La momia sin nombre de Roncal
La villa de Garde conserva las reliquias de un santo, que algunos atribuyen a San Bonifacio, 'padre' del árbol de Navidad
PEDRO ONTOSO
Miércoles, 15 de enero 2014, 19:44
La localidad de Garde forma parte de la ceremonia inmemorial conocida como el Tributo de las Tres Vacas, un conflicto secular por los pastos en la muga de la Piedra de San Martín. La iglesia parroquial de la coqueta villa guarda los supuestos restos de un santo al que se conoce con el mismo nombre pero al que se le adjudican distintos apellidos. Para unos, se trata de Bonifacio de Tarso, decapitado en Asia en el año 306. Para otros, de Bonifacio de Mainz, considerado el padre del árbol de Navidad. Un curioso y fascinante misterio para estos días de Adviento.
Oculta en un banco del retablo de la iglesia de Santiago, ajena a los comentarios que despierta su figura, destaca una momia en actitud serena. Vestida de seda y tocada con una corona de flores, parece dormida, recostada sobre su brazo derecho encima de un cojín. A su lado, un vaso relicario con muestras de su sangre y una espada para evocar, sin duda, su martirio. Los restos llevan en el pueblo desde hace mas de dos siglos, en el más completo anonimato, pero desde hace unos años su historia ha comenzado a llegar a algunas tribunas mediáticas. Incluso ha despertado el interés de alguna especialista del Museo del Prado.
Fue casi de casualidad. Alicia Pérez Tripiana, profesora del área de Educación de la pinacoteca madrileña, visita Isaba con frecuencia porque su marido es oriundo de la localidad navarra. Aprovechó uno de esos viajes para acercarse a Garde a ver la momia. «Yo estoy especializada en iconos eclesiásticos y me recordó a las reliquias de los santos venerados. Lo que vi, desde luego, merece la pena. Es de una belleza extraordinaria», declaró la investigadora a Iván Benítez, de 'Diario de Navarra'.
Sobre su procedencia compiten distintas teorías. El párroco del valle del Roncal, Juan Antonio Indurain, sostiene que los restos corresponden a Bonifacio de Tarso, un mártir asesinado en el año 306. El clérigo asegura que existe un certificado de autenticidad emitido en Roma. Hay un documento de 1730 en el que consta la donación a Pascual Beltrán de Gayarre, arcediano de Cámara de la catedral de Pamplona, del cuerpo de San Bonifacio de Tarso, que había reposado en el cementerio romano de Santa Inés. En alguna bibliografía cristiana se recoge que este mártir fue enterrado en el Aventino.
Otros investigadores relacionan estas reliquias con San Bonifacio, el apóstol de Alemania. Fue un monje de Inglaterra llamado Wifrido, que evangelizó en Germania hacia el año 715. Fundó distintos obispados y diócesis como la emblemática Würzburg y en 746 fue nombrado obispo de Maguncia, Mainz en alemán, a orillas del Rin. Mainz es un apellido muy frecuente en Navarra, en el valle de Roncal y en Garde. Algunos se remontan muy atrás para recordar que esta zona de Navarra fue invadida en su día por los cimbros, un pueblo germánico celta que llego hasta Hispania tras atravesar la Galia.
Tirar de estos hilos es una aventura fascinante, en el que se mezclan aspectos como la religión y la historia. Incluso con episodios de piratería. Los introduce el alcalde de Isaba, Ángel Luis de Miguel Barace. El regidor habla de una historia del siglo XVII, protagonizada por los hermanos Felipe y Pascual Atocha, propietarios de una flotilla de barcos. En un viaje a las Indias fueron atacados por piratas, por lo que invocaron a la virgen de Zuberoa, patrona de Garde. La victoria se puso de su lado y se hicieron con un gran botín. Con parte de ese tesoro arreglaron la ermita de la virgen, crearon una asociación para educar a los niños pobres y compraron distintas reliquias. La tradición oral del valle sostiene que entre aquellas estaba el cuerpo momificado de San Bonifacio. Aunque también es cierto que en aquella época había mucho tráfico de reliquias dado su efecto atracción de peregrinos que redondeaban las arcas de las ciudades que las poseían.
A San Bonifcacio, el de Mainz, se le relaciona con la costumbre del árbol de Navidad. A caballo entre la leyenda y cierta documentación se relata un episodio con este mártir de protagonista. En el adviento de 723, de regreso de una entrevista en Roma con el Papa Gregorio II, se encontró con una comunidad de fieles alemanes que había vuelto a sus antiguos ídolos, incluido uno que se representaba en un roble con motivo de la celebración del solsticio del invierno. Preso de la ira cogió un hacha y derribó el roble sagrado. Sin embargo, cortó un abeto de que colgó manzanas y velas, en referencia a las tentaciones del pecado original y a la luz del Cristo que llega para iluminar el mundo. Las leyendas utilizan distintos ingredientes y algunas se parecen poco a otras.
Conozco Mainz, cuna de Gutenberg, padre de la imprenta, al que la ciudad ha dedicado un merecido museo. Las tarjetas navideñas que llevan su sello protagonizan estos días el emblemático mercadillo que se dispersa en la plaza de la catedral de San Martín. Desde una atalaya, la figura de Bonifacius preside el dédalo de puestos y toldos en los que no faltan los árboles navideños. Una costumbre que cumple hasta el propio Papa Francisco. En la plaza de San Pedro lleva días parpadeando el árbol que le han enviado desde Baviera. El abeto mide 25 metros de altura y pesa siete toneladas. Pasdas las fiestas, la madera del tronco se utilizará para hacer juguetes u objetos de uso cotidiano.
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