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ANÁLISIS

Una de espías

JON AGIRIANO

Miércoles, 23 de abril 2008, 10:54

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Desde el domingo por la noche no dejo de pensar en los dos espías británicos que, procedentes de Manchester y Liverpool, se acercaron a San Mamés para presenciar el Athletic-Valencia. Supongo que alguien les vio y que el club, como buen anfitrión, les facilitó un pase preferente en la Tribuna Principal, de forma que tuvieran la mejor perspectiva posible del partido. EL CORREO anunció su visita, pero luego nadie fue capaz de identificarles entre la muchedumbre. Y es que los espías futbolísticos no son gente fácil de descubrir y menos a partir de las nueve de la noche.

Que nadie espere encontrarse a un tipo duro con sombrero y trinchera gris, seco y silencioso como un soplón muerto, de esos que te perdonan la vida en cada mirada, mientras fuman. Esa figura clásica se convirtió en un estereotipo. Vamos, que murió por repetición. Hoy por hoy, hay muchas posibilidades de que el desconocido espía británico sepa mimetizarse a la perfección entre la hinchada local y sea, sin ir más lejos, ese hombretón sonrosado y francamente efusivo, de camisa extravagante y aliento cervecero, que te pedía tabaco, se te abrazaba cuando marcaba un gol el Athletic y decía 'oh my god' cada vez que veía robar un balón -uno más- a Javi Martínez.

Sea como fuere, pensemos un poco en la estancia de los dos espías en Bilbao. Hay que imaginar que llegaron juntos y con algún propósito concreto -se dijo que a observar a Amorebieta-, y que tenían perfecto conocimiento del estado del Athletic, ese histórico venido a menos que gasta la misma camiseta que el Sunderland y se mantiene, contra todos los vientos y mareas del siglo XXI, en la idea de jugar sólo con futbolistas vascos. También se puede imaginar que los británicos, aprovechando la ocasión, se dieron un homenaje en alguno de esos escasos restaurantes bilbaínos que tienen la rara ocurrencia de abrir los domingos, y que luego, en vista del horario intempestivo del partido, hasta tuvieron tiempo de echarse una siesta; el mejor invento español de la historia, superior incluso al futbolín y a la sangría, pensaron una vez más al acostarse, como lo hacen cada sobremesa de agosto, allá en Benalmádena.

Luego llegó la hora de ir al fútbol y hay que suponer que lo primero que detectaron al entrar en San Mamés fue una extraña sensación de familiaridad. Tanto el estadio bilbaíno como el ambiente que se cuajó en las gradas tenían algo de 'british'. Ambos reconocieron ese viejo aroma a hierba y lluvia, y detectaron de inmediato la electricidad estática de los campos donde se vive una pasión muy antigua. El caso es que se empezaron a sentir como en casa. Cuando el balón comenzó a rodar y el Athletic se lanzó al abordaje, esa sensación placentera se acrecentó. Efectivamente, estaban en casa. Al cabo de hora y media, uno quiere imaginar que los espías estuvieron a punto de efectuar una práctica habitual entre los de su oficio -la de cambiarse de bando- y pedir asilo deportivo en Lezama.

Bromas aparte, la presencia de estos dos ojeadores no deja de resultar inquietante. Desde el domingo es seguro que, en sus informes, aparecerán -si es que no lo estaban- al menos tres jugadores del Athletic cuya proyección no se le escapa a nadie. Me refiero a Amorebieta, Javi Martínez y Llorente. Se trata de tres futbolistas que lo tienen todo -juventud, calidad y un físico espectacular- para convertirse en el oscuro objeto de deseo de cualquier club grande, sobre todo del fútbol inglés, donde cualquiera de ellos encajaría como un guante. Se me ocurre, por ejemplo, que Hargreaves es internacional con Inglaterra y lleva una carrera espectacular sin haber hecho en su vida nada que no hiciera Javi Martínez el domingo pasado. No sería de extrañar, pues, que pronto empiecen a llegar ofertas a Ibaigane. Si queremos que estos jugadores sean, junto a Iraizoz, la columna vertebral del Athletic en la próxima década, habrá que estar preparados. Nos jugamos el futuro.

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