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F. GÓNGORA
Domingo, 26 de octubre 2008, 03:01
El 21 de octubre de 1936, tres meses después del comienzo de la Guerra Civil, todo se derrumbó en Elosu, una pequeña aldea de Álava habitada entonces por poco más de cien habitantes, y muy cercana a Legutiano. Aunque combates y bombardeos destruyeron semanas depués su iglesia y muchas de sus casas, lo ocurrido ese día marcó para siempre la historia de un pueblo que se convirtió en «un valle de lágrimas», según la acertada definición del agricultor jubilado Gregorio Viteri. Una crueldad humana sin límites se erigió en ley absoluta ejecutada por Marcelino Urquiola, alias 'El Buey', un vecino más que representó la barbarie de la guerra.
Y es que ese amanecer, 17 de sus vecinos, de entre 70 y 17 años, la mayoría agricultores y votantes tanto del Partido Carlista como del PNV y republicanos, después de ser saqueados, fueron fusilados sin piedad por milicianos republicanos bajo las órdenes de un portugués llamado Texeira y del propio 'Buey'. Hoy domingo, 26 de octubre de 2008, Elosu entero les recuerda con una ofrenda floral en la lápida que evoca aquel fatídico día, en el cementerio, muy cerca de un roble centenario testigo mudo de la matanza.
Federico Garmendia, de 86 años, tenía 14 entonces. Era el cuarto de ocho hermanos y, naturalmente, trabajaba desde niño. Lo hacía en Ollerías, donde vívía, a kilómetro y medio de Elosu, en la alfarería de Larrinoa. El horno estaba cargado la tarde del 20. «Félix Basabe se asomó a la carretera y vio bajar ganado y carros del pueblo. Algo reconoció como suyo porque se echó la bolsa al hombro, se remangó el mandil y dijo: 'voy al pueblo, algo pasa'. A los pocos metros, tropezó con Marcelino Urquiola, que mandaba a un grupo de milicianos. Le pidió una explicación y le dijo: 'Tú también, con nosotros'. Y se lo llevaron hacia el caserío de Castañares. A unos 200 ó 300 metros carretera de Cigoitia les fusilaron y les enterraron en fosas de cuatro en cuatro. «Yo estuve cuando les dieron sepultura en el cementerio de Elosu un par de años después», evoca con contenida emoción Garmendia.
Ni siquiera en aquel contexto de tierra de nadie que era Elosu, en medio del frente de guerra entre los sublevados y las tropas de la República, se ha llegado a entender del todo aquel crimen. Marcelino Urquiola era un tipo de 46 años muy alto y muy fuerte. De él se decía que clavaba un hacha en un árbol y no había nadie capaz de desclavarla. Estaba casado y tenía 7 u 8 hijos. Era el más pobre del pueblo y tenía un carácter muy violento. Cuentan que una vecina a la que se quería llevar aquella tarde le recordó que le había hecho muchos favores. Y no se la llevó. «La envidia y la venganza personal explican aquella barbaridad», dicen en círculos del pueblo.
Arranca una oreja
En el libro 'Frente de Álava', de Josu Aguirregabiria y Guillermo Tabernilla, estos dos investigadores que han hecho un seguimiento muy riguroso de los primeros días de la Guerra Civil en Álava, indican que 'El Buey' había sido juzgado antes de 1936 tras arrancar la oreja -otros dicen la lengua- de un vecino en una trifulca y le consideran «el verdadero inductor de esta venganza, a todas luces personal. Lo que no queda claro es el modo en que se las arregló para convencer al portugués Texeira para asesinar a 17 inocentes».
Entre sus víctimas, estaban los 5 miembros de una familia que habitaba la casa adosada a la suya en Elosu. «La siguiente vivienda era de Eugenio Mendizabal, republicano, y su hijo fue gudari», recuerda Gregorio Viteri, nacido en Nafarrate, pero vecino de Elosu desde joven. Viteri no olvida que cuando 'El Buey' volvió al pueblo en 1937 y se escondió en casa de su hermana fue denunciado por su propia familia a la Guardia Civil y varios vecinos estuvieron a punto de lincharlo. «'Ya hemos cogido al tiburón'», gritaba uno de ellos, según Viteri, un joven entonces.
Ejecutado a garrote vil
'El Buey', tras pasar por la cárcel de Vitoria, donde todavía enseñó una lista con otros nombres de Elosu a los que quería matar, fue llevado a San Sebastián y ejecutado a garrote vil el 30 de octubre de 1939. Cuentan que confesó al cura su crimen. En cuanto al portugués Texeira, tuvo que ser detenido por milicias nacionalistas para evitar que los gudaris del batallón Araba, familiares de los asesinados, lo encontraran para lincharlo.
El régimen franquista utilizó, naturalmente aquella injustificada masacre para su propaganda política y en la primera lápida que se colocó en el cementerio se escribió: «asesinados por las hordas marxistas». Hace tres años se decidió cambiar el texto por el más neutro y realista de: «víctimas de la barbarie de la guerra».
Aún es difícil hablar de todo esto en Elosu y hay vecinos que se niegan. Desde entonces, hay un silencio espeso, sólo roto en la intimidad de los hogares. Son los miedos de la guerra, el terror a volver a una época en la que gobierna la crueldad y todo se derrumba. Al menos hoy se recordará a los inocentes, los 17 de Elosu.
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