Los terribles días del rey Alfonso X en Vitoria (1276): Los libros curan
Para aliviar sus dolores, en su visita a la ciudad alavesa Alfonso X pidió que le trajeran un códice con algunas de sus composiciones dedicadas a la Virgen
igor santos salazar
Sábado, 10 de diciembre 2022, 00:39
Igor Santos Salazar es doctor en Historia medieval por las universidades de Salamanca y Bolonia, y profesor de la Universidad de Trento (Italia)
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Había una ... vez un rey al que todos llamaban sabio. Desde su más tierna infancia, su madre, la reina Beatriz de Suabia, nieta del emperador Barbarroja, había promovido sus estudios y su pasión por la cultura. Ya rey de Castilla y León, sus trabajos y sus días se repartían por igual entre las responsabilidades del gobierno, el horror de la guerra y las breves pausas representadas por el tiempo que dedicaba, en sus palacios, a escribir poesía, a sufragar una escuela de traductores fundada en Toledo y a jugar al ajedrez. El rey era también un hombre ambicioso. Por sus venas corría sangre regia centroeuropea, y pretendió avanzar su candidatura al trono del Imperio Romano Germánico, que ya otros miembros de su familia materna habían ocupado.
Pero las ambiciones no siempre se acompañan por el éxito, y la cultura nunca protege de las desgracias. La vida del soberano empezó a conocer momentos de gran tristeza. Su intención de racionalizar las leyes de su reino, proclamada en sus 'Siete Partidas', encontraba la feroz oposición de los nobles, que veían como una amenaza para sus egoísmos el progresivo fortalecimiento de la monarquía. La mala suerte se fue cebando poco a poco con el rey. En 1269 sufrió un accidente: la coz de un caballo impactó en la parte izquierda de su rostro, provocando dolores fortísimos y una progresiva degeneración del maxilar que acabaría por desembocar en la pérdida del ojo izquierdo y en un cáncer. Seis años más tarde, el viejo rey vivió su particular annus horribilis. En mayo de 1275, el papa Gregorio X convencía al soberano castellano-leonés para que retirara su candidatura imperial y sólo un mes más tarde, el primogénito y heredero al trono, Fernando de la Cerda, moría en Ciudad Real, dejando el reino dividido ante la elección del nuevo sucesor y en peligro ante los ataques benimerines.
Un nuevo 'milagro'
Derrotado y deprimido visitó la ciudad de Vitoria, en donde pasó algunos meses (agosto 1276 - marzo 1277). No era la primera vez que dedicaba su atención a las tierras septentrionales de sus dominios, situadas en la frontera con Navarra. Desde los años cincuenta había dedicado mucha atención a esa zona, fundando sobre viejas aldeas nuevas villas dotadas de privilegios comerciales y políticos. Arceniega, Salinillas de Buradón, Labastida, Peñacerrada, Santa Cruz de Campezo, Corres, Contrasta y Salvatierra (por no hablar de las que fundó en Gipuzkoa), fueron los nuevos nombres que recibieron aquellas viejas comunidades rurales alavesas por obra y gracia de un rey que pretendía con ello asegurarse la existencia de plataformas de poder fieles a su persona en un mar de señoríos a menudo rebeldes.
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En Vitoria, el rey había mandado que se ampliara el núcleo urbano, que alcanzaba así su forma, tan conocida, de almendra. Por desgracia para Alfonso, el rey sabio, aquellos días en Vitoria fueron terribles; el dolor era insoportable, sus médicos judíos –que representaban la excelencia de la ciencia de entonces– no eran capaces de encontrar un remedio que aplacase su dolor. Rechazó los paños calientes y cataplasmas que se le ofrecían y pidió le fuese traído un códice que contenía algunas de sus composiciones poéticas (cantigas) que había dedicado a la Virgen. En cuanto el libro fue apoyado sobre su cuerpo, los dolores desaparecieron. La alegría del enfermo fue mucha; tanta que decidió componer un nuevo poema que rescatase para siempre del olvido tan increíble episodio, como ya había hecho antes con otros 'milagros'. Más tarde, los artistas de su corte crearon códices maravillosos, que recogen las cantigas y representan las escenas de esos mismos poemas compuestos por Alfonso. La escena vitoriana reposa hoy (Códice B.R.20, folio 119v.) en una biblioteca lejana, fuera de los confines de sus señoríos, en Florencia, en tierras que el sabio hubiese visitado de haber conseguido la corona imperial.
Un códice viajero
La historia de los viajes de este libro inacabado e incompleto no es menos 'milagrosa' que la intervención mariana sobre la enfermedad del viejo rey: regalado por Isabel de Castilla a un cortesano, acabó en el siglo XVII en la colección de un bibliófilo y erudito sevillano, Juan Lucas Cortés. A su muerte, en 1702, sus libros fueron malvendidos en pública almoneda y su colección se perdió, como sucede casi siempre en el triste reino que un día fue de Alfonso. Algún agente de los Médicis debió comprar el códice (otros dos se conservan en la Biblioteca de El Escorial) que terminó dando a parar con sus maravillosas miniaturas a orillas del río Arno. Allí, en 1877, lo 'redescrubrió' Menéndez Pelayo, durante una de sus peregrinaciones por las bibliotecas europeas, y allí, queridos niños y queridas niñas, sigue recordando a los siglos que desde los tiempos del rey sabio, ver a los poderosos en nuestras tierras acompañados por libros es casi siempre tema de milagro, por lo raro.
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De igual manera recuerda el poder salvífico de los libros. Leerlos cura, siempre.
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