Cuando la Vuelta iba con maleta
Cincuenta ciclistas echaron a rodar hace 75 años la primera edición de la ronda El belga Gustaaf Deloor batió al navarro-catalán Cañardo, convertido en ídolo para una afición entusiasta
J. GÓMEZ PEÑA REPORTAJEALBERTO LUCAS INFOGRAFÍA
Lunes, 23 de agosto 2010, 10:46
En la España de los años treinta el medio de transporte más habitual era la maleta. Todo cabía en aquellas rectangulares maletas de madera: la niñez, la esperanza, la huida del hambre... A los 17 años, el valenciano Salvador Cardona empaquetó su juventud y marchó a Francia, al campo de Narbona o Pau. Allí aprendió a ser ciclista. Y bueno. En 1929 les ganó en Luchón la etapa reina del Tour a Fontán, al mítico Frantz y a Antonin Magne.
Cardona era uno de los 50 ciclistas que tiempo después, el 29 de abril de 1935, estiraba sus músculos frente al Ministerio de Fomento, en la madrileña Ronda de Atocha. Aún no eran las ocho de la mañana y la Guardia de Asalto cuidaba de que el gentío no perturbara la salida de la etapa inicial de la primera edición de la Vuelta a España.
Para que le tramitaran la licencia, Cardona tuvo que pedir antes un indulto. Se le había 'olvidado' regresar de Francia para cumplir el servicio militar. España andaba revuelta. A un año y poco de la Guerra Civil, el país era un alboroto. Aun así, un pionero, el cántabro Clemente López-Doriga, soñó en alto con pisar la huella que en Francia dejaba el Tour desde 1903. López-Doriga había sido ciclista y periodista; luego, mecenas. Él llevó a Vicente Trueba al Tour de 1930. Y él convenció a Juan Puyol, director del diario 'Informaciones', de que era posible el 'Tour' de España. Bastaban 75.000 pesetas en premios e implicar en el proyecto a dos firmas de bicicletas, BH y Orbea.
La primera Vuelta coincidía en fechas con el Giro. Eso descartaba a Bartali, a Vietto, a Guerra. Hubo que recurrir a la segunda fila europea: los hermanos Deloor, Digneff, el italiano Barral... Frente a ellos, los Trueba, que eran cántabros, el vizcaíno Ezquerra, el navarro-catalán Cañardo, el valenciano Cardona... La mitad competía sobre BH; los demás, con Orbea. Las bicicletas no tenían cambios de marcha y no podían ser sustituidas, salvo en caso de avería grave. La victoria de etapa daba 300 pesetas; el triunfo en la general, 15.000. Una pasta. A repartir en 14 etapas sobre una España de barro, piedras y maletas.
Aquella mañana de abril de 1935, un camión aguardaba al ralentí en Atocha. Cada ciclista echaba allí su maleta de madera. La recogía en la meta, antes de buscar cama en la fonda asignada por sorteo. La Vuelta entera entraba en esas maletas.
Ellas también recorrieron los 191 kilómetros de la primera etapa: Madrid-Valladolid. El primer día para todo: para la primera escapada, montada por Molina, Mostajo, Molinar y Van der Rint. Para el primer puerto, el alto del León, por donde aceleró el suizo Amberg. Para la primera desgracia, de nacionalidad belga: Gardier rompió la horquilla de su bicicleta. Para la primera dosis de mala suerte que en esa Vuelta persiguió a Cañardo. El catalán de Olite se creía ya ganador en la meta de Valladolid cuando le rebasó Digneff. Tardaron 5 horas y 58 minutos en llegar; el italiano Piccardo, el primero en ser el último, necesitó algo más: casi siete horas y media.
De la segunda etapa (251 kilómetros entre Valladolid y Santander) no pasó el valenciano Capella. En Venta de Baños había un sprint con un puñado de pesetas en juego. El ciclismo era pobre; los ciclistas, más. Hubo zafarrancho y Capella acabó en el sembrado. Despertó en la cama de un lugareño. Con su maleta de madera al lado. Ni el camión y la Vuelta le esperaron.
En el descenso hacia Reinosa, Luciano Montero pinchó por tercera vez. Maldecía. A mordiscos con los tubulares para cambiarlos. En Torrelavega, el público se desilusionó porque por allí apareció Cardona en lugar de alguno de los 'Truebas', los chavales del pueblo. La etapa se decidió en el alto de La Pajosa. El valenciano Escuriet, con alas, superó a Cardona y tiró solo hacia Santander. Más de 20.000 personas le aplaudieron en los Jardines de Concha Espina. Había llegado rápido, a 29,430 km/h de velocidad media.
