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:: JESÚS FERRERO
El turno de Libia
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El turno de Libia

La población acabó desentendiéndose de un líder que en demasiadas ocasiones se comportaba como un lunático. Gadafi es un excéntrico pero no está loco. Se comporta como un crío que quiere todos sus caprichos y los quiere ya

JUANJO SÁNCHEZ ARRESEIGOR

Martes, 22 de febrero 2011, 03:45

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C aerá Gadafi esta noche? ¿O quizás en un par de días? Lo que parece seguro es que caerá. Pero, ¿por qué? ¿Acaso no era Libia un estado rico y progresista? Pues no. Libia, bajo la retórica del Estado de las masas -Yamahiriya en árabe-, es una implacable dictadura policíaca, dirigida desde hace 41 años por el coronel Gadafi, de 68 años. En teoría, la administración del país está en una compleja red de consejos y asambleas populares, pero como en la práctica este tinglado es inoperante, salvo quizás a nivel local, Gadafi gobierna de facto como dictador absoluto sin ostentar cargo alguno.

Gadafi subió al poder el 1 de septiembre de 1969, derribando mediante un golpe de estado incruento a la decrépita monarquía tradicional. La población exultaba de entusiasmo. Con ese entusiasmo, azuzado por una retórica incendiaria y respaldado por el dinero del petróleo, Gadafi se lanzó de inmediato a una política interior de drásticas reformas, más una política exterior extremadamente ambiciosa. Al principio todo esto se hizo con el beneplácito de las masas, pero nada salió bien. Libia quiso ir demasiado deprisa. Faltaba gente preparada; faltaban infraestructuras básicas, se desperdiciaron muchos recursos, se dio prioridad a proyectos de prestigio y sobre todo no existía retroalimentación entre el pueblo y las elites, debido a la naturaleza dictatorial y personal del nuevo régimen. Muchas iniciativas importantes eran el resultado de caprichos impulsivos de Gadafi, sin que ningún consejo de gobierno pudiese refrenarle, ofrecerle alternativas o avisarle de posibles problemas.

En el exterior, Libia fue siempre vista por todos como lo que realmente era, una potencia enana. Puede que tuviese mucho petróleo y un territorio extenso, mas del triple que España, pero su población era muy escasa - 3,2 millones en 1982 y 6,3 en la actualidad-, su industria inexistente y sus recursos naturales insignificantes, salvo el petróleo. Gadafi intentó compensar estas limitaciones buscando organizar alianzas o incluso uniones supranacionales entre Libia y otros países árabes. El fracaso de esta estrategia le llevó a una hostilidad cada vez mayor contra casi todos sus vecinos, pero la desproporción de fuerzas convertía en inviable cualquier confrontación directa, lo que empujó al régimen a una descomunal acumulación de armamentos y al terrorismo de estado como estrategia de uso general.

Ninguna de estas estrategias funcionó. Se pueden comprar muchas armas, pero si no se dispone de una mínima capacidad industrial, ese poder militar es una ilusión. Gran parte de los arsenales libios estaban formados por material totalmente obsoleto. Las pocas veces que las fuerzas armadas libias tuvieron que entrar en combate, fueron estrepitosamente derrotadas, incluso contra adversarios teóricamente muy inferiores, como los ugandeses o los chadianos. En cuanto al terrorismo, en muchas ocasiones parecía no existir plan alguno salvo el deseo rabioso de causar daños.

La población libia acabó desentendiéndose de un líder que en demasiadas ocasiones se comportaba como un lunático. Gadafi es un excéntrico pero no esta loco. Estamos hablando de un joven impulsivo que a los 26 años se ve catapultado al poder absoluto y cree que gracias al petróleo dispone de recursos ilimitados. No es tan extraño que se comporte con frecuencia como un crío inmaduro y consentido que quiere todos sus caprichos y los quiere ya. ¿Pero, entre tanto, qué desean sus compatriotas?

Los libios han estado subyugados mediante el palo, la zanahoria y el opio: el palo es una represión policial implacable, digna de la Alemania nazi o la Rusia soviética; pero por sí solo el palo nunca es suficiente. El opio es el lavado de cerebro permanente mediante el discurso demagógico revolucionario, repetido hasta la saturación en todo momento y en todo lugar, pero la población está inmunizada porque ya no se lo cree. La zanahoria es, obviamente, el petróleo.

El petróleo proporcionó el dinero para sostener todo el tinglado dentro y fuera del país, pero solo eso. Lo que la gente se resiste a comprender es que la riqueza del petróleo es una renta, y absolutamente nada más. Lo que importa es cómo se gasta uno esa renta. ¿Te limitas a vivir de ella, a fondo perdido, o la inviertes de una manera productiva? Gadafi escogió la segunda opción. Al cabo de 40 años, Libia no se ha industrializado ni modernizado en absoluto. España no tiene petróleo, pero nuestro PNB es 18 veces superior al libio porque disfrutamos de una economía industrial diversificada.

Algo si se ha hecho en Libia: Alfabetización total, educación superior, infraestructuras básicas, grandes obras publicas, etc, pero la economía no se ha diversificado en modo alguno. El resultado es que la gente recibe únicamente las migajas del pastel petrolífero. Por lo tanto, la zanahoria es muy raquítica, el opio ya no surte efecto, la esperanza de que las cosas cambien se ha desvanecido hace décadas, y solo queda el palo. Encima, Gadafi traiciona toda su retórica revolucionaria acomodándose con su antigua bestia negra, Occidente, mientras lo prepara todo para que su segundo hijo, Saif al Islam Gadafi, le suceda en el poder, como si la monarquía nunca hubiera sido derribada. ¿Y si muere Saif y hereda el trono su hermano Aníbal, un energúmeno impresentable que se comporta como un matón de taberna dondequiera que va?

Han pasado 22 años desde la sangrienta revolución rumana que derribó a Ceaucescu y 32 desde la caída del Sha de Irán. Ahora es el turno de Gadafi.

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