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La última partida de Antonio el Americano: dos muertos y un herido en la calle de la Amistad

Hace un siglo, los caminos de tres hombres llegados a Bilbao para forjarse un futuro se cruzaron trágicamente en la fonda La Burgalesa, donde se reunieron para jugar a las 'siete y media'

Domingo, 9 de enero 2022

El Bilbao de hace cien años tenía fama de ser un buen sitio donde labrarse un futuro. Miles de personas se trasladaban cada año a ... la capital vizcaína con la intención de abrirse un hueco en aquella sociedad industriosa y pujante, donde se cruzaban incontables caminos que iban y venían. Lógicamente, no todos aquellos forasteros conseguían hacer realidad sus aspiraciones, y no es necesario profundizar mucho en la hemeroteca de aquellos años para constatar la existencia de una gran masa de población más o menos provisional, entre flotante y estancada, que iba tirando como podía mientras trazaba nuevos planes para labrarse el porvenir aquí o en alguna otra parte. Algunos acababan en la miseria, subsistiendo de la caridad; otros malvivían a base de trabajos miserables o pequeños chanchullos, y también los había, en fin, que se sumergían decididamente en los bajos fondos de la villa, con un pie en las tabernas más turbias y el otro en la prisión de Larrinaga.

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Este mes se cumple un siglo de un suceso trágico que tuvo como protagonistas a tres hombres recién llegados a Bilbao, cuyos itinerarios se encontraron en la «fonda-restaurant-bar» La Burgalesa, situada en el número 3 de la calle de la Amistad. Dos de ellos se hospedaban en el propio establecimiento, donde compartían un gabinete compuesto de una alcoba y una salita que también empleaban como dormitorio. El que más tiempo llevaba en la ciudad era Cándido Angulo, que por algún motivo se había inscrito en la pensión como Cándido Ruiz. De 30 años, de oficio labrador y procedente del Valle de Mena (Burgos), había vivido en la localidad alavesa de Respaldiza y se había establecido en Bilbao en julio de 1921: «Venía con el objeto de emprender algún negocio, sin que en realidad se le haya conocido ninguno», lo presentó en pocas palabras 'El Noticiero Bilbaíno'. Su compañero de habitaciones era el gallego Erundino Piñeiro, de Caldas de Reis (Pontevedra), un joven de 24 años sin profesión conocida que se había trasladado a la capital vizcaína el 22 de diciembre. Tenía expectativas de conseguir un empleo en la Compañía de Tranvías, para lo que, al parecer, contaba con una prometedora recomendación.

Cándido y Erundino trabaron relación con un sujeto un tanto misterioso que frecuentaba el bar de la fonda, aunque estaba alojado en la calle Tendería. Todo el mundo lo conocía como Antonio el Americano porque había llegado en vapor desde Cuba el día de Año Nuevo de 1922, aunque en realidad procedía de Asturias. Se llamaba Antonio Álvarez, tenía 40 años, figuraba en los documentos como herrero y nadie tenía muy claros los porqués de su presencia en Bizkaia: unos decían que andaba de paso, que había venido a visitar a la familia en Asturias y que, después, albergaba el propósito de volver a Cuba o, según otras versiones, establecerse en Barcelona, pero la prensa también publicó que Antonio había tanteado a los propietarios de varias tascas bilbaínas sobre la posibilidad de comprarles el negocio. En las tres semanas que había pasado en Bilbao, el Americano se había hecho notar y se había granjeado una imagen pública bastante cuestionable, que en los artículos de prensa adquirió una dimensión casi novelesca: de él se dijo que lo habían echado de varios hospedajes porque desplumaba a los incautos en despiadadas partidas de cartas, que convivía con una artista frívola a la que había conocido en los cafés de los 'barrios altos', que había promovido disturbios en los bares y que era un bebedor de aguante portentoso. «El Americano debía ser hombre avezado a todo. Bebía constante y copiosamente –aseguró el diario 'El Pueblo Cántabro'–. Había días que bebía hasta setenta u ochenta chiquitos de vino sin embriagarse. En cierta ocasión se le oyó decir, refiriéndose a sus compañeros de juego: 'Esos me están fastidiando y me parece que me voy a tener que cargar a alguno'. Tenía gran empeño en aparecer como matón de oficio, haciendo alardes de valor y contando historias de bravuconerías en las que él había intervenido». La Burgalesa se había convertido en uno de sus locales favoritos para echar unos tragos.

