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El intolerante a la lactosa, ¿nace o se hace?

El intolerante a la lactosa, ¿nace o se hace?

Los peligros de autodiagnosticarse una intolerancia imaginaria

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Viernes, 23 de octubre 2020

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«Para mí sin lactosa, por favor». ¿Cuántas veces se puede oír esta frase en una cafetería? O usted mismo, ¿es aficionado a prescindir de los lácteos porque tiene la impresión de que le sientan mal?, ¿o es de los que lo hacen porque se lo ha recomendado alguien de su confianza? Lo cierto es que está de moda proscribir lo que algunos llaman los 'venenos blancos', pro autodiganosticarse y tratarse de una dolencia imaginaria, por muy leve que aparente ser, tiene sus riesgos.

La intolerancia a la lactosa, una dolencia intestinal que impide digerir el azúcar natural de la leche, está presente en nuestra sociedad con una dicotomía curiosa: por un lado su prevalencia contrastada es altísima, con alrededor del 34% de la población afectada, según la Fundación Española del Aparato Digestivo (FEAD), dato apoyado por la EFSA (Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria) en su último estudio. Pero a la vez, la cantidad de personas que se consideran intolerantes por mera intuición y toman medidas por su cuenta crece cada día. La mayoría, sin someterse a pruebas.

Precisamente este debe ser el primer paso a dar en caso de sospecha. «No vale cualquier test genérico hecho en centros no especializados», advierte Oriol Sans, presidente de la Asociación de Intolerantes a la Lactosa de España (Adilac), con unos 4.000 miembros en la actualidad, cuyo objetivo es difundir información veraz sobre esta patología. «Se oyen muchos disparates de pseudoexpertos a los que la gente hace caso; es importante consumir información fiable», aconseja Sans.

Identificar los síntomas

Un médico especialista que prescriba la prueba idónea es el primer paso a dar cuando se tienen síntomas. «La intolerancia se origina cuando el organismo no produce suficiente lactasa, la enzima que descompone la lactosa en otros azúcares más simples. Los síntomas más comunes, que aparecen entre treinta minutos y dos horas después de la ingestión, son dolor e hinchazón abdominal, diarrea, flatulencias, retortijones, vómitos y náuseas. Suelen desaparecer entre tres y seis horas más tarde», explica Marta Goñi, licenciada en Farmacia por la Universidad de Navarra y en Ciencia y Tecnología de los Alimentos por la Universidad de Zaragoza, experta del departamento científico de Cinfa. Hay que diferenciarla de la malabsorción, que no provoca estos síntomas sino una mala digestión sin más.

En cuanto al tipo de prueba, existen varias que aportan un diagnóstico. «Se dan casos en los que estos síntomas ocultan otra enfermedad más grave (celiaquía, infecciones por bacterias, etc.) y por eso es importante contrastar con pruebas médicas», aconseja Goñi. El test «más difundido» es el de aliento, valora el doctor Francesc Casellas, miembro del Servicio Digestivo del Hospital Vall d'Hebrón y miembro de la FEAD. «Consiste en la medida del hidrógeno exhalado en el aliento después de tomar una cantidad preestablecida de leche o de lactosa. Si aumenta el nivel, es que hay mala digestión de la lactosa», explica. También se diagnostica a través de analíticas de sangre, el test de la gaxilosa en orina o con una biopsia del duodeno.

Además, precisa, no todo le mundo tiene el mismo grado de intolerancia y a veces no es necesario la exclusión total de los lácteos de la dieta. «El tratamiento consiste en la reducción de la ingesta de lactosa hasta cantidades que no provoquen síntomas. Esta medida puede complementarse con otras como la toma de lactasa exógena o la toma de lácteos modificados sin lactosa. No suele ser necesaria la exclusión completa de la lactosa puesto que la mayoría de pacientes con malabsorción de lactosa pueden tolerar hasta 10 gr de lactosa en una toma», valora Casellas. Cada 100 ml de leche tiene 5 de esta sustancia.

