Una visita a las vizcaínas del siglo XVI
Tiempo de historias ·
Los característicos tocados y cortes de pelo de las mujeres vascas llamaron la atención de los viajeros europeos como el orfebre alemán Christoph Weiditz, que los reflejó en sus dibujosigor santos salazar
Jueves, 10 de noviembre 2022, 00:30
Igor Santos Salazar es doctor en Historia medieval por las universidades de Salamanca y Bolonia, y profesor de la Universidad de Trento (Italia)
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Inmersos como ... estamos en un mundo que es fundamentalmente visual, nuestra vida cotidiana no sabe ya prescindir de la avalancha de imágenes que nos acompañan durante nuestras horas despiertos. El bombardeo de fotografías y videos es constante, su proveniencia alcanza los cuatro puntos cardinales a lo largo de toda la superficie de la tierra y llega a un nivel de saturación tal que, en ocasiones, se buscan con ahínco remansos de paz, lejos de cualquier tipo de dispositivo digital. A pesar de ello, ¿quién, entre la multitud de amantes de la Historia, no ha pensado más de una vez en todo lo que estaría dispuesto a dar con tal de poder ver, aunque fuese sólo durante un momento, la realidad tal y como fue antes de la invención de la fotografía? Pasear por las calles de la Roma imperial, asomarse a las maravillas de la Córdoba califal, conocer los secretos de la corte de Versalles o, ya puestos, visitar los rincones de una villa medieval vasca en los lejanos días del siglo XV...
En muchos lugares el arte, a través de sus diferentes expresiones (la de la pintura, en particular), ofrece datos que, en parte, palían esa ausencia casi total de imágenes que tanto distancia el pasado de nuestro presente. Tomemos por un momento el caso de Bilbao como ejemplo. La villa no ha sido favorecida por el tiempo, como lo han sido otras ciudades, en la conservación y transmisión de viejas vistas de su topografía urbana. Hay que remontarse a la segunda mitad del siglo XVI para que aparezca una imagen de su núcleo urbano en la obra 'Civitates Orbis Terrarum' (1572-1617), y conozcamos en ella la forma del 'Botxo' en la plena Edad Moderna. Su autor, Johannes Muflin, visitó y dibujó la villa algunos años antes, en 1544, y su testimonio es sensacional: a través de una perspectiva caballera, nos permite recorrer el caserío bilbaíno visto desde las alturas del actual barrio de Miribilla. A sus pies aparece el apretado panal de las siete calles, que contrasta con las verduras de Deusto y Abando, con sus parroquias y casas desperdigadas entre los campos. El arrabal de Ibeni (hoy Atxuri) y la fábrica de la iglesia de San Francisco enmarcan una villa, portuaria y mercantil, que vive cosida a la margen izquierda del Nervión por el puente de San Antón, cuyos arcos son los únicos que consienten el tránsito sobre las aguas. Todo parece envuelto en una atmósfera bucólica, sobre todo allí donde cuatro mujeres -dos casadas y dos solteras, luego veremos porqué- meriendan despreocupadas de la vida que corre a sus pies, entre el trasiego de mástiles y traineras que habitan la ría.
Muflin no iba a ser el único artista interesado en retratar a los habitantes del Señorío. Otro autor de ámbito alemán, Christoph Weiditz, incansable viajero, realizó un poco antes, durante su visita a la Península Ibérica en los años 1528 y 1529, uno de los manuales de viaje más curiosos de cuantos se han conservado en viejos archivos y bibliotecas. A lo largo las páginas de su cuaderno, hoy custodiado en Núremberg, en el Germanisches Nationalmuseum, dejó constancia de los vestidos que caracterizaban la moda de hombres y mujeres, cristianos y moriscos, que habitaban en los reinos y señoríos hispánicos de Carlos V. Las páginas dedicadas a las mujeres vizcaínas merecerían mayor fortuna que el olvido de un museo: en ellas está presente, como lo estaba en la vista de Bilbao del Civitates, el típico y tan característico tocado femenino, con su aparatosa construcción en punta, a modo de cuerno, que denotaba la posición social de la mujer casada. Pero la mirada de Weiditz ofrece más datos sobre las rígidas separaciones sociales y de género que sufrían las mujeres: su plumilla retrató también el inusual rapado de las solteras, a las que se permitía únicamente conservar el pelo por debajo de la tonsura, casi frailuna, y adornar con tirabuzones las sienes, a modo de adorno. Estas mujeres no podían salir a la calle con la cabeza cubierta por ningún tipo de toca o de pañuelo, como se observa también en el caso de dos dibujadas sentadas por Muflin pocos años más tarde del viaje de Weiditz.
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Esos retratos son el tímido eco de un tiempo lejano, sin redes sociales y, sin embargo, capaz de dirigir hoy nuestra mirada sobre calles y puentes que aún habitan nuestro presente, tan preocupado por su apariencia inmediata que llega a olvidar la imagen de su pasado.
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