Rondas matutinas

Los tres hombres, igualmente desocupados, pasaban juntos jornadas enteras. El Americano se presentaba en la fonda muy temprano, hasta el punto de pillar a los otros todavía acostados, y se los llevaba a beber por las tabernas. El 24 de enero, el día en el que habían de morir dos de los tres amigos, Antonio se adelantó a hacerse cargo de la primera ronda: «Aunque pago yo, estas copas y las demás que tomemos las abonará el que las pierda esta tarde a la baraja, en la partida que armaremos, si queréis, en vuestra casa», propuso, y los otros dos aceptaron. El plan no tardaría en torcerse. A las tres de la tarde, cuando la propietaria de La Burgalesa y sus hijas todavía estaban comiendo, la calle de la Amistad se sobresaltó con el estruendo de unos disparos y la aparición de un hombre ensangrentado en el balcón de la fonda. Era un desencajado Erundino Piñeiro, que pidió auxilio a gritos antes de desplomarse.

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Los primeros en subir al gabinete fueron tres agentes de Vigilancia (Carbonell, Villacañas y Carnicer) y dos policías municipales (Franco y Martín). Se encontraron a Erundino inconsciente en el balcón, con una gravísima herida de bala en el cuello. En las dependencias había una mesa con tapete, sobre la que se veían varias monedas de plata y una baraja con tres cartas descubiertas, y justo debajo yacía el cadáver de Cándido Angulo, con un tiro en la ceja derecha. Cerca de la alcoba estaba Antonio Álvarez, también muerto: presentaba un disparo en la sien y tenía al lado una pistola automática Browning del calibre 7,65 con un proyectil en la recámara. «La noticia del trágico suceso cundió por todo Bilbao y hubo momentos en que eran varios miles las personas que se detuvieron en la calle de la Amistad», relató 'El Noticiero'.

Para aclarar lo ocurrido durante aquella partida de 'siete y media', los investigadores solo contaban con el testimonio de Erundino. Según lo que se filtró de los interrogatorios, Antonio había perdido unas veinte pesetas y puso objeciones a la baraja con la que estaban jugando, aportada por sus anfitriones: dijo que estaba ya demasiado «vieja» y propuso cambiarla por un mazo de naipes nuevos que traía en un bolsillo. La situación derivó en un cruce de acusaciones sobre trampas y cartas marcadas que llevó a Cándido a sacar una navaja. Antonio esgrimió entonces su pistola y, antes de que lograran estamparle una silla en la cabeza, abrió fuego contra los otros dos, con admirable puntería. Después, convencido de haber matado a ambos adversarios, se suicidó con la misma arma.

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Giro desde La Habana

Pero, por mucho que el desarrollo de los acontecimientos estuviese claro, su trasfondo suscitaba algunas dudas que nadie logró disipar. Las primeras sospechas apuntaban a que Antonio el Americano, con su mala reputación y presentado por algunos conocidos como «un jugador de ventaja», estaba recurriendo a fullerías del oficio para arramblar con el dinero de dos rivales más ingenuos. Pero los detalles contradecían esa explicación apresurada. Al registrar el cadáver de Cándido, los policías encontraron 1.775 pesetas en billetes del Banco de España, un dineral para la época, además de 25 pesetas en plata y un reloj y una cadena de oro. Antonio, en cambio, solo llevaba encima dos billetes de veinticinco pesetas y otras tres pesetas en monedas de plata y cobre. Los responsables de las pesquisas averiguaron que, el 8 de enero, el Americano había acudido al Banco de Bilbao para recoger un giro que él mismo había expedido a mediados de diciembre en la sucursal de La Habana del Royal Bank of Canada. Eran 2.500 pesetas, de las que ingresó 1.497,50 en el propio Banco de Bilbao. Seis días más tarde, volvió a la entidad para retirar esos ahorros y cancelar la cuenta, pero el dinero no apareció entre sus posesiones.

«Eso hace suponer que lo perdió en días anteriores, que también jugó con los referidos sujetos», especulaba 'El Noticiero', que atribuía a su «carácter de perturbado por las frecuentes libaciones» la idea de recurrir a la violencia y, en definitiva, el desgraciado desenlace. «Del parte oficial de la Policía –concluía el diario– se desprende que Antonio el Americano era el engañado por Cándido y Erundino». Al final, fue imposible establecer quién había hecho trampas a quién, o si tal vez todos hacían trampas a todos, pero está claro que les sirvieron de poco y los tres salieron perdedores de aquella infausta partida de 'siete y media'.

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