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Rafael, en el cantón de Santa Ana, donde se encuentra la sede de su asociación. / BLANCA CASTILLO
Toda una vida en la brecha
Testimonio

Toda una vida en la brecha

Rafal Ruiz de Zárate padeció la victoria franquista, fue enlace sindical durante la dictadura y se involucró hace cuarenta años en el movimiento vecinal

ÁNGEL RESA

Lunes, 12 de enero 2009, 09:29

Rafael Ruiz de Zárate, activo presidente de la asociación de vecinos Barrenkale a sus 84 años, es rebelde por los arreones de la vida. Su inconformismo viene alimentado desde niño, cuando la Guerra Civil le obligó a dejar Legutiano. Injusticias y lectura le han forjado el carácter contestario, incómodo para políticos locales de signos distintos, sorprendente en su físico menudo y rostro enjuto. Líder obrero en la dictadura y luchador desde la vanguardia del movimiento vecinal, a Rafael no le achanta nadie. Pese a confesar su desencanto por el pasotismo de los jóvenes ante los asuntos sociales, sigue en la brecha. Como toda la vida.

«El ambiente de Villarreal era el lógico de un pueblo con 'la cosa' de la Iglesia», rememora desde el cantón de Santa Ana. Habla de los tiempos de la República, cuando germinaban odios irreconciliables. «Un tal Luis Cueto, hermano de un comandante de carabineros, salió en plan provocativo y burlesco a la procesión que recorría el pueblo. No pasó nada, pero luego fue el blanco de los requetés».

Igual que su familia, un núcleo simpatizante de «los rojos», que terminó detrás de las rejas con la victoria de Franco. El padre, en el Seminario del Casco Viejo vitoriano acondicionado como cárcel; la madre, en la prisión accidental para mujeres que ahora ocupa el colegio Sagrado Corazón. «Les cortaban el pelo y las paseaban por la calle Dato». El hermano anarquista y los otros que combatieron en el bando republicano, al talego. «Todos a la cárcel», que diría Berlanga.

A Rafael lo detuvieron con doce añitos acusado de ¡espionaje! «De Villarreal nos echó la Guerra. Una noche habían llegado unos 5.000 gudaris y como teníamos simpatía por ellos, yo les repartía agua». Los nacionales, entonces, le echaron cuentas.

«Me acuerdo de que estaba robando peras con unos amigos y me dijeron 'Rafa, que subas, que te esperan los requetés'. Allí nos dieron una soberana paliza, a los hombres a culatazo limpio y a mí, con una vara de mimbre». Le trasladaron a Caballería de la calle Santiago, en Vitoria, donde penó cinco días en una sala con delincuentes comunes. «Me querían enseñar a quitar carteras», recuerda y sonríe. Luego, le obligaron a subir a una camioneta. «Yo había leído mucho y pensaba que nos iban a dar 'el paseo'». En realidad fue un trayecto al Tribunal de Menores, junto a Aldabe, donde permaneció encerrado ocho meses. «Así que a mí me ha salido el impulso instantáneo de luchar. Con los políticos me he llevado bien, pero no les he pasado ni una y nunca me he callado».

Insurgente

Los estragos de la contienda en un adolescente al que no le dejaron serlo forman, tal vez, la parte menos conocida de la biografía de Rafael. Pero le estamparon el sello de la insurgencia de por vida. Con 15 años entró en la fábrica de cervezas La Esperanza, más tarde trabajó poco tiempo en la cosntrucción y terminó jubilado de Lascaray tras veinticinco años en la firma de jabones. «Al poco de entrar ya era enlace sindical. Teníamos sueldos miserables y traté de abrir los ojos de los compañeros para oponernos al paternalismo empresarial».

Ya en 1979 Rafael se involucra en el movimiento vecinal hasta convertirse en un fijo de la sociología vitoriana. Engendró Gasteiz Txiki, «que funcionaba con mucho entusiasmo, hasta con un pequeño centro de salud». Los actuales dirigentes de la asociación que él gestó le miran ahora como rival. Hasta cinco asociaciones se postulan como defensoras de los vecinos en el Casco Medieval y sus aledaños. «La separación no tiene remedio. Algunos han venido sólo a por los locales. Pero no importa, como mejor se ha gobernado el Casco Viejo era con las vecindades».

-¿Cree en un barrio regenerado?

-Más que creer, espero. Tantos años en la lucha social... Que si es una maravilla arquitectónica, pero socialmente cada vez está peor. Estamos tan desengañados que nos parece todo propaganda.

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