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XABIER GURRUTXAGA x.gurrutxaga@diario-elcorreo.com
Domingo, 20 de abril 2008, 05:03
Cuando los historiadores estudien la crisis de liderazgo interno que el PNV sufrió durante el último mandato de Xabier Arzalluz, a buen seguro que establecerán, como una de las causas fundamentales, el papel desempeñado por este partido en la declaración de tregua por ETA en 1998. Pero, sobre todo, destacarán su subordinación a la izquierda abertzale, tanto en los principios del Pacto de Lizarra, como en la propia gestión cotidiana de aquel acuerdo.
Toda crisis de liderazgo tiene una explicación de índole personal. Sin embargo, en la sucesión de Arzalluz fueron razones de discrepancia política las que dieron pie al desconcierto inicial, a la pérdida de la confianza posterior y al cuestionamiento final del convencimiento general que se había instalado entre los jeltzales de que Egibar accedería a la presidencia del Euzkadi buru batzar.
Porque, para intentar comprender esta crisis, iniciada en torno a 1999, resulta imprescindible preguntarse qué sucedió en el plano político para que Josu Jon Imaz o el entonces presidente del GBB, Juan Mari Juaristi, estrechamente vinculados a Arzalluz y a Egibar y con una larga trayectoria de lealtad al partido, llegaran a tener que cuestionar lo incuestionable para ellos: la figura de Egibar como sucesor natural de Arzalluz.
Imaz y Juaristi estaban convencidos de que Joseba Egibar era, por capacidad, trayectoria y experiencia, el mejor candidato posible para suceder a Arzalluz al frente del partido. De la misma forma que Imaz representaba el valor en alza, por su compromiso democrático y por su formación, para aspirar, en su día, a la Lehendakaritza. Formaban el binomio perfecto, que respondía cabalmente a la tradicional bicefalia del PNV.
Los 'michelines'
Pero a algunos de estos leales compañeros les pareció razonable sugerir que la candidatura de Egibar, pese a ser incuestionable, debería de ser negociada con el Bizkai buru batzar. Lo que no esperaban era la negativa lacónica que recibieron, acompañada además de una disuasoria advertencia: «Si hay algún candidato, que se presente». Una expresión propia del general que ni se imagina la rebelión de los coroneles, porque cree que la disidencia real se reduce a los 'michelines'. La respuesta les pareció sospechosa y preocupante.
La decisión de poner en tela de juicio la 'línea sucesoria' y mostrar su disposición a aliarse con otros sectores menos afines, particularmente, a los responsables del partido en Vizcaya para pelear y ofrecer una alternativa a la línea oficial representada entonces por Arzalluz, tuvo que ser muy dura desde el plano personal.
Es cierto que la 'rebelión' se había iniciado con anterioridad en territorio vizcaíno, cuando José Luis Bilbao fue designado, por amplia mayoría de las juntas municipales, como candidato a diputado general, en contra de la opinión de Arzalluz, que promovió y defendió la candidatura de Josu Bergara.
Al aceptar presentarse como candidato a presidente del EBB, Josu Jon Imaz tomó la decisión de confrontarse y medirse con su amigo político de toda la vida; amistad trabada y cimentada, particularmente, tras los efectos demoledores que tuvo la escisión en Guipúzcoa y la creación exitosa de EA en este territorio. Una decisión que, como se ha visto posteriormente, no respondía a ansias de poder ni de poltrona, sino más bien a una pretensión sincera y legítima de tratar de enderezar el rumbo político del PNV, tras la experiencia vivida por los jeltzales en la gestión y en el desenlace de la fracasada operación de Lizarra.
Es ahí donde residen, en una buena parte, las causas que pueden explicar la tensión política interna que vive el PNV desde el inicio del segundo milenio, a pesar del desahogo que supuso el triunfo electoral de mayo de 2001. Razones que tienen que ver con las distintas lecciones que unos y otros sacaron de aquella unión 'aberriana' con la izquierda abertzale, así como de lo que representó aquel modelo de solución del conflicto político y violento.
Una tensión política que tuvo y tiene relación con los riesgos excesivos e imprudentes que adoptaron para el partido jeltzale quienes intervinieron directamente en la gestación de la tregua y del acuerdo político. Afectados por un adanismo impropio en personas con tanta experiencia en sus relaciones con el entorno de ETA, según dicen sus antiguos compañeros, llegaron a interiorizar hasta tal extremo esa actitud o ese hábito que les llevó a actuar como si fueran ellos los 'llamados' para convencer a la izquierda abertzale y traer la paz a Euskadi, poniendo al partido al servicio de tal misión histórica.
Relaciones peligrosas
Una tensión política que sigue sin resolverse en la actualidad y que constituye una de las claves de las diferencias estratégicas que, hoy en día, malconviven en el seno del PNV, y que si no se encauzan definitivamente van a ser causa de nuevos problemas y de mayores crisis. Es obvio que quienes decidieron alterar las previsiones de Arzalluz sobre su sucesor en el EBB lo hicieron porque habían visto a su partido fuera de su lugar habitual, descolocado, con un discurso que no era el suyo y al servicio de unos intereses que, aunque se expresaran bajo el paraguas de ideales tan nobles como el de la paz o de la construcción nacional, no los identificaban como propios. Habían visto a su partido compartiendo con la izquierda abertzale un diagnóstico sobre la violencia, un discurso y unas iniciativas políticas sobre la construcción nacional y la paz que tenían encaje complicado en su corpus doctrinal.
