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Rafael Alcaraz, en un momento de la entrevista, en Getxo. El forense luce unas manos muy cuidadas, aunque «con el talco se me cuarteaban mucho». :: PEDRO URRESTI
Rafael Alcaraz, Patólogo forense

«Un cadáver putrefacto es un reto»

Se jubila el forense más veterano y que más autopsias ha practicado en Bilbao: «unas 4.000»

AINHOA DE LAS HERAS a.delasheras@diario-elcorreo.com

Lunes, 27 de diciembre 2010, 08:54

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Rafael Alcaraz practicó su última autopsia el pasado 30 de marzo. Un hombre salió a disfrutar de una mañana de domingo andando en bici y cayó fulminado bajo el puente de Rontegi. Sufría una patología cardíaca «increíble», que le provocó una muerte súbita. «Me sigue impresionando que alguien salga de casa un día y no le dé tiempo ni a despedirse de su familia», confiesa. En las jornadas posteriores se dedicó a hacer papeleo y se jubiló el mismo día de su 60 cumpleaños, el 2 de mayo. Detrás deja una dilatada carrera de 33 años, que comenzó con un envenenamiento por setas. «Intrigado, me fui a Basurto a ver las autopsias a tres miembros de una misma familia intoxicados por amanitas faloides, y ya me quedé».

«Maestro» de forenses para unos, una «institución» para otros, uno de los impulsores de la modernización de la medicina legal en Bilbao, calcula que ha realizado unas 4.000 autopsias -«una por cada día laboral»-, «las mismas que se hacen en solo dos meses en la morgue de Manhattan, donde llegan 100 cadáveres cada día», apunta con ironía. Viajó a Nueva York en 1988 por motivos de trabajo y comprobó cómo cada forense se pasaba ocho horas sin moverse delante de una mesa de autopsias con un auricular, una forma de trabajar, a su juicio, «absurda». En Bilbao, la media es de «dos o tres al día».

Cuando Rafael Alcaraz empezó, los exámenes anatómicos de cadáveres se hacían en un rincón del hospital civil de Basurto «sobre una mesa de pizarra con medios tabiques de separación; no había ni cámaras (para conservar los cuerpos), y del techo colgaban dos bombillas». Pero aquel arcaísmo no estaba tan mal si se comparaba con el Levante, donde «algunos compañeros me han contado que hacían las autopsias sobre las tumbas». Diseccionaba los cadáveres vestido «con camisa remangada y corbata». «El jefe de los servicios forenses de Scotland Yard me dijo en un congreso que teníamos dos cosas en común, que a los dos nos gustaba esto y el gasto en tintorería», cuenta con sorna.

En cada memoria, como jefe de los forenses de Bilbao, se quejaba del paupérrimo estado del antiguo Anatómico Forense. Hasta que se produjo el gran cambio en el año 2000. De 20 metros cuadrados pasaron a disponer de su propia sede en el Instituto vasco de Medicina Legal, donde cuentan con microscopios para desarrollar analíticas de tejidos que antes debían enviar a Madrid. A partir del próximo 1 de enero, también se encargarán en exclusiva de la parte toxicológica.

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La fotografía digital

«La técnica da facilidades, es más rápida, pero la patología forense no deja de ser una ciencia de observación; se trata de juntar piezas hasta que encajen pero sin empujar, como me decía un capitán de la UCO (Unidad Central Operativa de la Guardia Civil). El ADN es importante, pero siempre que tengas con qué comparar». Alcaraz no disimula: «Yo prefiero lo de antes, lo artesanal». Para contrastar la huella dactilar con la de un sospechoso, se hacía a mano. «Había policías geniales, sólo con verla sabían de quién era, había delinquido tantas veces... O un subteniente de la Guardia Civil de balística que al mirar un casquillo reconocía que había sido utilizado para matar a un fulano».

