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El submarino alemán U-14 con parte de su tripulación en cubierta, en 1914. P.D.

Cuando los U-boote se adueñaron de las costas vascas

Tiempo de historias ·

De los 72 barcos españoles que fueron hundidos durante la Primera Guerra Mundial, el 80% llevaban matrícula de Bilbao

Jueves, 20 de diciembre 2018, 00:28

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Los centenarios son una excusa manida para echar un vistazo a relatos que han caído en el olvido, pero no dejan de proporcionar enseñanzas útiles. Una efeméride que merece la pena destacar es el final de la Primera Guerra Mundial o Gran Guerra, que se desarrolló entre 1914 y 1918, y enfrentó a Francia, Reino Unido y Rusia (la  Triple Entente o aliados) con Alemania y Austria-Hungría (Potencias Centrales). España permaneció neutral, pero eso no impidió que los ecos de los combates resonaran en el País Vasco, por cuya costa, y la de Bilbao en particular, merodearon submarinos alemanes y espías de los dos bandos. La historia que viene a continuación habla de ello y se contó en este periódico hace algún tiempo, al cumplirse cien años del comienzo de la contienda, cuyo detonante fue el asesinato del archiduque austrohúngaro Francisco Fernando y su esposa en Sarajevo en 1914. Sin embargo, es interesante desempolvarla ahora, en el contexto de las recientes conmemoraciones del final de la guerra, actos organizados por el presidente de la República francesa, Emmanuel Macron, que suscitaron una de las concentraciones de estadistas mundiales más grandes que se recuerdan.  

Los U-Boote de la Gran Guerra (como se conocía a los submarinos alemanes) se apostaban en el Cantábrico para esperar a los mercantes que salían de los puertos españoles, oficialmente neutrales. Los buques vizcaínos eran presas codiciadas porque transportaban mineral al Reino Unido y comerciaban con los puertos franceses. Por ello, a Eduardo González Calleja y Paul Aubert, autores del libro 'Nido de Espías' (Editorial Alianza, 2014), no les parece extraño que «de los 72 barcos españoles que fueron hundidos durante el conflicto, el 80% tuvieran matrícula de Bilbao».

Durante la guerra, los espías al servicio Berlín y Viena, por un lado, y los de Londres y París, por otro, se vigilaron entre sí a lo largo de la costa cantábrica. No obstante, fue en la capital vizcaína donde el servicio secreto francés descubrió un equipo «grandioso» de informantes de los alemanes. Tanto era así que el entonces presidente de la Diputación foral, Ramón de la Sota, reconocido simpatizante de la causa aliada, tuvo que organizar una red de agentes para contrarrestarlo. 

La existencia de esa otra organización de contraespionaje la confirmó Manuel Aznar Zubigaray, abuelo del expresidente del Gobierno José María Aznar. Manuel era corresponsal militar del periódico 'Euzkadi' (PNV) y un día llevó a un visitante francés a su redacción para presentarle a un político local que contó cómo se vigilaba a los espías del Eje y que el cónsul británico estaba al corriente.

El País Vasco era un hervidero. Los aliados tenían puestos de 'escucha' en Eibar, donde había fábricas de armas; en Gernika-Amorebieta, en Las Arenas-Plentzia, en Bermeo y en San Sebastián-Irún. Se decía que el faro de Pasaia hacía señales extrañas y por ese motivo se alertó a los mercantes aliados y se les recomendó que disimularan su artillería cuando entraran en los puertos del norte de España.

En la capital vizcaína también se distinguían luces sospechosas en 1917. Se creía que los alemanes tenían equipos de radiotelegrafía en la Universidad Comercial de Deusto y también en Plentzia, en los alrededores de Algorta, en la playa de Ereaga y hasta en la casa del carlista Manuel Lezama y Leguizamón en Neguri.

Alemanes y carlistas

En Bizkaia residía una colonia alemana próxima ideológicamente a los carlistas que organizó una poderosa estructura logística para ayudar a Berlín. El cónsul honorario en la capital vizcaína, Wilhem Eickhoff, así como Benito Lewin, hermano del cónsul en San Sebastián y ejecutivo de la Compañía de Alcoholes de Bilbao, utilizaron la empresa bilbaína Amann y Gana para suministrar combustible a los submarinos alemanes mediante operaciones clandestinas que se efectuaban desde Plentzia.

Los aliados tampoco quitaron ojo a un ingeniero radicado en Bilbao, Wilhem Wakonigg, cónsul honorario de Austria-Hungría. Su misión era procurar minerales a las industrias germanas. «Por estas actividades –relatan González Calleja y Aubert–, Wakonigg mantuvo una fuerte rivalidad con el cónsul Eikhoff».

Este último protagonizó una curiosa historia en 1915 cuando compró un vapor por 80.000 pesetas. El barco, llamado 'Marcela', zarpaba de Bizkaia para transportar suministros (aceite y alquitrán) a los sumergibles alemanes que se acercaban a la costa gallega. El abastecimiento era posible porque el director de Aduanas de Bilbao hacía la vista gorda. Cuando los aliados descubrieron lo que ocurría, Eikhoff vendió el 'Marcela' a un cura de Zumaia «antiguo capitán de barco y feroz carlista». Los buques de guerra franceses estaban sobre aviso e intimidaron a la tripulación del vapor, lo que levantó bastante polvareda en la prensa.

En el País Vasco se concentraron durante la Gran Guerra muchos soldados alemanes que huían de los campos de prisioneros de Francia. González Calleja y Aubert relatan que entre 500 y 600 de ellos se agruparon en Portugalete, donde la población no debía de simpatizar con los franceses. Los huidos esperaban a ser repatriados en el barco alemán 'Frankenwald', que estaba atracado en la dársena de Axpe junto a otras naves de la misma nacionalidad.

«Los prisioneros alemanes evadidos de Francia y refugiados en España –recuerda el libro 'Nido de espías'– eran tan numerosos que el cónsul alemán en Bilbao hubo de suprimirles la subvención de dos pesetas diarias en septiembre de 1918». No tuvo que ser tan terrible, ya que Alemania se rindió apenas dos meses después. Ahora hace cien años.

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