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La idea de que hubiese turistas visitando Gernika diez meses después del bombardeo, atraídos por la destrucción que la Guerra Civil -todavía en curso- había dejado en el casco urbano, nos resulta chocante e incómoda. Pero el hecho de que esos turistas fuesen traídos en autobuses por las propias autoridades del bando franquista, cuando habían sido sus aliados alemanes e italianos los que habían arrasado la villa, eleva la apuesta hasta un cinismo casi increíble.
Y, sin embargo, así fue. El 1 de julio de 1938, cuando se seguía combatiendo en otros frentes, comenzó a funcionar la llamada Ruta de Guerra del Norte, un recorrido que se vendía a través de agencias de viajes y permitía recorrer casi toda la cornisa cantábrica, desde Irún hasta Oviedo.
Era una muestra pionera de 'turismo macabro' de la que los propios golpistas se mostraban orgullosos: «Es esta la primera vez en la historia que un país abre, en plena guerra, dos grandes rutas de turismo», se ufanó el ministro del Interior y cuñado de Franco, Ramón Serrano Suñer, en referencia a esta iniciativa y otra posterior en Andalucía.
El encargado de poner en marcha la desconcertante idea fue un personaje peculiar, Luis Antonio Bolín, el hombre que había alquilado el avión 'Dragon Rapide' para trasladar al futuro dictador desde Canarias hasta Tetuán y dar inicio al golpe de estado. Bolín estuvo después al frente del servicio de prensa extranjera del bando 'nacional' y tuvo un papel decisivo en el diseño de su narrativa oficial, que presentaba la guerra como una cruzada o una nueva reconquista.
Más tarde, en su calidad de jefe del Servicio Nacional de Turismo, con sede en San Sebastián, impulsó las Rutas de Guerra, que perseguían varios objetivos: por un lado, conseguir las codiciadas divisas; por otro, dar una imagen de régimen asentado y legítimo; y, finalmente, aprovechar los recorridos para transmitir su propaganda, que culpaba de todos los males al legítimo Gobierno republicano y a las fuerzas que lo defendían. Serrano Suñer, en plan publicista, prometía que los participantes en las expediciones podrían «comprobar personalmente la tranquilidad y el orden» y «ver las huellas aún candentes de una de las epopeyas más grandes que registra la historia». En las portadas de prensa, el inicio de las 'tournées' coincidía con las últimas noticias llegadas del frente de Castellón.
También los republicanos traían a personalidades para que transmitiesen después su enfoque del conflicto, pero, frente a esas invitaciones selectivas, las Rutas eran un proyecto declaradamente turístico y comercial, con salidas programadas cada dos días. Se adquiría a través de agencias de viajes y, aunque se había concebido sobre todo para otros países, también estaba abierto a españoles: la prensa publicaba los anuncios de la agencia Cafranga, con oficina en la Gran Vía de Bilbao, que ofrecían el producto «por 400 pesetas», mientras que los extranjeros pagaban nueve libras esterlinas o el equivalente en su moneda nacional.
Unos y otros obtenían un viaje de nueve días a bordo de «espléndidos autocares», que eran veinte autobuses escolares estadounidenses comprados a la Chrysler. En el tramo vizcaíno, los hoteles eran el Carlton -que hasta la caída de Bilbao había servido como sede del Gobierno vasco- y el Torróntegui. Y se publicó un abracadabrante folleto, con una tirada de más de cien mil ejemplares en seis idiomas, en el que se combinaban paisajes, estampas típicas y fotos de la guerra, como una espeluznante imagen de edificios reducidos a escombros en Amorebieta, además de retratos de Franco y de otros golpistas como Mola o Juan Vigón. «La España nacional te invita a visitar la Ruta de Guerra del Norte», proclamaba el encabezamiento que presidía ese batiburrillo.
Según ha analizado en un amplio estudio Sandie Holguín, hispanista de la Universidad de Oklahoma, los guías -políglotas y formados específicamente para estas rutas- combinaban realidad y ficción para «convencer a la comunidad internacional de que los 'nacionales' habían iniciado la guerra por razones muy sólidas».
los turistas extranjeros realizaban los trámites fronterizos en un hotel de Hondarribia pero el 'tour' arrancaba en Irún. En San Sebastián se hospedaban en los hoteles María Cristina, Continental y Londres. El itinerario penetraba en Bizkaia por la ruta de Eibar y Durango, reservando el paso por Gernika para la vuelta. En la imagen, los excursionistas visitan Eibar, una de las localidades vascas más castigadas por los bombardeos, aunque los guías atribuían los destrozos a los 'rojos'.
Gernika era un nombre bien conocido en el extranjero. Los autocares tenían programada una escala allí en el trayecto de retorno hacia Irún. Por supuesto, se les explicaba la versión franquista de los hechos, que achacaba la destrucción del pueblo a los incendios provocados por «la barbarie rojoseparatista», como solían decir, aprovechando el precedente (ese sí, real) de lo ocurrido en Irún.