Las consecuencias no sólo eran electorales. En círculos nacionalistas con muchos años de militancia se preguntaban qué hacían junto a aquella EH que proponía, juntamente con ETA, la estrategia de la «soberanía de hecho», que pasaba por la creación de nuevas instituciones nacionales y la superación y deslegitimación de los mecanismos de autogobierno vigentes.
Recuerdo con detalle la situación de asombro y confusión que me trasladaba un veterano burukide allá por el año 2000, cuando decía que, al escuchar a Egibar su discurso sobre el conflicto político, creía que le estaba hablando Otegi. O la alegría de veteranos políticos de la izquierda abertzale cuando el portavoz del EBB alumbró la teoría del Estatuto de autonomía como «carta otorgada», frente a la doctrina de su partido, que concibe este instrumento de autogobierno como resultado de un pacto bilateral con el Estado, ratificado por la ciudadanía vasca en referéndum. «En veinte años de lucha contra el Estatuto, no lo habíamos hecho tan bien como acaba de hacerlo Egibar. Era eso, exactamente, lo que queríamos decir al referirnos al Estatuto», decían gozosos por haber conseguido impregnar con su doctrina el discurso real del PNV, aunque éste no fuera el oficial.
La preocupación se extendió en el PNV, porque en las elecciones municipales de 1999 el único beneficiado del modelo político de Lizarra fue Euskal Herritarrok y el binomio PNV-EA (entonces en coalición) bajó considerablemente. Muchos de los que en su día saludaron con optimismo e ilusión las gestiones efectuadas con ETA para la declaración del alto el fuego, así como las relaciones con EH para el Pacto de Lizarra, a la vista de los acontecimientos, empezaron a darse cuenta de que la parábola del hijo pródigo no explicaba lo que estaba sucediendo realmente.
Más bien, los acontecimientos se ajustaban a la supuesta versión apócrifa de la parábola, en la que el hijo no regresa a la casa paterna, sino que es el padre el que sale en su busca, con la pretensión lógica de acercarle al hogar. Pero, tras el encuentro, el padre queda encantado con los planes del hijo y ambos deciden iniciar una nueva vida, poniendo al servicio de las «nuevas ilusiones renovadas» buena parte de la hacienda paterna y hasta el prestigio histórico de la casa familiar, lograda con el sacrificio de muchos años de trabajo.
Es obvio que esta impresión provocó en estos sectores la sensación de estar corriendo mucho más riesgo del que la razón, la prudencia y la experiencia histórica podrían aconsejar. Los buenos resultados obtenidos en las autonómicas de 2001 por la coalición PNV-EA, con Ibarretxe como líder, (42,72%) - idéntico porcentaje al logrado por el PNV en 1984 (42,01%) con Garaikoetxea- no representaban, en ningún caso, el premio a su aventura en Lizarra, sino más bien por su regreso a su sitio de siempre: la defensa de las instituciones de autogobierno que, para muchos ciudadanos, estaban 'amenazadas' por el triunfo que anunciaban las encuestas para el nuevo frente constituido por populares y socialistas, con Mayor Oreja a la cabeza.
Lizarra se articuló como una experiencia de acumulación de fuerzas nacionalistas al servicio de una estrategia basada en la «soberanía de hecho» y dirigida, fundamentalmente, a superar o romper el actual marco político por la vía de los hechos consumados. De esta manera, la paz de ETA sería la consecuencia del citado proceso de construcción nacional y no al revés. El experimento fue interpretado de formas muy diferentes en el seno del PNV.
La consulta popular
La corriente que representaba Imaz concluyó que Lizarra era irrepetible, no sólo por sus vicios de origen, sino también como modelo de pacificación y normalización. Por el contrario, los soberanistas radicales consideran que aquella experiencia constituye el único referente válido que le resta hoy al nacionalismo vasco para abordar, con cierta dosis de realismo, la confrontación democrática con el Estado.
Así, mientras Imaz concretó su alternativa en la expresión «no imponer, no impedir», los defensores del soberanismo radical creen que éste no es momento ni del diálogo ni de la negociación, ni aquí ni en Madrid. Consideran que es tiempo para la «acumulación de fuerzas».
Imaz concibe la consulta popular como un instrumento de ratificación de los acuerdos alcanzados en Euskadi y, en su caso, con el Estado. Para los soberanistas, la consulta popular constituye, sobre todo ahora, un instrumento al servicio de la estrategia de la acumulación de fuerzas y la llamada confrontación democrática. Saben que antes de ir a la consulta, las fuerzas nacionalistas tienen que resolver sus problemas internos, particularmente, el que les plantea ETA.
Para el soberanismo pactista resulta imprescindible ofrecer una alternativa digna y seria a la 'hoja de ruta' del lehendakari, a fin de que no arrastre al conjunto del nacionalismo democrático a un callejón sin salida. Para el soberanismo radical, la 'hoja de ruta' debe ser ejecutada al pie de la letra, a pesar de todas las dificultades legales, políticas, sociales, etc Porque cree que puede representar la 'prueba del algodón' para poder restablecer el escenario de Lizarra, como expresión de acumulación de fuerzas, y la consiguiente declaración de ETA en torno al silencio de las armas.
La negativa inicial a respaldar las mociones de censura en Arrasate guarda, indudablemente, relación con los votos que la 'hoja de ruta' del lehendakari precisará en junio en el Parlamento vasco.
No es fácil, por no decir imposible, compatibilizar ambas estrategias en un mismo partido. Tampoco resultará tarea sencilla encontrar una síntesis con contenido y significado propio. De ahí la razón de ser del título. La tensión interna del PNV no se encauzará definitivamente hasta que se fije con claridad su posición sobre estas cuestiones de calado estratégico. Ciertamente va a resultar difícil la sutura.
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