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ADRIÁN ASTORGANO
Criminales y víctimas de alta mar

Criminales y víctimas de alta mar

'Océanos sin ley' relata cómo piratas, furtivos, traficantes... actúan al amparo de una inmensidad para la que no hay vigías suficientes. Algunos héroes luchan por pararles los pies

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Lunes, 23 de noviembre 2020, 00:26

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Más de tres años embarcado dan para muchos relatos, sobre todo si lo que se persigue es ser testigo de cómo la inmensidad del océano sirve de amparo para criminales de todo tipo; tan inabarcable que no existen vigías suficientes, por mucha determinación que estos tengan. Porque los delincuentes se manejan con impunidad en los callejones oscuros que son las aguas profundas, alejadas de la civilización de cualquier costa. Lo ha comprobado el periodista Ian Urbina (EE UU, 1972), que navegó a través de 12.000 millas náuticas (unos 22.000 kilómetros) en distintos buques por todo el planeta. Y en sus viajes encontró un denominador común, criminales y víctimas fuera del alcance de la ley, que no llega a tanto azul. También algunos héroes.

Como resultado, una serie de reportajes publicados en 'The New York Times' que ahora se recogen en el libro 'Océanos sin ley. Viajes a través de la última frontera salvaje' (editorial CapitánSwing libros SL). «Mi objetivo no era solo informar de la suerte de los esclavos del mar –dice–, sino también dar vida al elenco de personajes que surcan los océanos. Entre ellos hay ecologistas justicieros, ladrones de barcos hundidos, mercenarios marítimos, balleneros insolentes, agentes de recuperación de bienes, abortistas marinos, vertedores clandestinos de petróleo, elusivos pescadores furtivos, marineros abandonados y polizones a la deriva».

Amputaciones y palizas

Los esclavos del mar no saben cuándo pagarán su deuda

A unos 200 kilómetros de la costa tailandesa, incontrolados pesqueros 'fantasma' utilizan inmigrantes camboyanos sin papeles, niños y hombres, como 'esclavos del mar', así los llaman. Urbina comprobó a bordo de uno de ellos las jornadas de hasta 20 horas para pescar arenque y jurel, apenas sin agua potable a bordo, con casi 40 grados por el día, con las cucarachas limpiando los platos de la comida y ratas como gatos. Los menores se cosen ellos mismos las heridas provocadas por la labor o las palizas recibidas. «Uno de ellos, con la camiseta manchada de tripas de pescado, presume orgulloso de los dos dedos que le ha amputado una red». La mayoría ni saben nadar, es más, nunca habían visto el mar. Casi todos están ahí para pagar una deuda sin tener ni idea de cuándo terminará de saldarse. «A pesar de su embriagadora belleza, el océano es también un lugar distópico, escenario de oscuras realidades».

«A pesar de su embriagadora belleza, el mar es un escenario distópico, lleno de oscuras realidades»

Tras los piratas de la merluza negra

La persecución policial más larga en alta mar (sin policía)

Urbina tuvo conocimiento en 2015 de que un barco de la ong Sea Shepherd estaba protagonizando en aguas de la Antártida la persecución policial en alta mar más larga de la Historia (110 días), auspiciada por la Interpol, tras el rastro del nigeriano 'Thunder', uno de los pesqueros ilegales más buscados por la Policía de todo el mundo, Y decidió embarcarse con los ecologistas en el 'Bob Barker'. La presa de estos piratas es la merluza negra, conocida como merluza chilena o bacalao de profundidad, especie protegida que se sumerge hasta los tres kilómetros y que crece hasta los dos metros de longitud y los 200 kilos a lo largo de sus 50 años de vida. Alcanza precios astronómicos en los restaurantes de lujo en los que, de forma ilegal, se sirve.

Las redes para su captura son auténticas jaulas de muerte, diez kilómetros de ancho y seis metros de altura, que la tripulación de los barcos de Sea Shepherd se encarga de recoger, pese a su gran peso: «Por cada cuatro capturas, solo una es merluza negra, el resto, rayas, pulpos gigantes, peces dragón y grandes cangrejos. Algunos de los tripulantes ecologistas lloraban, otros vomitaban pero ninguno dejó de trabajar doce horas al día, tomando analgésicos para soportar el dolor de espalda. Los ejemplares de merluza negra que recuperaban habían empezado a pudrirse. La descomposición provocaba que se acumularan gases dentro de los cadáveres y algunos de los más hinchados explotaban al golpear la cubierta».

