Corazón tóxico
PABLO MARTÍNEZ ZARRACINA
Domingo, 2 de septiembre 2007, 04:52
En lugar de estar poniendo auditorios en pie con su ácida revisión del sonido 'Motown', Amy Winehouse lleva un mes ocupando las portadas de los tabloides. A comienzos de agosto, se anunció la suspensión de su gira americana. «Los médicos le han recomendado reposo», dijo su representante. Nadie le creyó: los rumores sobre el alcoholismo y los trastornos alimenticios de la artista llevaban ya tiempo circulando. Basta con echar un vistazo a las fotografías para advertir la intensidad de su deterioro. En apenas tres años, la saludable joven con aspecto de 'pin-up' que enamoró con su primer disco se ha convertido en un espectro tatuado que atiende a los periodistas con un vodka doble en la mano.
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«Bebo mucho y en ocasiones me olvido de comer», esa fue la aclaración que Winehouse dedicó a quienes rumoreaban sobre sus malos hábitos. En octubre de 2006 apareció su segundo disco, 'Back to black', una deslumbrante colección de oscuras letras autobiográficas y melodías dignas de las 'Ronettes'. Para entonces, la cantante ya había perfeccionado su pose agresiva. Sonaba como una sofisticada diva del soul y se comportaba como una estrella del rock cuyos modales hubieran sido forjados en los peores pubs del extrarradio. Apareció bebida en televisión, cantó borracha el 'Beat it' de Michael Jackson en el programa de Charlotte Church, golpeó a una fan después de un concierto y le gritó al mismísimo Bono que se callase mientras éste agradecía uno de los premios Q de la música.
Lo que en un principio parecían los excesos de una personalidad aficionada a la bebida comienzan ya a revelarse como los episodios de otra historia de ascenso y autodestrucción. El pasado 8 de agosto, Amy Winehouse ingresó en coma en un hospital de Londres. 'News of the World' publicó que llevaba tres días consumiendo cocaína, heroína, ketamina, marihuana y éxtasis. Una semana después, el 'Daily Mirror' anunció que la artista había aceptado internarse en un centro de desintoxicación de Essex. Junto a ella ingresó su marido, Blake Fielder-Civil, un vividor algo cineasta y algo diseñador que comparte con Pete Doherty el amor por los sombreros y las sustancias peligrosas. La pareja sólo aguantó cinco días en el centro.
«Una borracha violenta»
La prensa sensacionalista ya ha transformado a los Winehouse en los Barbie y Kent del lado salvaje. Ellos no hacen nada por evitarlo. Poco después de dejar la rehabilitación, tuvieron una pelea en el lujoso hotel Sanderson del Soho. El 'Daily Mail' llegó a fotografiarles tras el incidente, llenos de moratones y con la ropa hecha andrajos. «No soy una borracha llorona -dijo en una ocasión Winehouse-, sino una borracha violenta». Son las frases de una estrella que ha interiorizado su papel de chica mala, y también las de una joven atormentada que probablemente no sabe cómo escapar del embrollo en que se ha transformado su vida.
Para avivar la hoguera del escándalo, los familiares de la pareja han comenzado a aparecer en los medios. Hace unos días, el suegro de Winehouse habló en la BBC para pedir a los seguidores de la cantante que no comprasen sus discos. Según él, ése es el único modo de evitar que Amy sea «el próximo ídolo del rock muerto». El padre de Amy, un taxista de origen judío, cree que gran parte de la culpa de lo que le ocurre a su hija es de su compañía de discos, que la mantiene alejada de la realidad por propia conveniencia.
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Amy Winehouse tiene veintitrés años, una voz de oro y un corazón tóxico. Si logra sobrevivir a su propio instinto, quizá adquiera la experiencia necesaria para llegar a ser una gran artista. La prensa amarilla, con su potente maquinaria de oprobio y sarcasmo, está haciendo de ella un muñeco trágico. Hoy comparte las páginas de los tabloides con Britney Spears y Paris Hilton, pero algo la diferencia de esos personajes desechables: el verdadero talento. «La música es la única cosa realmente digna que hay en mi vida», dijo en una entrevista fechada en 2004. Su música es pura promesa y su vida un coche desbocado que acelera y acelera, adentrándose sin luces en una dirección oscura y peligrosa.
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