Sin las pruebas y la prescripción de un tratamiento supervisado, el peligro de autodiagnosticarse y elimintar este grupo de alimentos puede derivar en la deficiencia crónica de nutrientes y, en el caso de los niños, afectar al crecimiento. «Dejar de tomar lácteos sin control médico puede provocar una carencia de calcio y algunas vitaminas, proteínas y ácidos grasos indispensables», sostiene Goñi. De hacerlo, se debería reforzar el consumo de otros alimentos que contienen estos nutrientes como las lentejas, espinacas, berberechos, acelgas, frutos secos, garbanzos, pescados azules, etc.

¿Puede ser provocado?

¿Y si se deja de tomar lactosa por moda sin ser intolerantes se provoca a la larga esta incapacidad para digerirla? «Hay médicos que sí dicen abiertamente que puedes provocarlo, pero no hay consenso», apuntan desde Adilac. Goñi relativiza y da la clave sobre esta especie de leyenda urbana muy extendida: «Aproximadamente, el 70% de la población mundial presenta deficiencia primaria de lactasa; sin embargo, no todas estas personas tienen intolerancia a la lactosa (manifestación de los síntomas). Por lo tanto, es importante entender la diferencia entre estos dos conceptos. Es cierto que los grupos de población que no consumen lácteos presentan un descenso de la actividad de lactasa, pero esto no necesariamente implica que aparezca una mala digestión de la lactosa ni la sintomatología propia de la intolerancia; hay factores fisiológicos (genéticos, entre otros), además de los relacionados con el consumo de lácteos (cantidad, tipos, etc.) que influyen. En definitiva, si una persona deja de consumir lácteos, efectivamente experimentará un descenso de la actividad de la lactasa, pero eso no significa que llegue a sufrir síntomas relacionados con la intolerancia a la lactosa, ya que este no es el único factor que influye en la aparición de la misma».

QUÉ HACER TRAS EL DIAGNÓSTICO

  • No dejes de consumir lácteos Sin antes consultar al médico. Una vez diagnosticados a través de una prueba, el especialista es quien debe ajustar la dieta láctea para determinar qué conviene en función del grado de intolerancia.

  • Aprenda a leer el etiquetado Ojo con los productos que contengan azúcares y grasas de la leche, lactitol (E966), cuajo, suero lácteo o en polvo. Advertencias como 'puede contener trazas de leche' también deben tenerse en cuenta.

  • Reforzar otros alimentos La falta de leche en la dieta puede producir falta de calcio, vitamina D, riboflavina y proteínas, por lo que puede acompañarse de malnutrición, osteoporosis y pérdida de peso. Por eso, es recomendable ingerir otras fuentes de esos nutrientes: verduras como las espinacas, la acelga o el brócoli; legumbres como judías blancas, lentejas y garbanzos; la yema de huevo; pescados como la sardina, el salmón y el lenguado; las gambas y los frutos secos, salvo la castaña.

  • Gastronomía La ansiedad por acudir a una cita en un restaurante es un síntoma común entre los intolerantes. Se pueden elegir establecimientos con carta de alérgenos (cada vez más) y, en casa, experimentar nuevas recetas libres de lactosa. No renuncie a este placer.

  • Consulte sobre los complementos alimenticios Existen los comprimidos con lactasa para facilitar la digestión, de venta en farmacias. Su uso permite, en algunos casos, una ingesta de productos con lactosa prácticamente sin restricción. Si nuestro médico o farmacéutico nos los recomienda, podemos recurrir a ellos en situaciones en las que probablemente se van a ingerir alimentos con lactosa como comidas fuera de casa, celebraciones, etc.

  • Cuidado con la medicación Alrededor del 20% de los medicamentos con receta y gran parte de los fármacos de venta libre contienen lactosa como excipiente, por lo que también deberá tener en cuenta su composición cuando los necesite.

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