El folclore imaginario de Rabih Abou-Khalil
El músico libanés trae al Teatro Campos su cruce de culturas, que no conoce límites
CARLOS BENITO
Miércoles, 23 de mayo 2012, 09:49
El libanés Rabih Abou-Khalil es un campeón de la mezcla cultural, una especie de 'recordman' del mestizaje que pone en evidencia a otros que van de cosmopolitas y eclécticos. A veces, da la impresión de que Abou-Khalil se complace en ponerse las cosas difíciles: le divierte combinar lo que siempre había parecido incombinable, el agua de una música y el aceite de otra, y lo alucinante es que acaba consiguiendo un resultado natural, un cóctel coherente y sabroso que hace pensar por qué nadie lo había intentado antes.
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Como muestra, bien puede servir la formación que lo acompañará en su concierto del Teatro Campos, dentro del ciclo 365 Jazz Bilbao. Al frente del Mediterranean Quintet tenemos, por supuesto, al propio líder con su 'oud', el laúd árabe de mástil corto y sin trastes. Junto a él, haciendo las funciones de bajo, estará su fiel escudero francés Michel Godard a la tuba. En la batería, otro habitual de sus grupos: el pegador estadounidense Jarrod Cagwin, un estudioso de los ritmos indonesios, africanos y turcos (y también del flamenco) que es capaz de adaptarse a los infernales compases de las composiciones de Abou-Khalil. A ellos se suma un acordeonista italiano, Luciano Biondini, con lo que la cosa empieza a sonar extravagante. Pero la guinda la aporta Gavino Murgia, un saxofonista de Cerdeña que también hace las funciones de cantante ocasional, con el chocante estilo gutural propio de la isla italiana, no siempre reconocible como una voz humana.
Para Rabih Abou-Khalil, esta suma de elementos de procedencia heterogénea supone una práctica natural, lógica, aparte de poner el asunto interesante. En parte, es un músico marcado por su propia biografía: nació en Beirut en 1957 y vivió allí sus primeros veinte años, hasta que se mudó a Munich empujado por la guerra civil en el país. A su maestría con el 'oud' sumó en Alemania los estudios de flauta clásica, y sus raíces en la música árabe se ramificaron gracias a un gusto desprejuiciado que abarca el jazz de Ornette Coleman, el rock explorador de Frank Zappa o el calipso de Mighty Sparrow. Como resultado, lo mismo compone para un cuarteto de cuerda o una orquesta clásica, que colabora con un solista de duduk (el oboe armenio) o coloca al frente de su grupo a un joven cantante de fados para grabar un álbum entero en portugués, pese a ignorar por completo la lengua.
«Su música refleja la rica experiencia de un nómada entre culturas», resumieron los críticos discográficos alemanes al otorgarle hace diez años su Premio Honorífico. Lo suyo es jazz, sí, y también identificamos las inflexiones de sus melodías como árabes, pero a menudo el oyente tiene la sensación de que no se trata de ninguna de esas dos cosas. Su sello, Enja, ha optado por referirse a su estilo como «folclore imaginario, una música que suena nueva y extraña, pero también familiar y natural, como si siempre hubiese existido». Por seis euros, un viaje por el mundo de este hombre es un regalo.
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