bizarro capitán o el émulo de Marlon Brando tiene de pronto un problema con su tarjeta de crédito, una lata, un trastorno, misterios de la maldita informática. «¿Podrías mandarme dos mil euracos? Es lo que gasto yo en un día, te hago un Bizum mañana mismo».

Todos estos Romeos y Julietas de pacotilla cuentan, además, con un socio utilísimo para sus extorsiones: la vergüenza, el bochorno que da a las víctimas denunciar tales delitos. «Y, sin embargo, es fundamental que lo hagan –recalcan los expertos–, porque solo así puede ponerse en marcha la maquinaria jurídica». Y solo así, añadiría yo, se podrá mapear y acotar ese territorio sin ley que es Internet. Ese oscuro espejo que refleja lo que somos capaces de hacer cuando pensamos que nadie nos mira…