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TERESA ABAJO t.abajo@diario-elcorreo.com
Domingo, 24 de abril 2011, 16:22
La Lube de 1950 ha recorrido demasiados kilómetros hasta llegar aquí. Se la ve exhausta, cubierta por el polvo de muchos caminos, pero podría contar la historia de la fábrica de motocicletas de Barakaldo que fue pionera en España junto a las marcas Montesa y Lambretta. Nadie se lo ha pedido, todavía. Hace años que la aparcaron en un pabellón de Zorrozaurre, rodeada de máquinas y herramientas de su edad o bastante más antiguas. Imprentas, tornos, martillos pilones, molinos de papel y de cacao forman un ejército inmóvil y de aspecto disciplinado, como si bastara con apretar un botón imaginario para ponerlo en marcha. Y la palanca que llevan tanto tiempo esperando está empezando a engrasarse.
El Gobierno vasco ha decidido abrir en este pabellón, la antigua sede de Termoelectricidad Consonni, el centro de referencia del patrimonio industrial mueble, el más cotidiano y vulnerable. Será algo más que un museo. No se trata sólo de exponer las piezas que merezcan la pena, sino de coordinar y proteger los testimonios que ayuden a comprender «la cultura del trabajo industrial». La ribera de Zorrozaurre se convertirá en el elemento de unión de los equipamientos y lugares de interés -casi una veintena en los tres territorios- que custodian fragmentos de esa memoria. Al funcionar en red, los centros contarán con más recursos para atraer a los visitantes.
De esta forma se saldará una deuda antigua, casi oxidada. «El patrimonio industrial mueble ha estado muy desatendido, se ha hecho una gestión limitada y escasa», reconoce el viceconsejero de Cultura, Antonio Rivera. En Consonni se guardan 1.250 piezas -300 de ellas restauradas- desde 2002, tras el fracaso del Museo de la Técnica de Lutxana. El centro no llegó a abrir y los materiales recopilados a lo largo de quince años quedaron encerrados a la espera de una oportunidad. El plan de inversiones extraordinarias del Gobierno vasco ha llamado a su puerta con un presupuesto de 1,4 millones de euros.
Este dinero se destinó a preservar la herencia industrial en 2010 y desde el principio se pensó en Zorrozaurre como guardián, con tres posibles emplazamientos: los pabellones de Beta, Artiach y Consonni, el elegido. Así saldrán a la luz unos fondos que hasta ahora han visto pocas personas y, según los funcionarios que velan por ellos, no dejan indiferente a nadie. Es emocionante perderse entre todas estas máquinas, algunas imponentes, difíciles de descifrar, y otras tan cercanas. Por muchos engranajes que tengan, «siempre hay alguien que sabe cómo funcionan», dicen.
La linotipia del diario 'Hierro' conserva una pegatina del sol antinuclear y otra que anima al Athletic ante la final de Copa del 77, que ganó el Betis en los penaltis. ¿Cuál sería su último titular? ¿En qué salas funcionó ese proyector de cine de 1950? ¿A quién habrá salvado ese camión de bomberos que parece una diligencia, con el banco de madera en el exterior? La curiosidad se desborda al recorrer esta nave diáfana y en aparente desorden, donde cada objeto tiene su ficha explicativa. El tractor rojo que nos atrapa al primer golpe de vista, por ejemplo, fue reclutado para transportar piezas de artillería. Los nacionales utilizaron algunas unidades en el cerco a Madrid.
La ventanilla del jefe
Las piezas que se expongan deben ser capaces de 'hablar' a los visitantes. Formarán parte «de un relato sobre los procesos de industrialización vascos desde una perspectiva integral», afirma Antonio Rivera. Eso requiere una selección minuciosa y elementos complementarios como «documentación, historia oral, testimonios y geografía de los espacios fabriles».
Resultan especialmente evocadoras las letras y el emblema de Altos Hornos que coronaban el silo de carbón de las baterías de coque. Incluso amontonadas sobre el suelo se aferran a la memoria, al igual que el mostrador de madera del edificio de laboratorios. También La Basconia ha dejado su huella con una prensa hidráulica de 1900 que pesa 15.000 kilos. Cada pieza tiene algo que llama la atención, como si reclamara su lugar en un recinto limitado, de unos 4.000 metros cuadrados. El resto del espacio está previsto destinarlo a empresas en activo compatibles con el medio urbano.
El Departamento de Cultura está preparando el proyecto para empezar a acondicionar la zona de exposición en unos meses. Será una «rehabilitación básica» que no oculte la traza original del edificio, su recia arquitectura industrial de los años cincuenta. Más allá de los cristales rotos y el olor a polvo, el interior derrocha luminosidad y conserva detalles como la ventanilla de recepción o la abertura lateral del despacho del jefe, para controlar a los empleados. El Gobierno compaginará la reforma de Consonni, que pertenece al Departamento de Hacienda, con un plan de protección del patrimonio mueble, mejorando el inventario actual e incorporando maquinaria en desuso de empresas que vayan a cerrar.
La inquietud por defender este legado no surgió en tiempos de bonanza sino en los años duros del paro y la reconversión. El Gobierno vasco impulsó el Museo de la Técnica de Lutxana en 1982, con el apoyo del Colegio de Ingenieros Industriales de Vizcaya, para evitar que el desmantelamiento acabara con todo. Ese año se organizaron en Barakaldo las primeras jornadas españolas de patrimonio industrial, en colaboración con la Generalitat.
El museo catalán se hizo realidad en una fábrica textil de Tarrasa y el de Lutxana naufragó en 1997 tras una intensa recopilación de fondos a través de compras y donaciones. Muchos se recogieron después de las inundaciones, cuando el director, el ingeniero industrial José Julio Carreras, recorrió las fábricas afectadas. Todo se guardó bajo llave mientras Bilbao buscaba otros horizontes como ciudad de servicios, y ahora que Zorrozaurre empieza a hacer memoria le sobran oficios que recordar. Pocos lugares encierran tantos argumentos y tantos útiles para escribir. Desde los cajetines de imprenta -venus negra, cursiva, fileteada...- hasta un ordenador HP de 1970, que hoy parece lo más antiguo de toda la colección.
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