Les venía muy bien empezar en Irún, donde ciertamente grupos de milicianos habían aplicado la política de tierra quemada en septiembre de 1936 y habían prendido fuego a decenas de edificios. A partir de ahí, todos los desmanes se atribuían a los 'rojos', incluida -por supuesto- la destrucción de Eibar, Gernika, Amorebieta o Durango, que los cicerones achacaban a incendios y no a bombardeos fascistas. En Bilbao podían reconectar con la verdad, al relatar las matanzas en los buques-prisión y el asalto a las cárceles. El propio Bolín detalló en alguna entrevista los hitos del tramo vasco del viaje: Irún en su calidad de «primer jalón de la barbarie de los separatistas», los «puntos rojos» de Eibar y Durango (donde «el fuego puso su huella»), el Cinturón de Hierro bilbaíno como «lugar de primordial interés» y, ya en el viaje de vuelta, la emblemática Gernika, todo ello -insistía- a «un precio inverosímil»
Los excursionistas no podían llevar cámaras, pero el Servicio Nacional de Turismo documentó aquellos viajes con unas fotografías, conservadas en la Biblioteca Nacional, que hoy se nos antojan crueles y grotescas.
En la foto, uno de los autocares de las Rutas en la plaza Moyua, a unos metros del Carlton, que era uno de los dos hoteles donde se albergaba a los turistas. En Bilbao, los guías tenían ocasión de 'reengancharse' a la verdad relatando las matanzas en los buques-prisión y el asalto a las cárceles bilbaínas de Larrinaga, los Ángeles Custodios, la Casa Galera y el Carmelo, que se cobró 224 vidas en enero de 1937.
La visita al Cinturón de Hierro era catalogada de «gran interés» por los organizadores. Destacaba especialmente la zona de Gaztelumendi, en Larrabetzu, donde el 12 de junio de 1937 las tropas franquistas lograron atravesar la línea defensiva: en ese punto se alzó hasta 2017 un monumento conmemorativo. Es el lugar en el que un grupo de turistas se retrató haciendo el saludo fascista, lo que corrobora la tesis de que gran parte de ellos eran próximos a esa ideología.
No obstante, sabemos poco de aquellos turistas. «Era gente próxima al franquismo. Personas muy de derechas, muy católicas, por el tema de la cruzada frente al comunismo y el anarquismo, o filofascistas. Los viajes eran relativamente baratos para el turista extranjero, pero la ideología del cliente pesó bastante. Aparte de la vertiente turística, estos viajes tenían una vertiente militante, propagandística, indudable. Hay que tener en cuenta que estamos en los años 30, en el contexto de las quiebras de las democracias», explica a este periódico otro de los estudiosos de aquellas rutas, Carlos Larrínaga, catedrático de la Universidad de Granada. Según especifica, en dieciocho meses participaron en los viajes programados -el del Norte, un ramal gallego pensado para los portugueses y, más tarde, el de Andalucía- unos ocho mil pasajeros. En el primer bus que partió de Irún, según evocó Bolín en sus memorias, iban «cuatro monjas francesas y un periodista inglés de izquierdas».
Han quedado, precisamente, los testimonios de periodistas que aprovechaban las rutas para conocer de primera mano la situación. Y entre ellos había de todo. La británica Marie Hodgson, por ejemplo, destacó en el 'Daily Express' la competencia de los traductores y los bajos precios: «Los rostros de los habitantes de las zonas por donde pasó la guerra estaban sonrientes», aseguraba. El francés L. F. Auphan, en el diario ultraderechista 'L'Action Française', se sumaba decididamente a las tesis franquistas: «La consigna dada por los dirigentes soviéticos ha sido escrupulosamente observada y las tropas rojas han incendiado esta villa», decía tras su paso por Gernika.
Pero la profesora Holguín también rescata la experiencia de otro inglés, Arthur John Cummings, del 'News Chronicle', que en la visita a la villa foral no pasó por alto la flagrante inconsistencia entre lo que le contaban y lo que veía: «Una y otra vez tuve que señalar con amable insistencia los signos obvios de bombardeo». Incluso se permitió ironizar sobre aquella nueva España supuestamente tan idílica: «No podía entender por qué 30.000 vascos y vascas seguían en prisión sin juicio y por qué otros 200.000 habían tenido que escapar del paraíso de la ocupación de Franco».
Fuentes y créditos
Sandie Holguín: '«National Spain Invites You»: Battlefield Tourism during the Spanish Civil War' (publicado en 'American Historical Review')
Carlos Larrínaga Rodríguez: 'Las Rutas de Guerra. Propaganda y turismo en la España franquista durante la Guerra Civil' (Universidad de Granada)
Eva Concejal López: 'Las Rutas de Guerra del Servicio Nacional de Turismo (1938-1939)' (Instituto de Turismo de España)
L. F. Auphan: 'España vista por un reporter francés. Diez días en el norte de España conquistado por Franco' (Librería Internacional)
Fotos: Marques de Santa María del Villar/Servicio Nacional de Turismo/Biblioteca Nacional de España
Folleto: Southworth Spanish Civil War Collection/University Of California
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