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Zapatero, el jueves en un almuerzo en Washington. :: AFP
Plegaria del desconcierto
POLÍTICA

Plegaria del desconcierto

Los males que se han achacado a Rodríguez Zapatero están más extendidos entre los dirigentes socialistas de lo que éstos parecen dispuestos a admitir

KEPA AULESTIA

Sábado, 6 de febrero 2010, 03:38

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En una semana han aflorado todos los indicios de un cambio de ciclo en la política española. El presidente José Luis Rodríguez Zapatero no parece en condiciones de aprovechar la gran oportunidad que le ofrecía el semestre europeo. La credibilidad del Gobierno fue puesta en entredicho en Davos, y ha sido cuestionada por sus socios europeos, por el FMI, e incluso por el comisario Almunia. El CIS ha vuelto a confirmar que el PP sigue por delante en cuanto a intención de voto. Faltan dos años para las elecciones generales, y Rajoy no entusiasma como para asegurarse el salto a la Moncloa. Pero cabe pronosticar que los comicios locales y autonómicos de 2011 serán desfavorables para el PSOE. Aunque no se sabe si un retroceso socialista dentro de un año desperezaría a sus electores de cara a las generales, o si por el contrario un avance popular catapultaría a Rajoy hacia una victoria en toda regla en 2012.

Rodríguez Zapatero es un responsable más de que la política haya perdido la oportunidad que la crisis global le había brindado para coger las riendas de la situación. La política no fue capaz de impulsar las medidas populares que se apuntaron al principio de la recesión para regular y establecer mecanismos más eficaces de supervisión frente a los excesos y defectos evidenciados por el sistema financiero. De esto se dolía Barack Obama hace tan sólo diez días. La llamada a la «refundación del capitalismo», realizada por el propio Sarkozy, se desvaneció de inmediato por la imposibilidad de arbitrar una gobernanza global ante los afanes de los países emergentes y las resistencias de las potencias que pueden verse desplazadas en el mapamundi que surja de la crisis. Pero el Gobierno de Rodríguez Zapatero tampoco ha sido capaz de introducir a tiempo y paulatinamente esas otras medidas, las 'impopulares', vinculadas a la contención del déficit público.

Hasta que, de pronto, se ha visto obligado a transmitir el mensaje de que apuesta por todas a la vez. El recorte del gasto en 50.000 millones de euros, durante éste y los dos próximos ejercicios, ha pasado desapercibido ante el ruido generado por la doble propuesta de reforma en la edad de jubilación y en los años de cómputo de las pensiones. Y ello a pesar de que se trata de una medida sangrante e imposible de aplicar sin consecuencias sociales. La reforma del mercado de trabajo anunciada se presentó ayer como un índice temático cuya concreción y efectos son imposibles de predecir; como si en el acta del Consejo de Ministros se hiciera constar sobre todo la mutua dependencia que en España existe entre el Gobierno y los sindicatos.

A este paso, Rodríguez Zapatero puede agotar su segundo mandato cumpliendo fielmente con su propósito de no ser nunca portavoz de una mala noticia. Es significativo que haya pretendido salvar la semana más desconcertante de su segundo mandato con una plegaria tan huidiza respecto a los problemas que realmente le esperaban a la vuelta de Washington -«No explotarás al jornalero pobre y necesitado»-. Sin embargo los males que se le han achacado a Rodríguez Zapatero están más extendidos entre los dirigentes socialistas de lo que éstos parecen dispuestos a admitir. El presidente ha contribuido a ello: un liderazgo sin contrapesos, una dirección desactivada, y un Gobierno de ministros y ministras cuya autoridad descansa únicamente sobre el designio presidencial. Pero aunque barones y alcaldes socialistas puedan mostrarse inquietos y críticos ante la que se les vendrá encima dentro de un año, son excepción los que están en condiciones de presentar un mejor balance que el inquilino de La Moncloa. Algo ha debido hacerse mal en Andalucía cuando más de una cuarta parte de su población activa está en paro después de tres décadas ininterrumpidas de Gobierno socialista.

Qué decir de la manifiesta incapacidad del PSOE madrileño para sacar la cabeza. O de las atropelladas circunstancias que viven los socialistas en Baleares a cuenta de la corrupción. Del temor nuclear de Barreda a perder el legado recibido de Bono. O de las caóticas imágenes que transmite el gobierno tripartito de la Generalitat, y de la suerte que puede correr un ayuntamiento tradicionalmente socialista como el de Barcelona.

Pero la demostración más palpable de la debilidad del PSOE es que Rajoy puede estrechar el cerco en torno al Gobierno con sólo demandar un debate parlamentario. Pobre alternativa la que ofrecen los populares, si no va más allá de la solicitud de un enésimo pulso dialéctico entre su presidente y el del Ejecutivo. Pero eso es lo más elocuente. No se trata sólo de que el líder del PP quiera hacer realidad el principio de que la alternancia casi siempre se produce porque el Gobierno de turno pierde las elecciones, y no porque las gane la oposición. Demuestra además que la gran baza de Rajoy es evitar que las bases socialistas y la parte del electorado que guarde mayores reservas ante un eventual regreso del PP a La Moncloa reaccionen contra su candidatura. No hay mucha más coherencia en la secuencia de declaraciones que han realizado los dirigentes populares a lo largo de esta semana que la de su afán por hacerse con el poder. Pero su inconsistencia es el mejor retrato de la debilidad que aqueja al Gobierno y al PSOE.

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