Un viaje del Egipto antiguo a la prehistoria vasca sin salir de Bilbao
El Museo Arqueológico de Bilbao abre una exposición dedicada a las expediciones que desde finales del siglo XIX y hasta mediados del XX partieron desde el País Vasco al país del Nilo y Tierra Santa
Cuando José Miguel de Barandiarán anotó las cuentas de la excavación de la cueva de Santimamiñe para justificar los gastos ante la Diputación vizcaína, difícilmente ... pudo imaginar que algún día esa cuartilla iba a exponerse en un museo en la misma muestra que un cocodrilo momificado y un cuenco de alabastro egipcio de más de 5.000 años de antigüedad. Pero esta asociación, en apariencia tan desconcertante, se ha producido y se puede apreciar en el Arkeologi Museoa, el Museo Arqueológico de Bilbao. Las tres piezas, el cuenco, el cocodrilo y las cuentas del padre de la arqueología vasca, forman parte de la exposición 'Entre expediciones a Egipto y excavaciones en el País Vasco', abierta hasta el 7 de mayo.
La muestra explora dos formas de entender la arqueología que convivieron durante un periodo fascinante de la historia de esta ciencia, desde fines del XIX y hasta la segunda década del XX, cuando la arqueología romántica vivió un auge que, a nivel popular, dejó en un discreto plano a la arqueología científica que ya empezaba a desarrollarse entonces. Eran dos modos de abordar el pasado remoto: La búsqueda de antigüedades y grandes civilizaciones perdidas por un lado, el descubrimiento metódico y sistemático de la antigüedad y la prehistoria por otro.
La exposición, organizada por el Museo de Arqueología de Álava (BIBAT) y completada con aportaciones propias del museo bilbaíno, reúne fotografías, libros, documentos, planos realizados por Howard Carter -el descubridor de la tumba de Tutankamón- y piezas antiguas tan diversas como estatuillas funerarias, adornos personales, un pequeño cocodrilo momificado y otros objetos que abarcan cronológicamente casi toda la historia del Egipto antiguo, desde la etapa predinástica a la ptolemaica. Y también cartas, anotaciones, publicaciones históricas y piezas de las primeras excavaciones desarrolladas en Bizkaia por Barandiarán, Telesforo de Aranzadi y Enrique de Eguren. Como curiosidad, está también la maleta con la que el primero marchó al exilio, en Biarritz.
«Es una oportunidad para viajar al antiguo Egipto y a nuestra prehistoria sin salir de la misma sala», comentaba Lorea Bilbao, diputada de Euskera, Cultura y Deporte, en la presentación de la muestra, en la que ha estado acompañada por el director de Arkeologi Museoa, Iñaki García Camino; la comisaria de la exposición y doctora en Historia María Luz Mangado y el prehistoriador Joseba Ríos, que ha coordinado la parte dedicada a la arqueología vasca.
Recibidos por el Papa
A finales del siglo XIX y hasta mediados del XX se dio un auge de las peregrinaciones organizadas a Tierra Santa, unos viajes que acabaron convirtiéndose en auténticas expediciones arqueológicas «y que también se realizaron desde el País Vasco», ha explicado Mangado. En Vizcaya estas peregrinaciones fueron «encabezadas por el bilbaíno José María de Urquijo e Ybarra (1872-1936)» bajo el amparo del Obispado de Vitoria. «Se organizaron 8 de estas expediciones hasta el inicio de la I Guerra Mundial». La llamada Primera Peregrinación Vascongada a Tierra Santa Egipto y Roma «llevó a 229 viajeros durante dos meses y medio en 1902».
Eran viajes que no estaban al alcance de cualquiera. Quienes participaban eran personas adineradas que podían permitirse no solo comprar antigüedades, sino hacer fotografías y hasta filmar películas -algunas de estas filmaciones se proyectan en la exposición-. «Nos han dejado un legado verdaderamente excepcional, que afortunadamente está custodiado entre museos, archivos y filmotecas, en Navarra y País Vasco, pero también en Jerusalén, Egipto y todo Medio Oriente». Estos viajeros, «que a su paso por Roma eran recibidos en audiencia privada por el Papa», tuvieron la oportunidad de conocer las primeras grandes excavaciones en Egipto y Tierra Santa, y se trajeron antigüedades y recuerdos para sus colecciones privadas. «Se trataba de todo tipo de piezas. No solo las puramente históricas, como pueden ser las estatuillas, sino también minerales y otras curiosidades». Como el cocodrilo momificado.
Con el tiempo, muchas de estas piezas han acabado engrosando a través de donaciones las colecciones de instituciones y numerosos museos. Como el Arqueológico Nacional pero también, sin ir más lejos, el propio Arkeologi Museoa bilbaíno, que aporta a la muestra una pieza de fayenza, el mango de un espejo datado en el Imperio Nuevo con una inscripción dedicada a la diosa Bastet. De la dispersión de todo este material da prueba el hecho de que los objetos de la exposición han sido cedidos por media docena de instituciones diferentes.
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La arqueología que se practicaba entonces en Egipto y el Próximo Oriente, y con la que se encontraban estos viajeros, era todavía una ciencia en pañales que casi tenía más que ver con el anticuariado o la caza de tesoros que con un método sistemático de conocer el pasado. Primaba el hallazgo espectacular, lo monumental, lo llamativo sobre lo informativo. El culmen fue el descubrimiento en 1922 de la tumba de Tutankamón, cuya excavación ya se realizó con criterios modernos. El hallazgo desencadenó una auténtica egiptomanía y su responsable, Howard Carter, se convirtió en una celebridad.
De la egiptomanía a Santimamiñe
La exposición dedica uno de sus tres apartados a este descubrimiento, con documentos y fotografías del propio Carter y cosas tan curiosas como los carteles originales que identificaban la tumba en los años 20 y con los que se encontraban los turistas que visitaban el Valle de los Reyes.
Al otro lado de la sala está el apartado dedicado a los arqueólogos vascos. Mientras sus colegas de Egipto y Mesopotamia excavaban grandes templos con cientos de trabajadores o desenterraban ciudades neolíticas enteras, a menudo con el único objetivo de encontrar hallazgos excepcionales para los museos de sus respectivos países, Barandiarán y sus compañeros abrían pequeños dólmenes o excavaban la entrada de Santimamiñe anotando minuciosamente cada hallazgo –una pieza de sílex, un pequeño hueso de zorro, un hacha pulimentada neolítica, un cráneo humano...–, numerándolo todo y dibujando cortes de la excavación con las diferentes capas de sedimentos. El suyo «era un enfoque diferente, más orientado desde un punto de vista metódico. Se estaba transformando la arqueología en una ciencia, alejada del coleccionismo», ha explicado Joseba Ríos. Era una labor discreta -menos mediática, se diría ahora- en la que la pieza ya no era vista como un objeto de colección, era una fuente de información.
En la exposición se pueden ver fotos -alguna inédita- de las excavación de Barandiarán, Eguren y Aranzadi en Santimamiñe, y cartas que el primero intercambió con Henri Breuil y Hugo Obermaier, los dos grandes prehistoriadores europeos de la época y que, «curiosamente, como Barandiarán, también eran sacerdotes».
¿Había comunicación entre estos dos mundos, estas dos formas de entender la arqueología, la romántica y la científica? «Yo creo que sí», dice María Luz Mangado. «Las grandes excavaciones en Egipto y Mesopotamia se publicaban, y es indudable que alguien como Barandiarán tenía que estar al corriente de esas publicaciones y sabía lo que estaban haciendo sus colegas en aquellos países», concluye.
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