
Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
DANIEL GONZÁLEZ
Viernes, 18 de febrero 2011, 19:46
«¡No me la acerques! ¡Retírala!», exclamó ayer un hombre ya mayor al ver entrar por la puerta del tranvía a Luna, una beagle de tres años y menos de cincuenta centímetros de altura. Su primer trayecto en el metro ligero arrancaba mal, aunque ésa fue la única muestra de rechazo que recibió por parte de los usuarios. Para muchos de ellos era la primera vez que viajaban con una mascota a bordo. Por eso, el animal se convirtió en el centro de todas las miradas, y de algunos cuchicheos, de quienes compartían vagón con él.
«¿Ya está permitido subirlos a bordo?», preguntaba una viajera, dueña de un pastor vasco, que veía abierta una nueva opción para llevar al centro a su perro. «Para momentos puntuales me vendría muy bien, y, además, es muy manso», aseguró tras conocer que desde el 1 de enero las mascotas pueden acceder al tranvía siempre que cumplan unas normas de convivencia con los pasajeros. «¿Y no tiene obligación de llevar bozal?», apuntaba otra usuaria, un poco asustada ante la presencia de Luna.
Lo cierto es que Euskotren sólo establece que los canes deben ir atados con la correa «en todo momento», aunque en caso de que algún pasajero se sienta molesto, dueño y mascota deben retirarse a otro punto del vagón. Otras limitaciones son el tamaño, el ruido y el olor de estos curiosos invitados que, aunque no se prodigan mucho en el metro ligero, poco a poco acompañan a sus propietarios en sus desplazamientos.
De todas las personas consultadas por EL CORREO, sólo Eneko y Nekane habían visto alguna vez perros montados en el tranvía. «A mí me parece bien que puedan montar los pequeños, pero los que son más grandes no deberían poder hacerlo», aseguró la joven. Además, apuntó que todos los animales que ha visto en los convoyes «estaban muy tranquilos y quietos, un poco nerviosos por el ruido y el movimiento, pero se portaban muy bien». Su compañero apuntaba en la misma dirección. «Está bien que puedan subirse».
Sólo para emergencias
Paco no compartía esa opinión. «No me gustaría ver a un perro entrando en el tranvía, aunque se esté quieto y no monte escándalo». Uno de sus miedos es que este transporte se acabe llenando de animales, por lo que sólo defendió que éstos se monten «en caso de emergencia y en momentos puntuales». Más radical se mostraba Pilar. «Si es un perro para ciegos, sí, pero el resto, no. Creo que los animales son para pasear y tenerlos en casa, pero los demás no tenemos que aguantarlos», resaltó.
Por suerte para Luna, quienes ocuparon vagón con ella en la vuelta a casa no defendían esas posturas. Hasta su pequeña obsesión por una bolsa cargada de comida de una mujer fue bien vista por ésta, que entendió el gesto como una gracia, a pesar de que tuvo cuidado de poner a buen recaudo la tentación. Algunos de los pasajeros intentaban llamar su atención haciendo ruidos, y los más próximos no dudaron en acariciarla o sonreírle mientras ella olfateaba por el suelo, todavía sin acostumbrarse a ese nuevo medio de transporte.
Muchos de los usuarios no querían entrar al debate de si es o no una medida acertada, ya que a ellos no les perjudica para nada. «No sé si es o no buena idea. A mí me da igual porque no me molestan», destacaba Ramón mientras miraba a Luna en la parada. Almudena reconocía que «no es algo agradable», aunque le era indiferente la presencia de animales «mientras no molesten». Una apuesta por la convivencia que va camino de convertirse en algo habitual «y que te alegra el viaje», admitían algunas personas.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La Rioja
Publicidad
Publicidad
Noticias recomendadas
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.