Aunque si ha agradecido un avance tecnológico, ha sido la fotografía digital. La ampliación de la imagen permite captar detalles inapreciables a simple vista. «Si en los bordes de una herida hay restos de piel, es que no se la ha provocado un cuchillo, sino un golpe». Antes se usaba la lupa, pero «de tanto acercarte a veces te manchabas la nariz», recuerda con humor. Sólo se sacaban fotografías en los casos importantes. Hoy en día «ningún cadáver sale sin unas 100 fotos».

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«El susto no pasa nunca, no te acostumbras a ver a un sujeto con dos puñaladas. Son imágenes que marcan mucho, te retrotraen al por qué, a la escena en la que una persona estaba fuera de sí y otra, sufriendo como un perro; la violencia, por pequeña que sea, siempre es inaudita».

Él mismo ha estado dos veces al borde de la muerte, por un infarto y una legionella. Fumador empedernido de 60 cigarrillos Habanos al día, tuvo que dejar el tabaco hace seis años. Él mismo llamó al 112. «Si esto no es un infarto, le falta el canto de un duro», pensaba. Su trabajo le ha hecho reflexionar sobre el sentido de la muerte. «Tengo claro que me toca. Cuando llegue, bienvenida sea, pero mientras que me quiten lo bailao».

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-¿Le queda alguna espinita?

-Ninguna y todas. Nunca sacas el rendimiento que tú querías, aunque tengo claro cuál es mi función: reconstruir una muerte, no encontrar al autor. Sacamos unas conclusiones que ahí están, pero no salimos a la calle a buscar al malo.

Intervino en la identificación de restos del accidente aéreo en el monte Oiz, con 148 fallecidos; en las autopsias de Laura Orue, caso aún sin resolver, y de Virginia Acebes, violada y apuñalada hasta en 50 ocasiones, a la que dedicó ocho horas, entre otras muchas. Recuerda todos los homicidios. Recientemente, al leer en el periódico la detención del presunto asesino de Néstor Gándara 15 años después del crimen, recuperó el informe y lo releyó. «Nadie muere igual que otro, aunque sea de lo mismo», sentencia.

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Sabe que «las familias sufren mucho», por eso en la sala de autopsias siempre ha tratado con respeto lo que tenía delante. Aunque, como es un lugar tan «terrible», también ha gastado a sus compañeros alguna «broma», no macabra. Hace gala de un gran humor negro. Suya es la frase: «El cadáver putrefacto me ha gustado mucho siempre, es un reto, tú eres el último eslabón de la investigación, el paso del tiempo te cierra puertas y tú tienes que intentar abrirlas».

Miedo a adocenarse

Con los años se convirtió un poco en «el apaciguador». La investigación de un crimen, por ejemplo, genera grandes niveles de tensión, y se producen enfrentamientos entre los distintos gremios, «pero siempre han sido roces profesionales, no personales».

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Apasionado como pocos por su trabajo, el veterano forense vizcaíno admite que temía adocenarse y que «había empezado a perder la ilusión, estaba cansado, y entonces es mejor irse». La «sobrecarga emocional» le ha pasado factura. Ha tenido que hacer la autopsia a «dos amigos, y eso te arranca un pedacito de corazón». En una guardia, en plena madrugada, vio a un compañero con el pijama verde y la bata (su uniforme). ¿Qué haces tú aquí?, le preguntó. 'Este chico es mi hijo' (había muerto en accidente). Por eso, está «encantado» con la jubilación. «No hacer nada es entretenidísimo». «Prefiero el contacto con los vivos que con los muertos, aunque a veces es más complicado», sonríe.

Aprovecha para leer -'La muerte a través de los siglos en Navarra'-, pasear y «aprender a cocinar a los 60». Le enseña su mujer, con la que lleva «toda la vida». Pese a que el mayor de sus dos hijos es piloto, a él no le gusta nada viajar. Paradojas de la vida, el patólogo forense ha llevado «fatal» la reciente muerte de su perro 'Lur', un enorme bóxer blanco de 10 años.

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