Así ilustró la historia el semanario madrileño Las Ocurrencias. Las Ocurrencias
Tiempo de historias

Los amores y desamores de Aurelia y el policía Marcelino: un drama en dos actos en Bilbao la Vieja

El agente, con el que acababa de tener una hija, la había abandonado por otra mujer, y el conflicto derivó en un ataque con ácido y un tiroteo que tuvieron reflejo en la prensa nacional

Domingo, 23 de enero 2022, 01:39

En esta historia, a diferencia de lo que suele ocurrir en nuestra serie de crónicas negras rescatadas de la hemeroteca, no acaba muriendo nadie. Y, sin embargo, la violencia y el dramatismo de los hechos encendieron de tal modo el interés de la opinión pública que los enfrentamientos de Aurelia y Marcelino saltaron desde las calles de Bilbao la Vieja hasta las páginas de la prensa nacional: encabezando estas líneas podemos ver la ilustración que publicó 'Las Ocurrencias', un semanario madrileño dedicado a los sucesos que se caracterizaba por su enfoque sensacionalista, pero que en este dibujo se ciñó con bastante exactitud a lo que ya habían contado los periódicos locales. Junto a las viñetas podemos ver las dos armas que se emplearon en los encontronazos entre ambos protagonistas: por un lado, el frasco de vitriolo (es decir, el temible ácido sulfúrico que se empleaba como producto de limpieza y también para desfigurar rostros, sobre todo en crímenes motivados por el despecho); por otro, el revólver que tantas veces alzaba la voz en aquel Bilbao de hace algo más de un siglo.

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En abril de 1911, Aurelia Aja tenía 36 años. Nacida en Cantabria, era viuda y vivía en la calle Marzana de Bilbao, número 4. Por su parte, el guardia municipal Marcelino Aguiar tenía 33 años, era originario de Casteda (Lugo) y residía en el 4 de Iturburu Alto. El agente tenía dos hijos de 2 y 8 años de su primera esposa, de la que había enviudado, y en el momento de los hechos había vuelto a casarse con Simona Luna. Las primeras informaciones dejaban la cuestión en una discreta nebulosa, pero, a medida que se iba desarrollando la historia, quedó claro que Aurelia y Marcelino «habían tenido relaciones muchos años, con consecuencias», como comentaba 'El Noticiero Bilbaíno' en referencia a la niña casi recién nacida que criaba en solitario la madre. «Aún sin haber roto con Aurelia, Marcelino contrajo matrimonio con otra mujer y dejó plantada a la que esperaba ser su esposa», detallaba 'Las Ocurrencias'.

Aurelia no estaba dispuesta a aceptar de buen grado la nueva situación, que sumaba al abandono la penalización social que acarreaba entonces la condición de madre soltera. El 27 de abril de 1911, Mariano Aguiar había acabado ya su turno como guardia municipal número 112 y regresaba a su domicilio en Bilbao la Vieja. Entró en el portal y se topó con su examante, que le agarró del brazo y le vertió en la cara un frasquito de vitriolo. Después emprendió la fuga, pero los gritos del agente atrajeron a un compañero que logró prender a la agresora. El médico de la casa de socorro que examinó a Mariano le apreció «extensas quemaduras en la frente, cara y cuello» y afirmó que había estado a punto de quedarse ciego. «La mujer, una vez en comisaría, no pudo declarar, dado el estado de excitación en que se hallaba», informó 'El Noticiero'. A raíz de aquel suceso trascendió que un mes antes, el 27 de marzo, Aurelia ya había perseguido con un cuchillo a Mariano por la calle Sendeja, donde este se encontraba de servicio.

«Recógela y aliméntala»

Tras el ataque con ácido, la mujer quedó en libertad bajo fianza. El policía, por su parte, estuvo tres meses de baja y se recuperó bastante bien de la desfiguración, aunque las lesiones en los ojos le obligaban a protegerse con gafas oscuras. El 19 de julio le dieron el alta y el 20 acudió a presentarse ante sus superiores y recoger el uniforme, con el propósito de retomar las patrullas al día siguiente. Pero, a eso de las siete de la tarde, cuando caminaba por Cantarranas con el paquete del uniforme en la mano, de nuevo le salió al paso Aurelia, esta vez con la niña de cuatro meses en brazos. «Aquí tienes a tu hija –le espetó–. Recógela y aliméntala, que yo no puedo hacerlo porque me has abandonado».

«Parece que el guardia Aguiar no tomó en consideración esta invitación. Entonces, Aurelia Aja le increpó e insultó duramente, mientras daba voces y prorrumpía en amargo llanto», recogió en su crónica 'El Pueblo Vasco'. No quedó claro si fueron los exabruptos de su examante o si el policía temió en algún momento que ella volviese a atacarle, pero Marcelino tomó entonces la ofensiva. Primero, golpeó a Aurelia varias veces con su bastón. A continuación, extrajo de un bolsillo de la americana un revólver Velo-dog del calibre 9 (que no era su arma reglamentaria, sino un regalo que un amigo le había traído de Melilla) y disparó cinco tiros contra la mujer. «Esta cayó ensangrentada, en medio del arroyo [es decir, la parte de la calle por donde corrían las aguas] y frente a la fachada de la casa en donde el señor Artiach tiene establecida su galletería», continuaba 'El Pueblo Vasco'. La pequeña, a la que su madre había protegido con el brazo, resultó ilesa. En cambio, una niña de 12 años que pasaba por allí se lesionó una pierna al alejarse apresuradamente de los disparos.

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Según algunas fuentes, Marcelino, que actuó «ciego de ira», volvió después el cañón del revólver hacia sí mismo, en ademán de ir a suicidarse. Según otras, lo que hizo fue apretar el paso para marcharse del lugar. El caso es que acabó en manos de algunas personas que le habían visto abrir fuego contra la mujer y el bebé: «Le sujetaron dos individuos que también le dieron varios golpes. Marcelino quedó detenido y tumbado sobre un muro pequeño que existe en las escalinatas de Cantarranas». El sereno Rafael León acudió desde Urazurrutia para hacerse cargo del agresor y recibió el apoyo de dos policías municipales, compañeros del detenido, pero la gente no se mostró conforme con este arresto. «Algunos curiosos, en su mayoría mujeres, querían maltratar a Aguiar, que a duras penas pudo librarse de ser 'lynchado' por las protestantes. Numerosos grupos se estacionaron en las puertas de la comisaría, pretendiendo entrar en los calabozos para matar al agresor, cuya cabeza pedían a voces. Varios guardias tuvieron que dar una carga para despejar la calle y evitar el asalto pretendido», hizo constar 'El Pueblo Vasco'.

En principio, se temió por la vida de Aurelia, que presentaba heridas de bala en el hombro y el brazo izquierdos y diversas contusiones en la cabeza, pero los médicos pronto descartaron que fuese a morir. Por desgracia, en las hemerotecas no aparece ninguna de las dos sentencias: ni la del ataque con vitriolo, ni la de los disparos. La última entrada referente al caso corresponde a la visita que una cuñada de Aurelia hizo a la Alcaldía, con vistas a reclamar ayuda para alimentar a la pequeña, ya que su madre seguía ingresada en el hospital. Los responsables municipales trasladaron el caso al doctor Entrecanales, responsable de La Gota de Leche, para que analizase si la niña podía ser criada con biberón. «En caso contrario –concluía 'El Pueblo Vasco'–, el Ayuntamiento costeará un aña para la infeliz niña».

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