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show a domicilio

Una estrella en el salón de casa

Sin micros ni focos, los conciertos caseros son una tendencia al alza en España. Salen por unos 200 euros y como regalo sorpresa a tu pareja o a un amigo «funcionan genial».

FRANCISCO APAOLAZA

Sábado, 15 de enero 2011, 15:54

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Ni diez millones de vatios de luz, ni montajes con fuego, ni el volumen más alto que el estruendo del motor de un cazabombarderos, ni multitudes coreando las canciones. Lo último es montarse un concierto en casa. En el salón, con los amigos y el artista preferido cantando entre la tele y el aparador, sin micros, ni amplis, ni foso, ni vallas. Es el concierto en estado puro, con un par de metros de aire entre la estrella y su público, una tendencia asentada en grandes ciudades como Nueva York o Londres y que poco a poco va implantándose en España como una nueva experiencia para muchos músicos que campan fuera del gran mercado de los superéxitos.

A Nuria Morán se le ocurrió darle una sorpresa a Vicente, su pareja, por su 40 cumpleaños. Nada de corbatas, ni bufandas. La granadina le tenía preparado un concierto de uno de sus artistas favoritos. Vendría a tocar Santi Campos, vocalista del grupo Amigos Imaginarios, con su guitarra, nada más. Y nada menos. «Fue muy especial, porque entre canción y canción hablábamos. Fue algo muy natural». Así lo vivió el artista, que en verano colgó un anuncio en la web de su grupo para ofrecerse a dar este tipo de espectáculos. Le rondaba la cabeza desde que Pat Vinicius le contó que hace años participaba en Nueva York en estos 'house concerts'. Más adelante, una plataforma holandesa (Live in the living) que organiza veladas en hogares con varios artistas alternativos le invitó a participar en una de ellas. Y se animó. Desde este verano, el cantante de Amigos Imaginarios ya ha actuado quince veces, en solitario o en dúo, pero siempre con un resultado satisfactorio. «Hicimos esto cuando nos dimos cuenta de que preferíamos intensidad de público a cantidad. Estábamos hartos de intentar convencer en salas. La música es muy importante para mí, y así canto para gente que aprecia lo que hacemos. Es mucho más intenso: el evento no es el cumpleaños; eres tú».

¿Cómo resulta el abordaje a la intimidad del salón de una casa? «Esto tiene algo de operación a corazón abierto». La imagen es de Carlos Morán, el hermano de Nuria, que narra la sensación de pedir los bises en persona:

-Podrías cantar de nuevo la de...

-Claro. Espera, que voy a hacer un pis.

Lo más curioso para Morán es la sensación que el concierto deja después en el que lo escucha. «El principal regalo es que ya no escuchas las canciones de la misma manera. El hecho de que te cuente cuándo las compuso, porqué, qué sentía... Las hace tuyas. Es una experiencia genial. Terminamos todos cantando con él».

Para convertir la sala de estar en un pequeño Madison Square Garden con Santi Campos hay dos condiciones: que no sean más de 25 personas y que se pague el caché del artista, «una cifra ridícula comparado con lo que se cobra en un sala», unos 300 euros para el vocalista, 600 por el grupo, desplazamientos y hoteles aparte. Por ese dinero se puede tener al ídolo de uno sentado en el mismo sofá desde el que han escuchado sus cedés hasta quemar la cadena de música. El gaditano Javier Ruibal ha participado en varios conciertos, aunque sus condiciones son distintas que las de Amigos Imaginarios: «Nunca canto en fiestas privadas, porque no quiero ser la banda sonora de un cumpleaños».

Moda neoyorquina

El proceso de sus 'house concerts' -así se llaman en los países anglosajones'- comienza cuando alguien ofrece su casa, con un local o un salón amplio en el que puedan caber 30 o 40 personas. Es necesario que dejen espacio para gente anónima que pueda apuntarse al sarao en una convocatoria abierta. Después, llega el artista, entre todos se charla, se come, se bebe y se canta. Comida, bebida y trago largo están incluidos en el precio. «Es muy relajante. Una guitarra y una voz sin ningún tipo de aditamentos. Creo que así se percibe el verdadero valor de lo que estás haciendo», cuenta el autor de 'Atunes en el paraíso'.

Ruibal se metió en este mundo a raíz de una petición de Enrique Silvela, conductor de un programa de música en Radio Enlace, que había conocido de primera mano la experiencia gracias a la casualidad. Coincidió que Silvela es un fan de Francis Dunnery y que se casaba en 2006. Silvela viajaba a Nueva York y Dunnery daba un concierto en esa misma ciudad. No dudó en acudir. Compró la entrada y se plantó en la dirección del evento, aunque no encontró local, ni nada que se le pareciese. Dunnery llegó a cantar al hogar de una extraña. «No me lo podía creer». Después del recital estuvieron charlando y surgió la idea de hacerlo en Madrid. «Se presentó en mi casa, con su mánager y su GPS». Después de aquello, Enrique Silvela ha sido el promotor de varias citas.

Que cantar en casa sea una tendencia actual, no significa que sea algo nuevo. No lo inventó la vanguardia neoyorquina, sino los nobles del siglo XVI, que se las tenían que apañar en sus palacios para escuchar música no sacra. La música de cámara era el 'house concert' de la época. Hasta los días del bueno de Beethoven no nacieron los grandes locales de conciertos. El tema de la intimidad también estaba inventado. A principios de siglo, los habitantes de Nueva York retomaron la costumbre, pero la música era una tapadera. De tanta cercanía, en los años 30, los conciertos caseros de Harlem terminaban casi siempre en ovación cerrada... y también en orgía.

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