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TOMÁS ONDARRA
Tiempo de Historias

El Rojo, capitán de pilluelos y granujas en el Bilbao de finales del XIX

Tenía unos 10 años cuando empezó a aparecer en las páginas de sucesos, ya como delincuente con banda propia, y poco más de 20 cuando murió en la cárcel

Carlos Benito

Domingo, 24 de julio 2022, 00:53

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La primera vez que El Rojo apareció mencionado en 'El Noticiero Bilbaíno' fue en marzo de 1891. Si hacemos cuentas a partir de otros momentos de su carrera criminal en los que se especificó su edad (por ejemplo, el juicio al que fue sometido en 1899, cuando andaba por los 18 años), llegaremos a la conclusión de que aquella pionera referencia a nuestro protagonista se produjo cuando rondaba unos tiernos 10 u 11 añitos. Sin embargo, ya entonces era bien conocido en la villa como líder de una banda de granujas: «Varias veces la prensa ha denunciado las fechorías que casi a diario viene cometiendo una cuadrilla de rapaces capitaneada por un mozalbete, por un muchacho más bien, apellidado o conocido por El Rojo. Esta cuadrilla vive continuamente entregada al más descarado merodeo, ya en la Plaza del Mercado, ya en las tiendas de telas, de quincalla o de comestibles, en las cuales acechan un momento de descuido de los dueños para apoderarse de alguna pieza de tela, de alguna prenda de vestir, de algún embutido, de cualquier otro objeto», denunciaba aquel texto, que clamaba por la creación de un correccional específico para estos menores sin respeto por la ley.

Bilbao, 1891

  • Objeto de estudio El abogado y político Ramón Madariaga Azcuenaga, que había estudiado con Cesare Lombroso, aplicó las tesis del criminólogo italiano a Secundino Rojo.

El Rojo, que de nombre se llamaba Secundino y a menudo recibía el título honorífico de Capitán Rojo, era la figura más señalada del ejército de pilluelos que dedicaban sus jornadas a delinquir alegremente por las calles de Bilbao, una ciudad que por aquella época había crecido hasta situarse entre los 60.000 y los 70.000 habitantes. Buena parte de aquella población subsistía en condiciones miserables, y de esa masa empobrecida salían los críos –unos abandonados, otros simplemente desatendidos– que practicaban el pillaje con toda desvergüenza. En el competitivo mundillo del hampa infantil, El Rojo y los suyos no tardaron en sobresalir: formaban «una cuadrilla organizada con una perfección que asombra y pone espanto en el ánimo más despreocupado», según alertaba el diario. Además de robar en tiendas, eran hábiles 'tomadores del dos', es decir, duchos en el difícil arte de birlar billetes, carteras y relojes de bolsillo 'pescándolos' con dos dedos.

La hemeroteca permite repasar episodios de la vida de Secundino Rojo como si se estuviese hojeando su álbum familiar. En 1891, por ejemplo, fue detenido por afanar varias cajas de jalea de una confitería de la calle de La Cruz. En 1892, lo sorprendieron con la zarpa en el cajón de una tienda de Iturribide. En 1893, lo atropelló un coche de caballos: «Este niño es el famoso Capitán Rojo», señalaba 'El Tradicionalista' en la noticia. En 1896, le quitó cuatro duros a una mujer en la Plaza del Mercado. En 1898, dio un buen golpe en la feria de Basurto y se llevó el portamonedas de un aldeano, cargado de billetes: después, Secundino y su compinche Juan Valmaseda «fueron a comprarse ropa y comieron y tomaron licores», pero acabaron detenidos en Galdakao cuando viajaban hacia Durango para cambiar de aires. En 1899, El Rojo formaba parte de una cuerda de reclusos que estaban siendo trasladados y le pidió dinero a uno de sus secuaces: el esbirro, como no llevaba nada encima, se apresuró a sustraerle cinco duros a una chica que los había llevado para un hermano.

«A ver si choro algo»

Pero, de todas sus aventuras, la más comentada fue su efímera fuga de la prisión de Larrinaga en 1892, es decir, a los 11 o 12 años. Estaba en la escuela de la cárcel (a la que no le faltaba alumnado, con una veintena de menores enchironados en aquel momento) y, en plena clase, se coló por un agujero de ventilación con una salida de 18 por 24 centímetros, se arrojó de cabeza al jardín y se largó indemne y tan tranquilo. Lo capturaron porque se detuvo en una taberna de Zabalbide a tomarse un cuartillo de vino. La aparente imposibilidad física de que su cuerpo pasase por un hueco tan angosto llevó al director de la cárcel a pedirle que intentase de nuevo ante sus ojos aquel número de escapismo: «El Rojo, quitándose con la mayor calma del mundo la gruesa chaqueta que vestía, repitió la operación», relató 'El Noticiero', que incluso sometió al protagonista a una breve interviú:

– ¿Cómo te has valido para saltar al jardín por una ventana tan estrecha y tan pequeña?

– ¡Eso es fácil!

– ¿Y por qué has escapado?

– A ver si choro algo.

– ¿Y no tienes miedo de pudrirte en presidio?

– ¡Ca, ya me sacarán! Además, aquí dan de comer.

A medida que se hacía mayor, El Rojo cada vez pasaba más tiempo entre rejas. Incluso lo tallaron para el servicio militar mientras cumplía condena en Larrinaga. En diciembre de 1902, 'El Noticiero Bilbaíno' publicó la última noticia sobre él. «Recordarán nuestros lectores el nombre de Secundino Rojo San Emeterio, un muchachuelo que parecía de alfeñique, pero de habilidad, que había logrado realizar astutos robos imponiendo su jefatura a otros muchachos de su edad y aun bastante más viejos», recordaba, antes de informar de su muerte en la enfermería de la cárcel de Alcalá de Henares. «A pesar de la prisión del Capitán Rojo –añadía el diario, como despedida al ilustre malhechor–, continuó este dirigiendo la banda desde la cárcel, por medio de su teniente. Trasladado El Rojo a Alcalá, hubo de disolverse la partida y, aun cuando algunos muchachuelos han querido organizar otras semejantes, no han tenido éxito sus proyectos, por carecer de las condiciones que aquel tenía y que seguramente le hubiesen proporcionado ventajas en la sociedad si sus aptitudes las hubiera empleado honradamente».

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