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Neococina doméstica

Lunes, 01 de Marzo 2021

Tiempo de lectura: 1 min

Triunfan las tabernas y restaurantes de neococina doméstica porque están sustituyendo a las madres que ya no están. Cuando llegaba algún domingo extra y se podía salir a comer a un restaurante, no se soñaba con garbanzos, boquerones en vinagre o una ración de callos. Todos aquellos clásicos que ahora polinizan las cartas y pizarras de media España se comían en casa. Manos expertas y amadas se afanaban en hacer magia con 'género' sabroso y barato, como se decía antes de que se inventara la palabra 'producto' para hablar de las viandas. A veces se cocinaba en sesiones dobles y triples, como el cine, con mañanas o tardes eternas haciendo 'chup chup' en las cocinas económicas. Yo no soy de los impenitentes que se obstinan en la búsqueda de la croqueta perfecta, como si alguna vez pudieran hallarla, como si fuera posible volver a sentir la emoción que le producían a uno las que le hacía su tía Enriqueta. Yo voy disfrutando de las de aquí y de las de allá y me dan más curiosidad las personas que se empeñan en llevarme a un bar o a otro restaurante perdido para probar su último hallazgo, entomólogos de la bechamel que, si pudieran disecarlas, las clavarían en un corcho para hacer una taxonomía 'croquetil' a la que dedicarle la vida entera. Yo, como todos, peco venialmente de esta neococina doméstica, no digo que no, y hasta guardo silencio por no enrarecer el ambiente cuando algún furibundo defensor de la misma dice que es la única verdadera y se cisca en Adrià, Gagnaire y el padre del ceviche. Pero les confieso que vivo tan feliz disfrutando de todo cuanto puedo, de lo más sencillo a lo más desconocido, sin hacerme cruces ni hacerles caso ni a tirios ni a troyanos.

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