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IRATXE GÓMEZ
Domingo, 27 de noviembre 2011, 17:22
En unos pocos meses ha pasado del ruido de Madrid a despertarse con el sonido de los pájaros. María Bilbao arrancó su aventura fuera de casa hace 10 años, cuando se mudó a la capital española, pero en junio emprendió junto a su pareja un reto más grande: viajar a Costa Rica para iniciar allí una nueva vida. Su chico recibió una beca de la Sociedad de Cooperación Internacional, y ella quiso acompañarle y retomar así su tesis, que había aparcado al ponerse a trabajar. Sólo lleva medio año y esta getxotarra ya forma parte del equipo de profesores de una universidad de San José especializada en psicología. Poco a poco va profundizando en la cultura de los ticos, algo complicado, si se tiene en cuenta que es difícil hacer amigos al no haber en la ciudad espacios que favorezcan las relaciones sociales.
Nada más finalizar la carrera de Psicología dijo adiós a sus raíces y se trasladó a Madrid para hacer la especialización y el doctorado. Bilbao también hizo un master y encontró trabajo en un centro de psicología. Había conseguido la estabilidad laboral, pero había dejado su tesis pendiente. Así que al comunicarle su pareja la posibilidad de marcharse al extranjero, no lo dudó. «Era la excusa perfecta para dejar atrás el ritmo loco y estresante de Madrid, y la oportunidad para retomar mi investigación», explica.
No era la primera vez que salía al extranjero, aunque antes sus escapadas -a Holanda, Inglaterra o México- no habían excedido los dos meses. La curiosidad por su nuevo destino, Costa Rica, hizo que ella y su pareja compraran una guía, consultaran por Internet y contactaran con un montón de residentes españoles en el país tropical. Una información interesante, pero que una vez aterrizaron en San José les valió de poco. «Este país no tiene nada que ver con la idea y la perspectiva que se tiene de él en Europa. A pesar de que es el lugar de Centroamérica menos latino, existen muchas diferencias. La acogida fue muy buena, pero al principio me sentí como una marciana». Es mejor no viajar con expectativas.
Los primeros meses fueron más fáciles porque les acogió en su casa el hijo de un amigo y éste es medio tico. Recibieron ayuda en los temas burocráticos y les sirvió para acomodarse. Pero aún no han dejado atrás el jet lag. Ni después de seis meses. Esta vasca no se acostumbra a ver anochecer a las cuatro y media de la tarde en invierno. «Parece como si el día hubiese terminado», dice. El mayor bache cultural para ella está en la falta de gentío en la calle. «Es impensable quedar con los amigos para tomar unas cañas. Los ticos no tienen esa costumbre. La integración es difícil».
El contacto con la gente en la calle se complica por estas fechas, en plena época de lluvias torrenciales, que obliga a echar mano de las katiuskas. La solución de esta getxotarra ha sido recurrir a sus contactos en organismos internacionales y ahora tiene un amplio abanico de amigos. De todas las nacionalidades. «¿Ocio? Aquí no existe. Todo gira alrededor de la familia. Nos solemos juntar con amigos en casa, o frecuentamos actos de otros centros culturales, como a la feria del libro, o a ver una película en el instituto mexicano», apunta. Por supuesto, no hay café a las cuatro de la tarde ni existe un lugar para tomarse el aperitivo. «¡Llevamos un mes soñando con ir de pintxos!», confiesa. El poteo en San José se sustituye por reuniones familiares y paseos al centro comercial.
Pero toda cruz tiene su cara. Habían pasado pocos meses, cuando esta vasca encontró un nuevo empleo dando clases en la Universidad Centroamericana de Ciencias Sociales. «No venía con idea de buscar nada, pero me hablaron del puesto, eché el currículo y a los dos días me llamaron. Otra de las ventajas de vivir en Costa Rica es poder alegrarse la vista con paisajes idílicos. Bilbao y su pareja escapan cada dos semanas de la ciudad para descubrir parajes «increíbles».
Al principio no salían de su asombro. Su primera salida fuera de la capital fue al encantador pueblo de Cahuita, en pleno Caribe. «Es otro mundo. La gente camina tranquila con la bici y su gastronomía en muy rica y variada. Tiene un playa preciosa y limita con un parque natural». Un paraíso conocido por sus riquezas marinas y su arrecife de coral. Este edén sirve para deleitar los sentidos y abrir la mente. Viendo como vive la gente allí, cómo es posible arreglarse con menos dinero dando prioridad a las relaciones sociales y sacando el máximo provecho a los recursos naturales».
Paraíso tropical
Cahuita es el lugar perfecto para cambiar el chip y coger el ritmo caribeño. Pero en Costa Rica la explosión natural va más lejos. Esta vizcaína también visitó hace poco el volcán Arenal, en una zona ganadera, y con un paisaje similar «al de Euskadi». Costa Rica es el país perfecto para «entender los ecosistemas». Estos parajes se encuentran a 50 kilómetros de San José. Un mundo paralelo al de la capital costarricense. «Es una ciudad desastrosa y desordenada; poco accesible, porque está hecha para los 'carros'. Se hace muy difícil caminar porque está llena de zanjas. Además, el centro es muy ruidoso y estresante, lleno de tiendecillas».
Para esta vasca, la adaptación está siendo «muy lenta y complicada». A eso hay que sumar que a las cinco de la mañana le despierta el tren, que avisa a los transeúntes con un molesto pitido, en lugar de haber barreras y un semáforo. Estos obstáculos se compensan por los lugares tan bonitos que está conociendo. Y aún le queda profundizar más en Costa Rica. Al menos un año, que es el tiempo que ella y su pareja tienen previsto continuar en este paraíso. Aún así, asegura que la experiencia merece la pena y puede ser que alarguen su estancia en el extranjero. Eso sí, Bilbao antes tendrá que reencontrarse con su familia, a la que tanto echa de menos.
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