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RECUERDO. Totorika echa la mirada atrás y no puede evitar que afloren de nuevo los sentimientos. / FERNANDO GÓMEZ
POLÍTICA

«Fue una vorágine. No se podía pensar»

por David Guadilla

PPLL

Lunes, 23 de julio 2007, 18:27

EL teléfono sonó a las siete de la tarde.

-«Carlos, puede que hayan secuestrado a Miguel Ángel Blanco. No aparece. La Policía está intentando localizarlo por Ermua y Eibar».

Carlos Totorika no acertó a responder. Por un momento, la llamada de uno de sus concejales le sonó a broma. Esa misma mañana, el alcalde de Ermua había emprendido una larga marcha hasta Madrid. Varios meses antes, se había hundido parte del polideportivo de la localidad. Ayuntamiento y la empresa contratista no se ponían de acuerdo sobre quién debía sufragar la reparación, así que optó por llamar la atención. Se propuso ir caminado hasta la capital de España. Por si flaqueaban las fuerzas, le seguía un vehículo de apoyo. Le acompañaban otros tres militantes del PSE-EE. «En 25 días pensaba plantarme allí». Los suficientes para que los medios de comunicación recogiesen la quijotesca historia de un alcalde de una pequeña población recorriendo a pie medio país por un polideportivo. Sin duda, Ermua saldría en las noticias.

El teléfono sonó cuando no había concluido la primera etapa. A la altura de Aretxabaleta, Totorika intentaba encajar la noticia. Tres minutos después de la primera llamada, recibió una segunda. Era Enrique Villar, entonces delegado del Gobierno en el País Vasco.

-«Es muy posible que hayan secuestrado a Miguel Ángel Blanco».

Todas las dudas se volatilizaron. Había que regresar a Ermua. En cinco minutos se improvisó un comunicado. «Teníamos que responder. No podíamos mirar a otro lado». Se puso en contacto con la Policía Municipal. Les dio órdenes de que convocasen por megafonía a los ciudadanos del pueblo a manifestarse frente al Ayuntamiento. Para cuando llegó, Ermua estaba tomada por los medios de comunicación. Un millar de personas ya hacía guardia frente al Consistorio en lo que supuso el comienzo de una lenta agonía. Poco antes de las ocho de la tarde se hizo un Pleno de urgencia para rechazar a ETA y exigir la liberación de Miguel Ángel.

Fue una noche larga. El Ayuntamiento se convirtió en un frenético centro de operaciones. Las iniciativas eran constantes. Alguien recordó que cuando un preso va a ser ejecutado en el corredor de la muerte en Estados Unidos, sus familiares se reúnen y encienden velas. A otro se le ocurrió que con los miles de telegramas que se estaban recibiendo se podrían empapelar las calles del municipio. «Nos parecieron dos buenas ideas».

Pero no sólo había que organizar una reacción al secuestro. También se trataba de atender a una humilde familia. Medio mundo pudo contemplar la imagen del padre de Blanco, descendiendo de su coche, aún vestido con su ropa de trabajo, intentando comprender por qué su domicilio estaba rodeado de un enjambre de periodistas.

A los familiares se les trasladó hasta el Ayuntamiento. Allí quedaron alojados durante 48 horas. La Secretaría Municipal y el Salón de Plenos se convirtió en su refugio. «Estaban como en una nube». Todo el mundo intentaba colaborar. Entre funcionarios, vecinos y comerciantes se hicieron más de 300 bocadillos. «Era una vorágine. No se podía pensar». Las conversaciones eran muy breves; apenas duraban unos minutos. «Se funcionaba más con el corazón».

«Oxigenar el cerebro»

A las dos de la mañana, Totorika optó por intentar dormir algo. Se despertó pronto. Era consciente de que afrontaba el día más difícil de su vida. Necesitaba desconectar, «oxigenar el cerebro». Aficionado al 'footing', sabía que la mejor forma de hacerlo era ponerse a correr. Sudar. Eran las seis de la mañana. Empezó a subir el alto de Trabakua. La carretera serpentea entre polígonos industriales y caseríos. A la derecha queda el cementerio.

Era 1997. Totorika no llevaba escolta. Corría solo y pensaba. Sabía que la Policía estaba realizando un despliegue sin precedentes y sabía que ésa era la única posibilidad que tenía Miguel Ángel. «Siempre pensé que lo iban a asesinar. El Estado no podía ceder al chantaje». Recordó al «jovencísimo» edil de 25 años que era «lo más parecido a la inocencia». Y mientras ascendía el puerto en soledad, comenzó a llorar. Camino de Trabakua tomó una determinación: «Si ETA lo mataba, había que hacerle pagar la factura».

Regresó a Ermua. Era un hervidero. Muchos periodistas también lloraban. Totorika se preparó para ir a Bilbao, donde estaba convocada una manifestación de repulsa, que resultó masiva. Se quedó a comer en la capital vizcaína porque en su pueblo la «presión ambiental era monstruosa». A Ermua volvió poco antes de las cuatro de tarde. Se acababa el tiempo. Subió al Ayuntamiento. En la calle, miles de personas esperaban expectantes.

Minutos después se confirmó lo que Totorika aventuraba. Sabía que la situación se podía descontrolar «y estallar en cualquier esquina». Algún local de HB ya había sido incendiado, se escuchaban rumores de venganza. Recordó que tras el bombardeo de Gernika se asaltaron algunas cárceles y se asesinó a algunos presos supuestamente vinculados al régimen nacional. «No podíamos permitirlo. Somos mejores que ellos». Había que canalizar aquella energía y el alcalde echó mano de la experiencia. Organizó una manifestación hasta Eibar bajo un sol de justicia. «Nos hicimos 15 kilómetros. Volvimos derrengados, con las cosas claras y el estómago en su sitio».

Después vino la «locura» de un funeral que hubiese dado para llenar «tres iglesias». Todo el mundo quería estar presente. Totorika tuvo que hacer de intermediario entre la Casa Real y el párroco, enfrentados por un problema de protocolo. Pasó el tiempo. Aquel polideportivo que se derrumbó, hoy se llama 'Miguel Ángel Blanco'.

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