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GERARDO ELORRIAGA
Viernes, 28 de septiembre 2007, 11:26
Cristina no suele tener problemas, o no más de los que padece una adolescente como ella. Sin embargo, reconoce que le molesta la actitud de algunas personas que le dan la espalda cuando no responde a sus preguntas. En la calle, la mayoría no espera a que pueda leer sus labios o hablan demasiado deprisa para que pueda entenderlas. «Me quedo extrañada cuando se van sin más».
Esta joven de Durango, afectada por una deficiencia auditiva, se expresa habitualmente con la lengua de signos, pero asegura que se hace entender en un mundo de oyentes. El hecho de que estos individuos no sean reconocibles puede ser «peligroso», según Monike Gezuraga, una de las responsables de Ulertuz, asociación vizcaína de familias y amigos de menores que padecen sordera. «La gente no repara en las implicaciones de estos hechos para su desarrollo emocional», explica. «No existe aún suficiente conciencia sobre su realidad y esa invisibilidad también incide».
La entidad surgió para dar repuesta a las demandas de los padres que, ante un diagnóstico de este tipo, han de enfrentarse a decisiones que incidirán en el destino de sus hijos. Además de elecciones sobre material protésico o tipo de educación, hay que plantearse, a edad temprana, una socialización adecuada. «A veces, se deja de lado y es muy importante para su estabilidad y madurez», alega Monike Gezuraga.
Múltiples actividades
Talleres adaptados, excursiones y colonias son algunas de las iniciativas habituales de su agenda. También apoyan al usuario para que participe en alguna actividad que se plantea en su medio. «Pero es distinto si lo hacemos nosotros o una institución pública, a la que podemos exigir, o privada, porque entonces hay que contar con la buena voluntad de la gente».
A los más pequeños se les da a conocer un mundo en el que hay otros niños con similar discapacidad. Comprenden las diferencias entre quienes llevan implantes en el oído o audífonos, y las diversidades de la lengua oral e, incluso, de la formada por signos.
Cuando crecen, la labor se dirige a crear grupos de referencia «en cantidad y calidad». «Que no pierdan la oportunidad de establecer relaciones duraderas y por eso, entre otras razones, mantenemos contactos con colectivos de otras provincias». Nadie quiere hablar de discriminación o de la formación de guetos. «Es fácil que se creen lazos de mayor unión entre quienes se encuentran en situación desventajosa», precisan.
Cristina, como Jon, Jagoba o Izaskun, se beneficiaron de esas prestaciones y actualmente ejercen como monitores, junto a Aitor y Amagoia, voluntarios oyentes. «Somos los primeros que hemos tomado el relevo», aseguran. «Como hemos visto lo que se hacía y la importancia que ha tenido para nosotros, queremos enseñar a los que vienen por detrás».
Cristina cursa estudios de secundaria y precisa de un intérprete para seguir las clases. Cuando falta, debe arreglárselas por sí misma. «Algunas asignaturas son de mucha chapa, así que miro en los libros o me chivan los compañeros». Independientemente de su situación, todos afirman que no tienen obstáculos insalvables a la hora de relacionarse. Cuentan con amigos oyentes y, en sus ratos de ocio, se desenvuelven en cuadrillas mixtas.
Jon está buscando un trabajo remunerado y confiesa que no ha encontrado recelos cuando se ha referido a su minusvalía. «El problema no es la sordera», señala Monike. «El inconveniente estriba en que estas personas, por las dificultades durante su formación, no han podido llegar a niveles altos de cualificación y sus posibilidades de empleo se limitan».
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