Para ir a Bilbao desde la capital cántabra (199 km.), la tercera etapa madrugó: a las cinco de la mañana, la hilera de dorsales pedaleó hacia Solares, Alisas, Arredondo, Asón, La Sía, Espinosa (control de firmas), Los Tornos, Ramales (aprovisionamiento), Ampuero, Laredo, Castro y Bilbao. El suizo Amberg arrancó desde Astillero. Loco. Por Alisas aventajaba en dos minutos a Fermín Trueba, que estaba en su casa. Alcanzó a Amberg subiendo hacia el Asón. El helvético se detuvo para cambiar la multiplicación de su bicicleta y Trueba aprovechó para rematarle. Detrás, el italiano Barral, ganador en el Mont Faron y mejor escalador de Europa, remontaba. Duelo estelar: Trueba y Barral. El cántabro, aupado por su gente, coronó con dos minutos de renta. Tenía fuerza; le faltó suerte.
En el descenso de La Sía partió la bici y se partió la cabeza. Un chorretón de sangre le peinaba. Tuvo que esperar a que llegara uno de sus hermanos y le dejara su bici. Los favoritos le pasaron, cruzaron Los Tornos y entraron en Vizcaya. Barral pinchó en Somorrostro y ahí se quedó. La Vuelta estaba en manos de seis corredores: Gustaaf Deloor, Molinar, Digneff, Cañardo, Vicente Trueba y Bianchi.
Sprint en Bilbao
Al día sólo le quedaba el sprint en Bilbao. Cuatro vueltas a un circuito urbano. A Cañardo le habían dicho en Santander que eran tres giros y, por eso, celebró el triunfo antes de tiempo. En el cuarto bucle, ya no pudo con Deloor. Por la tarde, como recogió 'El Noticiero Bilbaíno', Cañardo, Cardona y Blasco, portero entonces del Athletic de Bilbao, asistieron juntos a la corrida de toros. Cañardo estaba molesto: «Si hubiesen puesto un cartel con las vueltas que quedaban, yo habría ganado». Y también estaba eufórico: «Nunca como hoy he corrido con tanta confianza. Ojalá la etapa hubiera tenido veinte kilómetros más de cuestas».
Cañardo empezaba a ser un ídolo. Había sido persianero, carpintero, pastor y huérfano desde los catorce años. En 1925 se había presentado a su primera carrera con calzoncillos. Lo más parecido que tenía a un pantalón ciclista. Su primera bicicleta la compró a plazos. En la Vuelta del 35 rodaba sobre una Orbea. Deloor, que era el líder, llevaba una BH. Primero y segundo. Así quedaron al final.
El cuarto día amaneció con los ciclistas deambulando por el Arriaga o los soportales de Azkarreta. Fermín Trueba apareció vestido de calle. No iba a salir. «No estoy bien de las heridas de ayer». A las seis y media vio marchar a su rivales hacia Atxuri. La carretera entre Bolueta y Galdakao era una trinchera. Cardona pinchó tres veces. No cogió al pelotón hasta Urkiola. Peor le fue al guipuzcoano Álvarez, que se incrustó contra un camión de reparto de pan. A la meta de San Sebastián llegaron seis en cabeza: Digneff, Molinar, Adam, Cañardo, Deloor y Barral. Cañardo tuvo que esperar a la jornada siguiente, (264 km. entre San Sebastián y Zaragoza) para ganar al fin una etapa. La mala suerte de ese día quedó reservada para Américo Tuero, que partió la horquilla de su bicicleta en Elgueta y la reparó amarrándola con una cuerda. Así bajó el puerto. Quisieron impedírselo. Y nada: «Bajo aunque sea sobre una rueda», dijo.
El resto de la Vuelta fue un aguacero. Ciclistas sobre barro. Calados. Llenos de llagas. «Si sé que en el sur de España llueve tanto, no vengo», protestó el austriaco Max Bulla, vencedor en las etapas de Valencia y Granada. En la prensa apenas había fotografías. El ciclismo se escribía. Se describía. Y a Bulla lo dibujaban así: «Sus orejas son enormes, del tamaño de dos berzas. Pero así, con sus orejas de paquidermo, desplegó velas en los descensos».
La carrera apenas se movió hasta la penúltima etapa: Cáceres-Zamora, de 275 kilómetros. Bajo el diluvio. Otra jornada submarina. A diez kilómetros de la meta, Cañardo notó que su cadena no iba. Tuvo que bajarse. Y nada. Sin solución. Un espectador le prestó su bicicleta para acabar el recorrido. Lloró en Zamora. Del segundo, había bajado al cuarto puesto. Pasó esa noche en vela. Rabiando. Deseando que comenzara la etapa final: 250 kilómetros desde Zamora a Madrid.
Envuelto en un impermeable, Cañardo convirtió el alto de El León en una guerra. Sólo Deloor y Bulla le resistieron. Molinar y Digneff, segundo y tercero en la general, se derritieron. Deloor ganó en la Casa de Campo la etapa y también la general. Cañardo, segundo al final, le había quitado los complejos al ciclismo español. Cien mil personas le vieron en aquella meta; a él y a los otros 28 héroes de la primera Vuelta a España.