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Armstrong tira del grupo de escapados en una ascensión. :: EFE
La última escapada de Armstrong
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La última escapada de Armstrong

Contador y Schleck firman la paz el día que el americano desfila en fuga por el TourmaletLa etapa estuvo marcada por un inicio frenético, en el que se llegaron a descolgar Samuel Sánchez, Gesink y Luis León Sánchez

J. GÓMEZ PEÑA

Miércoles, 21 de julio 2010, 10:40

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Talladas en piedra, las historias del Tour revolotean por los Pirineos. Imborrables. Duelos eternos que continúan en la memoria como los de Bobet-Robic, Coppi-Bartali, Merckx-Ocaña, Bahamontes-Gaul... O Contador-Schleck. El lunes, cuando el madrileño sacó provecho de un fallo mecánico del luxemburgués para rematarle, Schleck le maldijo. Ayer, lo entendió: «Son cosas de la carrera». El viejo código del ciclismo. Y se abrazaron. Schleck, elegante, pidió al público que no silbara más a su rival. «Gracias, Andy. Somos buenos amigos», zanjó Contador. Y enemigos a muerte mañana en el Tourmalet. De escenas así se ha alimentado siempre la Grande Boucle.

El Tour ha creado su propia cultura: historia, geografía, mitología. Cada personaje ha quedado grabado a una montaña, a la fachada de una localidad. De Luchón, por ejemplo. De allí salió ayer el Tour que festeja el centenario del Tourmalet. Y pronto, en el kilómetro 3, asomó una figura de su tamaño: Lance Armstrong, vencedor siete veces en París. En su último viaje y tras días de desfile casi fúnebre, ayer eligió la manera de irse. A lo grande: frente al 'círculo de la muerte', a la procesión que forman el Peyresourde, el Aspin, el Tourmalet y el Aubisque.

Con su fiel Horner, y con Barredo, Sastre, Vinokourov, Fedrigo, Moreau y Plaza pedaleó en el Peyresourde directo hacia la historia de la Grande Boucle. Ocupa una plaza de honor en el pelotón eterno del Tour. El de Thys, Anquetil, Hinault, Induráin... El de Lapize y Garrigou, que por el Peyresourde cruzaron hace ahora cien años. De madrugada. En las paredes del monte resuena aún la voz del gentío que les vio pasar con los neumáticos anudados a la espalda.

El de ayer fue un inicio de etapa devastador, de la talla del decorado. Contador, líder, vio cómo el grupo de los mejores quedaba reducido a sólo 14 corredores en el Aspin. «Estaba tranquilo. Cuatro éramos del Astana. Tengo un gran equipo», destacó. Samuel Sánchez, Gesink y Luis León se rezagaron. Su fatiga no se podía disimular. Era transparente. A punto estuvieron de ser acribillados. No serían los primeros. En el Aspin y en 1950, a Bartali un aficionado francés le puso un cuchillo al cuello por provocar la caída de Robic y Bobet. Asustado, se largó a casa.

Al Tourmalet, la etapa llegó más calmada. Atrás, los favoritos, incluido Samuel, iban ya amontonados. Delante, se abrió un momento a archivar: la última escapada de Armtrong. Por un momento dejó a sus compañeros de fuga y se fue solo en el puerto centenario. A pecho descubierto. En su paisaje y el de tantos otros campeones. Ahí, en una curva camino de Sainte Marie de Campan, sobrepasó a Eugene Christophe, que bajaba a pie y bici al hombro en busca de una fragua para reparar la horquilla rota. Catorce kilómetros pateando aquel Tour de 1913. Tres jueces se aseguraron de que nadie, como decía la ley, le ayudara. Christophe logró llegar a la meta y ser años después el primer portador del maillot amarillo de Grande Boucle.

Ataque de Barredo

Armstrong también alcanzó ayer la pancarta final. Sexto en el sprint, con el mismo tiempo que el ganador, el francés Fedrigo, y unos metros por delante del asturiano Barredo, al que los calambres apartaron del libro del libro de oro del Tour. Unos kilómetros atrás, Barredo había pedido ayuda al Aubisque, el último santuario del día. Quiso irse, dejar a Armstrong y al resto, pero no pudo. Subió tan rápido que no vio trepar por el barranco a Winn van Est, que por allí voló más de 50 metros en caída libre en 1951. Era líder y tuvieron que anudar varios tubulares para rescatarle. Perdió aquel Tour y firmó un millonario contrato publicitario con la marca Pontiac, que era el reloj que llevaba en aquel accidente. Intacto tras el vuelo.

En el Aubisque, en realidad, ayer no pasó nada. «Sabía que tras el inicio, todo se iba tranquilizar. Cada uno defiende ya lo que tiene», explicó Contador. El Aubisque, así, pasó desapercibido. Thevenet tampoco recuerda haberlo subido en 1972. Se cayó unos kilómetros antes y al volver en sí creía estar en la París-Roubaix. Así de nublado llegó Thevenet a Pau, la meta donde ayer Fedrigo celebró el triunfo en la última etapa que quiso Armstrong. «Sé que ya no soy el mejor, pero conservo el espíritu ganador», dijo. Va a cumplir los 39. Cien años tiene el Tourmalet. Eternos. Como Contador: «Quería que Lance ganara en Pau».

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