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En 1977, Dolores Ibarruri fue elegida diputada por Asturias para las Cortes Constituyentes. / E. C.
Pasionaria
VIZCAYA

Pasionaria

A lo largo de su vida, Dolores Ibarruri libró una dura batalla por demostrar que las mujeres, fuesen de la condición que fuesen, eran seres libres para elegir su destino

IMANOL VILLA

Domingo, 8 de marzo 2009, 03:28

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A los quince años tuvo que abandonar los estudios. Corría el año 1910 y, a pesar de realizar el curso preparatorio para ingresar en la Escuela Normal de Maestras, la realidad inmutable se impuso a las ilusiones. «¿Quién podría costearme los viajes, los libros, la comida, la matrícula?» Hija de mineros, había llegado al punto en el que el destino quedaba marcado por la costumbre. Como si todo estuviera ya escrito, aquella joven vizcaína se «preparaba para servir como criada o casarme y convertirme en la mujer de un minero, la larga historia de mi familia».

Mucho tiempo después ella misma resumiría a la perfección el cruel inmovilismo al que estaba sujeta la mujer en los albores del siglo XX, al recordar cómo, a través de su propia experiencia, aprendió la implacable verdad del dicho popular: «Madre, ¿qué es casar? Hija: hilar, parir y llorar». Y así fue como aquella mujer se introdujo en un universo diseñado para las mujeres de su época. Un mundo en el que sufrir, trabajar a destajo o quedarse embarazada no eran una opción, sino un destino inapelable. Pero, al mismo tiempo, ella supo construir su vida sobre la renuncia expresa y la negación clara y tajante del papel que se les asignaba por el mero hecho de no haber nacido hombre.

«No podía aspirar a más»

Dolores Ibarruri Gómez nació en Gallarta el 9 de diciembre de 1895. Algunos biógrafos destacan la condición de carlista y euskaldun de su padre y el origen castellano de su madre, aunque la gran mayoría subrayan como elemento condicionante en su posterior deriva ideológica el hecho de que ambos fueran obreros. Tras renunciar a la ilusión de ser maestra, ingresó en un taller de costura y más tarde entró a trabajar como sirvienta «en una casa donde el trabajo era agotador: limpiar, atender a los siete chicos, planchar, guisar, y encima servir, pues los dueños que me habían contratado también tenían un pequeño establecimiento de café y bebidas», confesaría mucho tiempo después la propia Dolores al escritor Andrés Sorel.

A los veinte años, y tras casarse con Julián Ruiz, un minero de inclinaciones socialistas, se trasladó a Somorrostro. Se convirtió así en la mujer de un minero sujeta a la austeridad y a la miseria. «Mi misión en la vida estaba cumplida -recordaría-. No podía ni debía aspirar a más. El fin de la mujer, la única salida, su única aspiración, era el matrimonio, y la continuación de la vida triste, gris, penosa, esclava de nuestras madres, sin más ocupación que parir y criar».

Su afición a la lectura y el hecho de que su marido fuera un líder minero socialista le permitió acercarse a la literatura marxista. Las nuevas ideas chocaron frontalmente con su fe católica y tras un proceso de lucha interna, Dolores Ibarruri asumió el socialismo como la herramienta ideológica idónea para luchar a favor de lo que entonces se conocía como la liberación de la clase obrera. Incapaz ya de detenerse, el paso decisivo de rebelarse contra su condición femenina lo dio en 1918 cuando empezó a escribir en la publicación 'El minero vizcaíno'.

Su primer artículo lo firmó con el pseudónimo de Pasionaria, posiblemente por hallarse en plena Semana Santa. Un año después participó activamente en la huelga que sacudió la zona minera y tras la cual su marido fue detenido. Ese mismo año las noticias que llegaban de Rusia y su revolución impactaron profundamente a Dolores, lo que la llevó a ingresar en el Partido Comunista en 1923. Sin embargo, Pasionaria mantuvo su compromiso vital como mujer. Tuvo seis hijos, de los cuales cuatro murieron muy pronto. Sólo sobrevivieron Amaia y Rubén, este último fallecido durante la batalla de Stalingrado, el 14 de septiembre de 1942.

En 1930, fue elegida miembro del Comité Central del PCE y un año después se trasladó a vivir a Madrid aunque, debido a que se la consideró implicada en un atentado perpetrado en la calle Somera, fue recluida en la cárcel, primero en la capital de España y luego en Larrínaga, Bilbao. A su salida, en 1933, organizó la Agrupación de Mujeres Antifascistas junto a Victoria Kent, Irene Falcón, Matilde Huici y Luisa Álvarez del Vayo, entre otras. En 1934, y tras participar en los sucesos revolucionarios de Asturias, Dolores Ibarruri huyó a París para no ir de nuevo a prisión. En las elecciones de febrero de 1936, y tras la victoria del Frente Popular, Pasionaria fue elegida diputada por Asturias. Para la memoria ha quedado su entrada en el hemiciclo en alpargatas, símbolo a buen seguro de su doble condición: mujer y comunista.

«¡No pasarán!»

Al estallar la Guerra Civil, Ibarruri asumió un papel activo en defensa de la legalidad republicana. Fue a partir de ese momento cuando su figura se convirtió en el modelo de la revolucionaria comprometida y dinámica profundamente aferrada a sus convicciones. Frases como el «¡No pasarán!» o «¡Más vale morir de pie que vivir de rodillas!» se transformaron en el símbolo de la resistencia.

Tras la caída de Madrid, abandonó España para trasladarse a la Unión Soviética. En 1942, tras la muerte de José Díaz, Dolores Ibarruri fue elegida Secretaria General de PCE, puesto en el que se mantendría hasta 1960, cuando la sustituiría Santiago Carrillo y ella pasaría a convertirse en presidenta del partido. Durante todos estos años, Pasionaria estuvo muy cerca de la ortodoxia estalinista, con excepción de su denuncia ante la intervención de las tropas del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia. En 1977, regresó a España y, con 82 años, fue elegida diputada de las Cortes Constituyentes. Murió en Madrid en 1989.

Dolores Ibarruri vivió mucho más allá de lo que marcaba la costumbre. Con independencia de su deriva ideológica y de su papel político, Pasionaria fue una mujer en el pleno sentido de la palabra. Comprometida y libre por decisión propia.

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