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CIENCIA

Altamira, la reapertura fantasma

El anuncio de visitas experimentales desde hoy para analizar el impacto de la presencia humana en las pinturas ha suscitado la infundada esperanza de que pueda volver a abrirse la cueva

L. A. GÁMEZ

Jueves, 27 de febrero 2014, 21:01

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¿Volverá Altamira a abrirse al público? El anuncio de que este jueves da comienzo una serie de visitas experimentales a la cueva -en grupos de cinco personas- ha llevado a mucha gente a pensar en una próxima reapertura de la gruta de Santillana del Mar, cerrada hace doce años para garantizar la conservación de sus pinturas. "No tiene por qué ser así", indica, sin embargo, Andoni Iturbe, historiador y jefe del servicio de Patrimonio Cultural de Bizkaia. "No hay que considerarlo un antecedente de nada", coincide Mikel Unzueta, arqueólogo de la Diputación de Bizkaia y coordinador del proyecto Santimamiñe.

Un cazador descubrió la cueva de Altamira en 1868. Sin embargo, no fue hasta 1879 cuando una niña de 9 años, María Sanz de Sautuola, abuela del actual presidente del Banco Santander, vio 'bueyes' en las paredes de la gruta mientras la visitaba con su padre, Marcelino Sanz de Sautuola (1831-1888). Este escribió un libro sobre el descubrimiento, y el techo policromado de Altamira revolucionó la Prehistoria. Sus bisontes fueron la primera muestra conocida de arte rupestre y se toparon con la oposición de buena parte de los expertos, a quienes no cabía en la cabeza que aquello fuera obra del 'hombre de las cavernas'. Al final, el hallazgo de otras cuevas con pinturas a lo largo del arco atlántico confirmó la antigüedad de Altamira a principios del siglo pasado.

Las pinturas más antiguas de la cavidad -unos signos de ocre rojo- datan de hace unos 35.000 años, mientras que los famosos bisontes se remontan a hace unos 15.000. Física y mentalmente, los artistas de Altamira eran como nosotros. Usaban herramientas de piedra, trabajaban las pieles, confeccionaban su ropa, vivían en tiendas, cocinaban con hierbas y especias... E hicieron algo sorprendente: empezaron a plasmar en dos dimensiones, y con gran realismo, su mundo de tres dimensiones. Milenios después, su arte alcanzaría gran popularidad y eso lo pondría en peligro.

Atracciones turísticas

Altamira se abrió al público en 1917, pero fue en la década de 1970 cuando llegó a recibir hasta 170.000 visitantes anuales. Gente que entraba en la cavidad para vivir una experiencia única y, sin darse cuenta, alteraba un ecosistema frágil y, a la larga, provocaba el deterioro de las pinturas. Fue un fenómeno generalizado en la cornisa cantábrica y el sudoeste francés. En Bizkaia, pasó algo parecido en la cueva de Santimamiñe, en Kortezubi, desde 1969 hasta 1997, cuando las visitas se limitaron a la entrada de la gruta para frenar los daños en unas figuras animales inmortalizadas en sus paredes con carbón entre hace 14.500 y 12.000 años. Como otras muchas cavidades con arte rupestre, la vizcaína fue una atracción turística más hasta su cierre en 2007.

"Entiendo que lo que van a hacer ahora en Altamira es lo que hicimos en Santimamiñe antes de cerrarla. Durante un año, entró una vez al mes en la cueva un grupo de geólogos y arqueólogos para ver cómo reaccionaba el ecosistema", advierte Iturbe. Hasta agosto, accederán a la llamada capilla sixtina del arte rupestre 192 personas, elegidas aleatoriamente entre los visitantes del Museo de Altamira. Solo estarán en la cueva 37 minutos, con tiempos de permanencia delimitados en cada estancia. "El objetivo de estas visitas es analizar el impacto que la presencia humana puede ocasionar sobre la conservación de este bien", precisa la nota del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. No solo alteraciones en la temperatura, la humedad, la presión atmosférica y el CO2, sino también en todo tipo de microorganismos. Los afortunados que entren en la cueva "vestirán monos desechables, gorro, mascarillas, así como un calzado especial, elementos que facilitará el Museo. No se permitirá el contacto con la roca y la toma de imágenes". Y los datos que recojan los sensores instalados en la gruta servirán para establecer si puede, y bajo qué condiciones, volver a recibir gente. La experiencia vizcaína no apunta, precisamente, en ese sentido.

"El impacto era bastante alto", recuerda Iturbe sobre las entradas mensuales de expertos en Santimamiñe antes de su cierre . "Una visita de corta duración puede provocar un aumento de 3,1º C en la cámara de las pinturas, cuando la oscilación anual normal es de 1,2º C. Y también se dispara el CO2", explicaba en 2008 la geóloga María Zaparain. Al final, la Diputación de Bizkaia optó por cerrar la cueva a cal y canto. Desde marzo de 2008, una recreación en 3D sustituye la visita a la cavidad de Kortezubi y permite disfrutar, con mayor detalle que el original, de un recorrido por toda la gruta, incluido el santuario. "El reto actual es conservar este patrimonio sin negar a la sociedad el acceso al mismo. Santimamiñe es un tesoro, es algo único, y no podemos dejar que desaparezca", dice Iturbe.

Réplicas y sensaciones

Altamira cuenta desde 2001 con una réplica, la llamada 'neocueva'. Es una gruta artificial del mismo tamaño que la original, donde las sensaciones para el visitante -la humedad, por ejemplo, parece que se filtra por las paredes- son las mismas que si entrara en la cueva. Así, hace trece años, un participante en una visita limitada a periodistas y representantes de las instituciones preguntó a una azafata: "Tengo una duda: ¿esta cueva es parte de la original, pero que se ha abierto por otro lado?". Las réplicas son la alternativa al cierre al que están abocadas todas las cuevas con arte rupestre si no queremos quedarnos sin él.

"Si se descubriera ahora una en Bizkaia, no se abriría al público. Cada cueva con arte rupestre es diferente, es una cápsula del tiempo con un mensaje. Y no podemos perder ningún mensaje", indica Unzueta. Una vez al año, él entra con otros expertos en Santimamiñe para comprobar el estado de la gruta y las pinturas, en lo que equipara con el seguimiento de un enfermo crónico que "se está recuperando muy bien". Ni Iturbe ni Unzueta creen que vaya a darse marcha atrás en los cierres de cuevas con pinturas, basados siempre en informes científicos, a pesar de presiones políticas como las que ha habido en Altamira del Gobierno cántabro desde tiempos de Miguel Ángel Revilla. Respecto a las de Bizkaia, donde no hay ninguna de esas cavidades abierta al público, "a corto plazo, no se van a abrir", apunta el jefe del servicio de Patrimonio Cultural, quien no se atreve a proyectar más hacia el futuro su previsión por los posibles avances de la ciencia y la tecnología.

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