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Vista de Kuwait City, la capital. / Reuters
El oasis público
Pequeño país en el golfo pérsico

El oasis público

¿Crisis? Kuwait se plantea medidas como pagar los intereses que deben todos sus ciudadanos y regalar 13.000 euros a cada uno

CARLOS BENITO

Viernes, 12 de abril 2013, 02:17

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Kuwait no tiene ríos ni lagos, pero la naturaleza ha provisto a este pequeño país del Golfo Pérsico de otras riquezas un poco más rebuscadas. Durante décadas, la base de su economía fueron las perlas: hasta ochocientos barcos zarpaban cada año de sus puertos en busca de las preciadas bolitas de nácar, que acababan en los expositores de joyería de todo el mundo. Pero, hace casi un siglo, los japoneses descubrieron la manera de cultivarlas y los kuwaitíes afrontaron una incertidumbre que, la verdad, les duró poco. Siempre se había sabido que, en la arena de sus desiertos, brotaban a veces manchas oscuras, aceitosas y bastante desagradables, pero fue en los años 30 del siglo pasado cuando se confirmó que allá abajo había petróleo, mucho petróleo, tanto petróleo como para poder reírse de la falta de agua dulce.

El "oro negro" ha resultado determinante a la hora de configurar el Kuwait moderno, acostumbrado a nadar en la abundancia. El país, con un tamaño similar al de la provincia de Zaragoza, ha desarrollado una estructura social radicalmente distinta a la de antaño: de los tres millones de habitantes, solo el 31% son ciudadanos kuwaitíes, mientras que el resto se compone de extranjeros atraídos por esa prosperidad que brota de un pozo. Abundan los trabajadores muy cualificados procedentes de países occidentales, pero la mayoría de ese enorme colectivo inmigrante es mano de obra que se ocupa de las tareas más humildes, llegada desde India, Bangladesh, Filipinas, Jordania, Siria o Egipto. La política también se ha vuelto singular, como demuestran las noticias de las últimas semanas: el Parlamento, que salió de unas controvertidas elecciones celebradas en diciembre, se ha convertido en un alegre festival de propuestas populistas, y el populismo adquiere otro sentido en un país con un fondo soberano de más de 300.000 millones de euros, unas reservas de crudo de 100.000 millones de barriles y un superávit sin precedentes en el pasado ejercicio fiscal. A los kuwaitíes no se les puede seducir con promesas como bajar los impuestos, por la sencilla razón de que allí no existen, y tampoco les preocupan cuestiones como el paro, ya que el Estado se compromete a proporcionarles un empleo.

Así que se recurre directamente a repartir dinero a espuertas. La Asamblea Nacional ha aprobado, por ejemplo, el "alivio de la deuda", una ley que obliga al Estado a pagar los intereses de todos los préstamos concedidos por la banca a los ciudadanos entre 2002 y 2008. La idea es que abone todo lo que deben, asuma la parte correspondiente a los intereses y les vaya cobrando el resto en cómodos plazos. Para que los kuwaitíes sin deudas no se sientan discriminados, a ellos se les quiere compensar con 2.700 euros por barba. El Gobierno se abstuvo en la votación y, de hecho, ha exigido un estudio detallado de los costes de esta norma, que sus primeras estimaciones sitúan entre 2.700 y 11.000 millones de euros. Otra iniciativa, independiente de la anterior, reclama que se entreguen 13.000 euros a cada ciudadano, a modo de detalle. Puede parecer una ocurrencia peregrina y descabellada, pero cuenta con antecedentes cercanos: en 2011, para celebrar la feliz coincidencia de tres aniversarios redondos (los de la independencia, la liberación tras la ocupación iraquí y la ascensión del actual emir), cada ciudadano recibió 2.700 euros y dos años de suministro gratuito de algunos alimentos, que justo han terminado la semana pasada.

