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JON AGIRIANO
Jueves, 10 de enero 2008, 14:25
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Con los mismos lastres que en la Liga, el Athletic se complicó ayer la vida en la Copa, antaño su competición predilecta. Bien mirado, lo ocurrido en San Mamés entraba dentro de lo previsible: un Espanyol cuajado de suplentes y jugando al 'tran-tran' se bastaba para contener a un Athletic, también con novedades en su alineación -Iñaki Muñoz y Tiko fueron los medios centros-, que continuaba mostrando su lacerante incapacidad para armar juego y crear ocasiones de gol. Al final, el empate a uno, aunque deja la eliminatoria en franquicia para los 'periquitos', fue casi lo mejor que pudo pasar. Y es que después del gol de Jonathan, una gentileza inaceptable de Aranzubia, lo normal hubiera sido que el Espanyol sentenciara la eliminatoria. No lo hizo -sintiéndose superiores, a los pupilos de Valverde les dio por rizar el rizo- y lo acabó pagando con el gol de Susaeta en el minuto 77, tras un rechace.
No fue una buena noche de fútbol, la verdad. El partido ya empezó torcido por una decisión de Joaquín Caparrós, la de estrechar el campo un metro por cada banda, que terminó en un soberano ridículo. La imagen de los operarios del Athletic, minutos antes del comienzo del encuentro, repintando de nuevo las líneas en su posición original por indicación del árbitro provocó el sonrojo y el disgusto de los aficionados de San Mamés, que bastante tienen con soportar sin hacerse el harakiri el juego plomizo de su equipo como para tener que aguantar también chapuzas de Pepe Gotera que, además, no vienen a cuento. ¿A santo de qué esa argucia del estrechamiento que acabó confundiendo a los jugadores, sobre todos a los más espesos como Del Horno? Por otro lado, ¿qué mensaje envía un técnico a sus jugadores cuando decide que cuanto menos campo tengan éstos para jugar mejor que mejor? En fin, 'cosas veredes, amigo Sancho'.
Con el Athletic echándole voluntad y el Espanyol a medio gas, la primera parte resultó igualada y tuvo, al menos, algún momento entretenido por parte de los rojiblancos, sobre todo en acciones individuales de Susaeta. Incluso hubo alguna que otra ocasión de gol en la portería de Lafuente, que estuvo impecable en su regreso a casa. La segunda parte, en cambio, no pudo resultar más indigesta y descorazonadora. Los pupilos de Ernesto Valverde aceleraron y el Athletic comenzó a derretirse lentamente. La impresión no pudo ser más triste tanto a nivel individual como colectivo. Como equipo, los de Caparrós presentan ya una palidez mortuoria. Se vienen abajo de un soplido. No saben a lo que juegan. Van y vienen en el campo. El técnico de Utrera está obligado, pues, a un giro inmediato, a un cambio radical. Porque, como esto siga así, puede que haya cumplido su propósito de comer los polvorones en Bilbao, pero no llega a las tostadas de Carnaval.
Desolación
Bien es verdad que, en el plano individual, el paisaje es desolador. Futbolistas como Aranzubia, Iraola, Del Horno, Yeste y Garmendia no están para nada. En algunos casos resultan una rémora para el equipo. Lo cierto es que todo invita al desasosiego en este pobre Athletic, que se libró de milagro del 0-2 o el 0-3 y de una buena pitada. Y eso que el Espanyol, aparte de jugar sin sus estrellas Jarque, Riera, Moisés, De la Peña o Tamudo -estos tres últimos salieron un rato al final-, no hizo nada del otro mundo y se dejó ir casi todo el partido. La eliminatoria está en peligro, pero eso casi es lo de menos. Mucho más que ganar al Espanyol en Montjuic, el Athletic tiene que replantearse lo que hace y a dónde va. Casi nada.
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