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J. GÓMEZ PEÑA
Miércoles, 11 de mayo 2011, 20:52
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Quince kilómetros antes de llegar a la meta de Orvieto -una ciudad subida a un volcán- ya se veía la polvareda que el Giro, partido en pedazos, levantaba en los tres tramos de tierra de la quinta etapa (Piombino-Orvieto, de 191 kilómetros). Del humo salió primero el holandés Peter Weening, que empezó a subir con una veintena de segundos la cuesta que va hasta el Duomo. Aguantó. Y ya es el líder del Giro. Detrás, a ocho segundos, entraron los veinte más fuertes: Scarponi, Contador, Nibali, Antón, Menchov, Kreuziger, Garzelli, Arroyo, Joaquím Rodríguez, Mikel Nieve, Cataldo... Sólo faltaban Sastre, que entró a veinte segundos a sus rivales; el luso Machado, a tres minutos; Rujano, a cinco, y Di Luca, a siete.
La etapa más temida no ha echado tierra sobre ninguno de los grandes favoritos. Pero los ha tenido en vilo. Es una auténtica barbaridad, ha criticado Contador. Nibali le ha puesto a prueba en el descenso del Croce di Fighine, un puerto con la subida y el descenso sin asfaltar. El siciliano es un temerario. Se la ha jugado. Por si el madrileño fallaba. Y no. Ni él, ni Antón, que en voz baja va sorteando trampas. En la meta, bajo la impresionante fachada del Duomo de Orvieto, los ciclistas se santiguaban. El lunes se mató en el Giro Walter Weylandt. Y hoy, a punto a estado de repetirse la escena, cuando el holandés Slagter ha permanecido inmóvil unos segundos tras una espectacular caída sobre la tierra blanca. Sólo un susto.
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