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OSKAR L. BELATEGUI o.belategui@diario-elcorreo.com
Lunes, 13 de septiembre 2010, 11:59
Claude Chabrol escribió en el número 100 de 'Cahiers du Cinéma': «A mi entender, no hay temas grandes ni temas pequeños, porque cuanto más nimio sea el asunto, más fácil resulta tratarlo con grandeza. En verdad, lo único que cuenta es la verdad». Son palabras escritas en 1959, en plena efervescencia de la Nouvelle Vague, de la que formó parte junto a cinéfilos arrebatados como Françóis Truffaut y Eric Rohmer. Con la muerte de Chabrol, ya solo quedan un par de supervivientes del movimiento que cambió el rumbo del séptimo arte, Jacques Rivette y Jean-Luc Godard. El más hábil y menos pretencioso de los cineastas de su generación falleció ayer en su París natal a los 80 años. Ya no podrá recoger la Espiga de Honor de la Seminci de Valladolid el próximo octubre.
Las películas de Chabrol abordaban temas graves a partir de la ligereza y la anécdota. Descubrían en lo cotidiano las fuerzas que impulsan al ser humano hacia consecuencias fatales e imprevisibles. Buen lector de novelas policíacas, llevó a la pantalla libros de Patricia Highsmith, Nicholas Blake, Ellery Queen y, por supuesto, el gran Georges Simenon. Bautizarle el 'Hitchcock francés', al que jugaba a imitar con su oronda figura puro en ristre, sería simplificar su talento. Así, en 'Los fantasmas del Chapelier', las obsesiones de un asesino glotón y mórbido, misógino y atormentado, parecen un cruce de 'La ventana indiscreta' y 'Psicosis'. En realidad, son un pretexto para componer su habitual retrato al vitriolo de la pequeña burguesía provinciana francesa.
Los temas 'grandes' unas veces le salieron bien y otras mal. Cuando fracasaba, hacía como Hitchcock: se olvidaba de sus ambiciones y regresaba a terrenos más trillados pero seguros. Muchos de sus protagonistas son infelices mezquinos y anónimos, que un buen día se dejan arrastrar por el crimen y la tragedia. Ocurría en la memorable 'El carnicero' y en la más reciente 'En el corazón de la mentira'. Chabrol registraba con su proverbial capacidad los tiempos muertos, la abulia y la rutina de la nada burguesa, dinamitados por el peso del pasado o el crimen pasional.
'La ceremonia', 'El infierno', 'No va más'... Su filtro sardónico y pesimista se ocupaba de proporcionar el enfoque preciso a las víctimas y verdugos que habitan sus películas. Siempre en voz baja, el autor de 'Un asunto de mujeres' prefería inferir a proferir. «Me gustan los espacios pequeños. Prefiero el microscopio al telescopio. Se debe a que soy miope, miro de cerca, aumento las cosas. De la misma manera, prefiero a la gente que habla bajo. En mis películas, se grita poco, y eso resulta más inquietante».
Burgués y 'bon vivant'
Nacido en París en 1930, Claude Chabrol fue el único de los miembros de la Nouvelle Vague que no pasó apuros económicos. Nada que ver con la infancia dickensiana de su amigo François Truffaut. «Si yo hubiera contado mi juventud, no habría podido hacer más de dos películas», reconocía. En la monumental biografía de Truffaut escrita por Serge Toubiana y Antoine de Baecque, Chabrol aparece como una suerte de 'bon vivant', una imagen que cultivó hasta sus últimos días. Verle comer en San Sebastián, festival del que era un habitual, daba gusto. Y sabido es que elegía las localizaciones de sus filmes teniendo en cuenta las bondades de la gastronomía local. En sus 'caterings' estaban prohibidos los sándwiches. Él lo achacaba a que, de niño, era alérgico a la leche y tuvo que alimentarse con caldo de carne.
En los años 50, Chabrol era un espigado animador de cineclub -llegó a fundar uno en el garaje de su abuela- que simultaneaba sus estudios de Farmacia, Letras y Derecho con el culto incondicional a Alfred Hitchcock. En 1956 se casa con la heredera de unos laboratorios farmacéuticos y se instala como un burgués en un piso de la Rive Gauche, mientras el resto de sus colegas se hacinan en habitaciones de estudiante en el Barrio Latino. Escribe en 'Cahiers du Cinéma' -su primera crítica fue sobre 'Cantando bajo la lluvia'- y prepara junto a Eric Rohmer un -todavía- indispensable estudio sobre Alfred Hitchcock, publicado en 1957. El resto de 'jóvenes turcos' se beneficia de su dominio del inglés, fundamental cuando salen al encuentro de los cineastas de Hollywood que reivindicarán.
Gracias asimismo a su puesto como encargado de prensa en las oficinas parisinas de la Fox, suministra primicias e informaciones de buena fuente. Tras escribir y producir un cortometraje para Jacque Rivette, Chabrol es el mejor situado para probar suerte con un largometraje. Gracias a una herencia de su mujer, rueda en 1958 'El bello Sergio', anticipándose a los otros dos títulos semilla de la Nouvelle Vague, firmados respectivamente por Truffaut y Godard en 1959: 'Los 400 golpes' y 'Al final de la escapada'. El Oso de Oro en el Festival de Berlín a 'El bello Segio' da el espaldarazo a un movimiento que el cineasta galo siempre contempló con cierto descreimiento: «No hay ninguna Ola Nueva, sólo está el mar...», ironizaba en los años 60.
Autor prolífico, Chabrol firmó 70 largometrajes y no le hizo ascos a flirtear con cierta comercialidad en títulos ligeros como 'Las más famosas estafas del mundo', 'Marie Chantal contra el doctor Kha' o 'Locuras de un matrimonio burgués'. En los últimos años se pirró por las heroínas atractivas pero amorales, a las que Isabelle Huppert aportaba su inquietante gelidez. Bombones envenenados, como 'Gracias por el chocolate', que repetían sabor en 'La dama de honor', 'La ceremonia'... «Ellas matan, pero no porque considere que son peligrosas, sino porque es su única manera de sobrevivir en esta sociedad machista. Si se vuelven locas, es una locura sincera y transparente», declaraba a este periodista en el Zinemaldia de 2004, donde justificaba la presencia cada vez más numerosa de su familia en los títulos de crédito de sus filmes: «Mi mujer es la mejor 'script' que conozco; mi hija, la ayudante de dirección ideal; un hijo, el mejor compositor; el otro me hace reír. Eso sí, ya no me acuesto con la actriz, como antes».
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