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MARÍA JOSÉ CARRERO
Miércoles, 7 de abril 2010, 09:27
El número de españoles que opta por la soltería definitiva va en aumento. Así lo pone de manifiesto el estudio 'Nupcialidad y cambio social en España', del profesor de Sociología de la UNED Juan Ignacio Martínez Pastor. Para realizar el informe, que el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) ha publicado en fechas recientes, el experto ha estudiado la evolución de la Encuesta de Población Activa (EPA) entre los años 1976 y 2004, diferentes informes sobre fecundidad y barómetros de opinión del propio CIS.
Solteros definitivos son las personas de cuarenta o más años que nunca han convivido en pareja, es decir, no incluye a quienes han cohabitado sin pasar por el Registro Civil, a los divorciados ni, por supuesto, los viudos. Pues bien, el 11% de las mujeres y el 15% de los hombres nacidos en la primera mitad de la década de los años sesenta son solteros. Sobre el papel, el porcentaje no parece elevado, pero sí lo es si se compara con el 5% de décadas anteriores.
«De las mujeres nacidas en los cincuenta, sólo el 5% estaba soltera. El panorama es muy diferente en la década siguiente», resalta el profesor y no sólo porque aumenta el porcentaje de 'singles', sino porque cada vez se retrasa más la edad del matrimonio. Así, sólo una de cada cuatro chicas de la segunda mitad de los setenta se casó antes de cumplir los treinta años, algo radicalmente distinto a lo ocurrido en la generación de los cincuenta, que en un 80% de los casos ya convivía para esa edad.
Más estudios, menos bodas
Para explicar este cambio de patrón, el profesor de Sociología pone el acento en las mujeres de los sesenta: «Ellas son las que han cambiado claramente el patrón matrimonial; marcan un antes y un después». La explicación a ese 'corte' en las pautas de comportamiento hay que buscarla fundamentalmente en «el aumento del nivel educativo orientado al ejercicio de una profesión» que protagonizan las mujeres que ahora tienen entre 45 y 50 años. «El destino 'natural' de las mujeres que superan esa edad era casarse y tener hijos y, cuanto antes, mejor». Como prueba, un dato: sólo el 20% de las nacidas entre 1945 y 1950 tiene algún tipo de formación orientada a conseguir una actividad laboral. Además, únicamente tres de cada diez tenían un trabajo entre los 26 y los 30 años, es decir, durante la etapa de crianza de sus hijos.
Para Juan Ignacio Martínez Pastor, las mujeres «han sido y son el motor de los cambios familiares en España». Su decisión de ser independientes económicamente -el 75% de las que ahora están en la treintena trabaja- acarrea al menos tres consecuencias. La primera es que cuantos más estudios, menos bodas. «A mayor nivel educativo y trayectoria profesional de la mujer, menos probabilidades existe de que se despose», dice el sociólogo.
Además, el aumento de la tasa de empleo femenina repercute en el estado civil de los hombres porque cuanto más alto es el índice de inserción laboral de ellas, más elevado es el porcentaje de hombres solteros. Por último, la incorporación femenina al mundo laboral implica que «todo se retrasa, porque antes de dar del paso de casarse y ser madres quieren afianzar su puesto de trabajo».
Fenómeno del sur de Europa
El especialista en Sociología de la Familia y del Trabajo llama la atención sobre el hecho de que la relación negativa entre inserción laboral de la mujer y formación de una familia es un fenómeno casi exclusivo de los países del sur de Europa, con España e Italia como exponentes, debido a la dificultad para conciliar la vida laboral y familiar.
«En los países nórdicos y en Estados Unidos, la proyección profesional de la mujer no está reñida con la formación de una familia. En Suecia, por ejemplo, el problema se resuelve mediante el Estado del Bienestar porque hay guarderías para todos y unos horarios laborales y escolares más acordes para facilitar la conciliación. En Norteamérica, se arregla con mano de obra barata que cuida a los niños, algo que en España empieza ahora a darse con los emigrantes».
Pese a este panorama, «no hay que dramatizar. El que aumenten las solterías definitivas no significa que la familia esté en crisis. La gente se sigue casando, aunque sean menos quienes lo hagan, más tarde y tengan menos hijos».
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