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FRANCISCO GÓNGORA
Domingo, 7 de febrero 2010, 04:07
«¿Qué es un carromato?», pregunta Jesús Jiménez, de 7 años, cuando la maestra le señala la rueda dibujada en la bandera azul cielo y verde tierra de los gitanos. «¿Pero no te lo ha contado tu abuelo?», insiste la enseñante. «¡Ah, sí -dice el niño-. Que antes no teníamos casas, sino árboles». La escena ha tenido lugar el día de Santa Águeda en el aula de refuerzo educativo que la asociación Gao Lacho Drom tiene en la calle Antonio Machado del barrio de Sansomendi de Vitoria. Los viejos referentes se diluyen en la mente de los pequeños gitanos, que sí celebran, por ejemplo, la tradición de cantar con bastones a la santa mártir, como cualquier escolar.
Ni Jesús ni su primo Ángel, de 9 años, enfrascado en aprenderse la tabla de multiplicar, saben nada de la vida errante, de las choperas, de dormir bajo las estrellas, de los campamentos de chabolas de los sesenta y del poblado de adaptación llamado «un pueblo en el buen camino» -es el significado de Gao Lacho Drom-, que se situó muy cerca del actual ambulatorio de Lakuabizkarra en 1971. Tampoco lo ha conocido, salvo por las historias contadas una y otra vez «por los abuelos», Pascual Borja, de 28 años, adjunto al presidente de la asociación, Bartolomé Jiménez, del que recibirá pronto el relevo como líder del colectivo.
«Nosotros somos una nueva generación que no conocimos los arrabales ni esa mala vida que no tiene nada de romántica. Es de idiotas creer que a alguien le gusta vivir en medio de la cochambre, como muchos aún siguen pensando. Yo nací en los pisos de Antonio Machado -antes Blas López- tres meses después de que mis padres abandonaran el poblado. He podido estudiar y no vivir al margen», afirma el joven Pascual que maneja, además, los lenguajes de un patriarca, la cortesía, la diplomacia, la hospitalidad, el saber estar con todos. Y a todo eso se suma un gran conocimiento del pueblo. Con estadísticas y con la experiencia que da recibir a la gente y escuchar sus problemas.
Quienes sí recuerdan detalles inverosímiles de aquella etapa oscura son Bartolomé y Julia Chávarri, la religiosa del Divino Maestro que comenzó a trabajar con el grupo en 1968, animada por aquel espíritu postconciliar del Vaticano II que llevó a muchos cristianos a comprometerse con los más débiles.
Un pilón congelado
«El alcalde era Lejarreta y se consiguió algo pionero en España, unos habitáculos con baño y fregadera, cocina y una habitación de 36 metros que luego cada uno separó con ladrillos, según su necesidad. Era algo para empezar a salir de las chabolas. Los inviernos fueron durísimos. El pilón para lavar se congelaba», relata Julia, «el alma y el corazón de la asociación», que a sus 77 años sigue activa pero ya prepara su relevo.
Cuando Bartolomé Jiménez echa la vista atrás y ve el camino recorrido por su pueblo se enorgullece. «Se ha sufrido mucho. Se han superado conflictos, todavía hay discriminación, pero siempre hemos tratado de arreglar las cosas hablando. Hemos contribuido a construir Vitoria, a la paz social y, sin duda, hemos recibido mucho de los payos de buen corazón». La lista es larga, Cáritas, Cayo Luis Vea Murguía, Pedro Mari Núñez y su familia, todos los alcaldes menos uno «que era muy malo», Jesús Loza y todos los grupos políticos, PNV, PP, PSE, EA, IU, «todos sin excepción nos han ayudado», subraya el patriarca agradecido.
«Integración ejemplar»
«Creo que el proceso de integración ha ido ejemplar a nivel español. Ha habido luces y sombras, como la decisión de crear un colegio sólo para gitanos, pero eso se ha reconducido. Conseguir que vivan dispersos por la ciudad como todos los vitorianos y no crear guetos fue fundamental», piensa el ex alcalde José Ángel Cuerda, que recuerda que «nos encontramos con el realojo desde el poblado a las viviendas de Antonio Machado en los años 80. Fue el Ministerio de la Vivienda. Todas las instituciones han colaborado», subraya.
Pero esta buena imagen que se traslada desde las instituciones y desde la propia asociación salta hecha pedazos con polémicas como las protagonizadas por los 'Bartolos' de la avenida de los Huetos que esta semana eran desalojados por impago de sus viviendas. «El 95% de los gitanos hace una vida normalizada sin crear conflictos. Ser diferente no es sinónimo de ser malo, aunque todavía nos cuesta romper el muro de los prejuicios y de los estereotipos. Por nuestra parte hicimos un esfuerzo en hacer la paz con ellos. Porque también tienen derechos», resalta Bartolomé Jiménez, de 65 años, la leyenda viva de este colectivo. Una actitud que le honra porque durante una discusión con el clan de los 'Bartolos' en su despacho, una bala estuvo a punto de costale la vida.
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