El primer coche que subió al Pagasarri
Un Austin protagonizó lo que unos aplaudieron como «hazaña de buen sport» y otros criticaron como «invasión de los dominios del montañero»
Los primeros años del automovilismo tuvieron mucho de aventura. Sobre todo, podríamos decir, para los peatones, que debían tener en mente la presencia desacostumbrada de ... aquellos vehículos endiablados, lentísimos si los comparamos con los actuales, pero lo suficientemente veloces como para acumular una lamentable lista de atropellados. Más allá de eso, las primeras décadas del siglo pasado fueron también un tiempo de desafíos y logros para los propios conductores, obsesionados con llegar a los sitios más rápido, como si llevasen al progreso en el asiento del copiloto, y también con alcanzar lugares a los que nunca antes hubiese arribado un automóvil.
Una variante de aquel empeño fue el montañismo a motor, que dejó episodios gloriosos como la primera subida al Gorbea en automóvil: ocurrió en 1924 y el responsable de la gesta fue el vitoriano Emilio Álava a bordo de un Citroën. Pero se daba la dolorosa circunstancia de que, transcurrido el primer tercio del siglo, una cumbre tan 'doméstica' como el Pagasarri aún no había sido hollada por las ruedas de un coche. En abril de 1933, un grupo de entusiastas del motor se propusieron poner remedio a aquella situación. «Conseguirlo suponía vencer una serie de grandes dificultades y probar el rendimiento de una máquina en la que había de depositar el conductor plena confianza», planteaba el diario 'El Liberal'.
Bilbao, 1933
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Golpe publicitario En las semanas posteriores, el representante de Austin en Bilbao insertó en los periódicos un anuncio con la siguiente leyenda: «El primer coche que ha conseguido escalar la cumbre del Pagasarri». La casa prometía «máximo rendimiento con el menor gasto» y tenía un eslogan resultón: «Imitado, sí. Igualado, no».
El reto surgió en una tertulia y los dos espíritus audaces que recogieron el guante fueron Juanito Astigarraga y Jesús González, miembros de la Peña Motorista Vizcaya. La idea era emprender la aventura a bordo de un coche relativamente modesto, un Austin bien cargado ya de kilómetros. El 13 de abril, a media mañana, partieron de San Roque mientras un grupo de curiosos acometía la ascensión a pie para confirmar de cerca si la cosa acababa en éxito o en desastre.
«La escalada, efectuada sin ninguna preparación, tuvo naturalmente momentos difíciles (...). Una rueda fuera del atajo... El precipicio al lado... Ustedes verán. El abrupto camino, para llamar de algún modo al sendero que utilizan los alpinistas, se encuentra en malas condiciones. Pero, además, anchas zanjas en algunos trozos y en otros un espacio a lo ancho para pasar que no excede de 1,10 metros. Para pasar jugándose algo más que la factura de reparación del vehículo. Y el porcentaje de pendiente en muchos lugares es aterrador, con un piso descarnado 'hasta enseñar los huesos'», analizaba el cronista de 'El Pueblo Vasco', que firmaba solo con su inicial, N. En 'El Liberal' hablaban de desniveles de entre el 22 y el 30% y publicaron una panorámica de Amado, prestigioso fotógrafo que «subió a pinrel», en la que se ve el automóvil bordeando peligrosamente un abismo.
El atropello de Bolivia
Llegaron, claro que sí. Lograron superar «esos obstáculos que antes se decían invencibles para un dos ruedas y para un cuatro ruedas» y, al cabo de hora y media, ya estaban junto al refugio de la cumbre. Al final, el único sobresalto no tuvo nada que ver con la ascensión, porque se produjo una vez arriba: «Para que no faltase lo que a muchos se les antoja inevitable tratándose de automóviles, sobrevino el primer atropello automovilista de que jamás han sido testigo aquellas piedras», hacía constar N. en su pieza. La víctima fue un hombre apodado Bolivia («el popular Bolivia» según 'El Pueblo Vasco' y «el gran Bolivia» según 'El Liberal') y sus lesiones no revistieron ninguna gravedad, a juzgar por la ligereza con la que se mencionaba el accidente, que muy probablemente no pasó de ser una simulación cómica.
El Austin se quedó en lo alto del Pagasarri durante cinco días, «ofreciéndose a la admiración de la gente capaz de hacerle la competencia a fuerza de pulmón», y tampoco tuvo ningún problema para bajar del monte. La excursión de Astigarraga y González fue muy celebrada por sus contemporáneos: «Esta hazaña tiene mucho de humorismo y de sport original y pintoresco. De buen sport (...). La primera subida, empleando otro motor que el humano, realizada al monte conocidísimo. Otra leyenda de 'invencible' al foso», aplaudía el redactor de 'El Pueblo Vasco', además de apuntar que «por mucho menos se han organizado homenajes apoteósicos». Tampoco 'El Liberal' (cuya crónica tenía toda la pinta de ser un pionero publirreportaje patrocinado por el distribuidor de Austin en Bilbao, Rafael Gutiérrez del Río) escatimaba elogios hacia «la muy arriesgada proeza».
Pero también se alzaron voces críticas, que encontraron su hueco en el periódico deportivo 'Excelsius'. «Tendremos que protestar una vez más de que el automóvil invada los dominios del montañero», deploraba un periodista de esta publicación, horrorizado al comprobar cómo «la silueta del automóvil se ha recortado altiva y arrogante como un desafío a los alpinistas». Su lamento concluía con una petición, seguramente irónica, a las autoridades locales: «El Ayuntamiento puede tomar nota -y esta ascensión es una prueba- del interés que hay en poder llegar en automóvil hasta las alturas de Pagasarri y apresurarse a dar trabajo a los 'paraos' construyendo la proyectada carretera alpina».
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