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TOMÁS ONDARRA
Tiempo de Historias

El tiro en la cabeza de los 'amantes de San Mamés'

Bernabé intentó matar a María a falta de dos horas para la boda: era el final de una historia de amor y engaño en la que no faltaba un bebé robado

Carlos Benito

Domingo, 30 de octubre 2022, 01:22

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A los periodistas del siglo XIX les pirraba lo novelesco, así que, muy a menudo, caían en excesos sentimentales que hoy nos parecen incongruentes. En nuestra idea del mundo no acaba de encajar que los protagonistas de un suceso terrible, en el que un hombre dispara en la cabeza a su prometida y la deja ciega, sean bautizados públicamente como 'los amantes de San Mamés'. Pero ese fue el caso de Bernabé González y María Arguinchona, cuya historia de amor y engaño enlazó Asturias, Cuba y Bilbao y alcanzó su desenlace trágico durante una madrugada de 1888, cuando faltaban solo dos horas para que la pareja se casase en la iglesia de San Vicente.

Bilbao, 1888

  • Prostitución El abogado de Bernabé sostuvo que las «condiciones de inmoralidad» en las que había vivido María hacían que «la perturbación que el caso causa» fuese menor.

Eran casi las cinco de la madrugada del 28 de julio cuando se escucharon tiros en el Camino de San Mamés, cerca de un cuartel de la Guardia Civil. Los agentes del instituto armado que acudieron al lugar se encontraron a dos jóvenes malheridos: eran María, de 21 años, natural de Amorebieta y residente en la calle Bailén de Bilbao, y Bernabé, que tenía 27 y había nacido en la localidad asturiana de Ladines. Los dos seguían conscientes, ella con una herida de bala en la cabeza y él con otra en el carrillo, pero solo Bernabé respondió a las preguntas de los guardias: les pidió que, por favor, lo rematasen y que cuidasen de su novia. Pronto se supo que la pareja venía de Portugalete, adonde se habían desplazado para que un amigo les prestase unas arras, y que regresaban a pie a esas horas de la noche porque iban a contraer matrimonio a las siete de la mañana. Los periodistas se olieron una turbia historia pasional y la redondearon con ese sobrenombre de romanticismo trasnochado, los amantes de San Mamés.

La hipótesis inmediata –tan típica de aquella época y de tantas otras épocas– fue que la novia había tenido relaciones con algún otro hombre y había confesado su infidelidad, quizá alentada por el sacerdote con el que se había confesado la víspera. En realidad, la historia real era más complicada y, desde luego, estaba llamada a satisfacer plenamente a los lectores ávidos de cotilleos. Bernabé y María se habían conocido en un prostíbulo de Oviedo en junio de 1887. Ella, que en la casa se hacía llamar Estrella, le contó que estaba «aburrida de la miserable vida que arrastraba», según lo expresó el 'Diario Oficial de Avisos de Madrid', y él decidió «colocarla en condiciones de volver a la vida honrada», en palabras de 'El Noticiero Bilbaíno'.

Se marcharon juntos a Gijón, pero Bernabé, que había servido en el Ejército de Cuba, entonces provincia española, tenía que volver a la isla caribeña para arreglar algunos asuntos pendientes. Se despidieron en Santander: él embarcó hacia La Habana y ella regresó a su tierra y se estableció en Bilbao. Las cartas empezaron a cruzar el Atlántico: Bernabé recomendaba a María que fuera «formal y juiciosa» y que «aprendiese a cortar vestidos» y ella le respondía con «cartas apasionadas, de ocho caras alguna», en las que le contaba que había encontrado trabajo en la calle San Francisco y estaba ganando una peseta diaria. Una de aquellas misivas comunicó a Bernabé la gran noticia: María estaba embarazada «a consecuencia de actos casuales que con él había tenido», según la fórmula empleada por 'El Noticiero'. En otra, la joven le informó de que el 20 de febrero de 1888 había dado a luz un niño.

«No es ni tuyo ni mío»

Bernabé apresuró su retorno para formalizar la relación y legitimar el fruto de sus amores, que se estaba criando con una nodriza en Portugalete. Y así llegamos al infausto 28 de julio. Parece que Bernabé, que había visitado un par de veces al crío, no las tenía todas consigo. En medio de la oscuridad de la madrugada, decidió aclarar las cosas.

– María, dime si es mío el hijo.

– Ya que lo has de saber, óyeme –respondió ella–. No es nuestro el hijo, ni tuyo ni mío.

Bernabé llevaba encima su revólver de cinco tiros, por si salían a asaltarles por el camino, y abrió fuego contra su novia para disparar a continuación contra sí mismo. A la chica, la bala le destrozó un ojo y le hizo perder también la visión del otro, además de quedársele alojada dentro del cráneo y provocarle neuralgias crónicas. De hecho, los periódicos recogieron que al juicio, en abril de 1889, acudió un «público numerosísimo» no solo por los detalles escabrosos del caso, sino también por el morbo de comprobar «las condiciones de la lesionada María». Las descripciones en los diarios nos suenan hoy dolorosamente parciales: Bernabé era «un joven de aspecto simpático, moreno, con ojos negros y barba sedosa», según el cronista del 'Diario Oficial de Avisos', mientras que de María se atiende solo a su discapacidad, que la obliga a subir al estrado «conducida por un ujier» y «encorvada».

En el juicio se aclaró que, efectivamente, ninguno de los dos tenía vínculo biológico con el niño Felipe: el pequeño era hijo de Josefa, una prostituta conocida o pariente de María que había dejado al bebé en la inclusa. María acudió a la Diputación provincial, presentándose falsamente como la madre, y consiguió que se lo entregasen. Tras aplicar las atenuantes de arrebato y «vindicación de ofensa grave», la condena de Bernabé se quedó en dos años, cuatro meses y un día de prisión y 5.000 pesetas de indemnización a la víctima, aunque el fiscal solo pedía 250.

Cinco meses más tarde se celebró el juicio contra María por suposición de parto y usurpación de estado civil. Le cayeron diez años, ocho meses y un día, entre cuatro y cinco veces más que al hombre que la había dejado ciega de un tiro.

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