Hay más propuestas, como el sueldo de 800 euros para las madres que no trabajen o la mejora de algunas pagas: actualmente existe una prestación mensual de 135 euros por hijo, hasta un máximo de cinco, y se quiere elevar al doble y establecer el límite en diez. Los kuwaitíes llevan desde hace décadas una vida amortiguada por un montón de subsidios. El Estado paga la sanidad y la educación, incluidas las carreras en el extranjero, concede préstamos sin intereses para construir viviendas, cuenta con una red de economatos donde los ciudadanos kuwaitíes compran alimentos básicos artificialmente baratos y también mantiene a precios bajísimos la electricidad, el agua -ninguna tontería, en un país que depende en buena medida de plantas desalinizadoras- y los combustibles, con el litro de gasolina a 16 céntimos de euro. Solo los subsidios energéticos suponen al Estado más de 3.000 euros anuales por habitante. La tarifa eléctrica no ha subido desde 1966 y es treinta veces más baja que en España, lo que tiene un par de consecuencias indeseadas. La primera es el derroche: en Kuwait, el 70% de la electricidad consumida es de uso residencial, frente al 25% en nuestro país. La segunda es que muchas personas ni siquiera se molestan en pagar, convencidas de que se trata de minucias y de que esas necesidades cotidianas deben correr a cuenta de las arcas públicas. Según estimaciones oficiales, los ciudadanos deben más de 800 millones de euros en recibos pendientes de la luz.

Juventud consentida

Son las secuelas psicológicas que provoca un Estado sobreprotector. «La población más adulta está descontenta con la actitud de la juventud, criada en la opulencia y el gasto indiscriminado. Suelen decir que los jóvenes están malcriados, consentidos. Las empresas tienen la obligación de contratar a un porcentaje de kuwaitíes y lo hacen sabiendo que no van a trabajar, que se dedicarán a perder el tiempo en internet, si es que acuden», explica Natalia Martínez López de Guereñu, una vizcaína de Las Arenas que lleva tres años en Kuwait. Allí ha creado una empresa para asistir a los extranjeros que se establecen en el emirato y, además, se dedica a retratar el país en su blog "Diario de un sidecar".

El acceso a la nacionalidad kuwaití está muy restringido y las últimas noticias apuntan hacia un endurecimiento del trato a los extranjeros. Según la prensa local, el Gobierno se plantea medidas como recortarles aquellos subsidios de los que se benefician -agua, electricidad y combustible- e incluso establecer un IVA y otros impuestos específicos para ellos, aunque el ministro de Finanzas ya ha puntualizado que «no todo lo que se ha publicado es verdad». ¿Envidian alguna vez las condiciones de vida de los ciudadanos kuwaitíes? «Para nada -responde Natalia-, porque viven encarcelados en sus costumbres, como los matrimonios concertados o el nulo poder de decisión de las mujeres, que si son musulmanas de corte clásico van cubiertas de negro todo el día. Puedes envidiar que, durante al menos 50 años, a un kuwaití no le va a faltar de nada, pero aun así prefiero seguir siendo española».

A nadie se le escapa que los subsidios, los regalos y el empleo garantizado tienen el efecto de reducir la conflictividad social en un país que lleva dos años de protestas, tímidas pero persistentes. Cada cierto tiempo, entidades como Human Rights Watch critican la actitud de Kuwait en la protección de los derechos humanos, a lo que el Gobierno suele replicar que «no entienden» el país. El próximo informe no será más positivo, ya que el lunes se aplicó la pena de muerte por primera vez desde 2007. Se ahorcó a tres hombres condenados por asesinato, entre los que no figuraba ningún kuwaití: se trataba de un saudí, un paquistaní y un "bidún", uno de los 100.000 apátridas del país, muchos de ellos descendientes de beduinos que no solicitaron la ciudadanía cuando se declaró la independencia.

La actitud del Gobierno ante la disidencia, tradicionalmente severa, tampoco da signos de mejorar: en los últimos meses, se ha encarcelado a varios "tuiteros" e incluso a algunos exparlamentarios acusados de expresar opiniones ofensivas para el emir. En este país sin ríos, la sed de agua parece mejor resuelta que la de libertad.

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