Durante el viaje sortearon 'in extremis' icebergs de siete pisos de altura y grandes tormentas, y asistieron por radio a encendidos e intimidatorios debates plagados de 'faroles' entre los capitanes de ambas embarcaciones. Al final, tras 110 días de acoso, los piratas del 'Thunder' prefirieron hundir el barco antes que ser cazados con su botín, y se dejaron rescatar por los ecologistas. «Indetectables en gran medida por la vasta amplitud de los océanos, los pescadores furtivos tiene pocos motivos para cuidarse de que alguien les siga el rastro. Lejos de la costa, las leyes son tan turbias como desdibujadas están las fronteras: la mayoría de los países no tiene recursos ni interés en perseguir a los malhechores».

«La mayoría de los 'esclavosdel mar' ni sabe nadar ni había visto el océano antes de embarcarse»

El 'Adelaida', una clínica en alta mar

Abortos clandestinos a 22 kilómetros de la costa

El 'Adelaida' es un barco médico que recorre los mares para realizar abortos a mujeres que viven en países donde esta práctica está perseguida:Guatemala, Polonia, Irlanda, Marruecos... Allí, los antiabortistas no les reciben con los brazos abiertos precisamente. La médico holandesa Rebeca Gomperts, fundadora de la ong Women on Waves (Mujeres en las olas), se ampara en la legislación que pone en las 12 millas náuticas lejos de la costa (22 kilómetros) la frontera a partir de la cual las leyes de cada estado dejan de actuar, es decir, el límite de las aguas nacionales. Embarcación vetada a los hombres, Urbina logró que la doctora le permitiera embarcar saliendo del puerto de Ixtapa, en México. Una vez en aguas internacionales, no sin problemas para alcanzarlas por la presión de las autoridades, las mujeres toman un cóctel de pastillas. «Y al contrario que los capitanes que vi en otros lugares capturar peces de zonas protegidas o en las empresas que consienten la utilización de mano de obra esclava, Gomperts no estaba incumpliendo la ley, sino aprovechando un vacío legal», aclara.

Cárcel sin barrotes

Polizones abandonados a su suerte en balsas

Si los polizones que se cuelan en un barco son descubiertos, y el capitán no pertenece a la casta de marinos intachables, puede suceder que acaben 'embalsados', es decir, abandonados a su suerte en una balsa. Urbina se dedicó a buscar y contactar con supervivientes de estos actos cometidos al amparo de la inmensidad del mar. «Me dispuse a explorar la diversidad de maneras en que los humanos pueden terminar cautivos en el mar». Y quiso también ver los efectos con que este confinamiento castiga «no solo el cuerpo sino la mente». Así, contactó en Ciudad del Cabo (Sudáfrica) con David George Mndolwa, quien sufrió uno de estos abandonos junto a un compañero de fatigas que no pudo contarlo. El capitán del 'Dona Liberta' los soltó en medio del mar (los barcos afrontan multas si al llegar a puerto se descubren polizones), en medio de una tormenta que duró horas. Ambos atados boca arriba con olas de seis metros, y sin saber nadar. Gracias a una enorme suerte fueron rescatados al día siguiente por un pescador que los llevó a tierra, aunque el amigo de Mndolwa murió al poco vomitando sangre. Al llegar a Sudáfrica, Urbina descubrió el motivo por el que tanta gente arriesga su vida de este modo: «Mndolwa vivía en un terraplén del puerto hecho de barro y gravilla y plagado de basura y excrementos. En el suelo de su cobertizo de paja y cañas había una sábana sucia sobre la que dormía. Suspendidos del techo, decenas de billetes de lotería sin premio, colgando como un móvil. Para salir adelante, vendía chicles y gomas de pelo a los conductores que paraban en el semáforo. Su frágil existencia ayuda a entender los riesgos que estaba dispuesto a asumir como polizón, algo que pretendía volver a hacer lo antes posible. 'Creo que el barco me va a cambiar la vida', me decía».

Vertiendo los desechos al mar

La tubería de la vergüenza en el lujoso trasatlántico

Urbina recoge la historia de Chris Keays, recién contratado en el crucero estadounidense 'Caribbean Princess, «una ciudad flotante, con campo de minigolf, casino, cine al aire libre y 19 cubiertas distintas, con espacio para más de 3.000 pasajeros y mil trabajadores». Exploraba la sala de máquinas, «un laberinto cavernoso de tres plantas de metal enmarañado», cuando descubrió algo que no debía estar allí:la 'tubería mágica', la llaman. «¿El truco? Hacer que los residuos del combustible y otros líquidos desagradables desaparezcan. En lugar de almacenar los residuos, muy tóxicos, y descargarlos en puerto, como establece la legislación, la tubería los vertía en secreto al océano, ahorrando al propietario del barco millones de dólares». Keays grabó un vídeo y consiguió que se multara a la empresa.

«A pesar de tanta aventura, lo más importante que vi en barcos de todo el mundo y he tratado de reflejar en este libro son unos océanos tristemente desprotegidos, así como el caos y el sufrimiento que a menudo afrontan quienes trabajan en sus aguas».

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