Las piedras sagradas del monasterio de Santa Catalina
Tiempo de historias ·
Desde la Edad Media se conocían en toda Europa los fósiles de erizos de mar de la sierra de Badaia, utilizados con fines religiosos y mágicos contra el mal de ojoLos fósiles son restos orgánicos que han dejado animales y plantas hace millones de años y aún perduran. Una ciencia, la Paleontología, se encarga de su estudio. Pero no hace tanto tiempo esas rocas formaban parte del mundo misterioso, mágico y religioso. Son piedras a los ojos de un hombre moderno, aunque hace unos siglos eran algo milagroso, un objeto extraordinario de origen sobrenatural.
Álava contaba con una verdadera fábrica de fósiles en el entorno del Monasterio de Santa Catalina, en la sierra de Badaia, actualmente un flamante jardín botánico en medio de las ruinas del antiguo convento agustino. En realidad aparecen por toda la Llanada, tal y como certifica Ricardo Becerro de Bengoa en sus 'Descripciones de Álava' (1880). «Se ven millares de fósiles redondos punteados que las gentes de la aldea llaman piedras de Santa Catalina y que no son otra cosa que el equinoderno 'Spatangus coraguinium' o 'Micraster brevis' de los geólogos. Con los que ruedan por la superficie en la Llanada, se puede proveer a todos los museos del mundo».
Becerro de Bengoa se refiere a restos fosilizados de numerosos ejemplares de un tipo de erizo marino mesozoico, del Cretácico Superior, perteneciente al género 'Micraster' y sobre todo a la especie 'Micraster coranginum'. El investigador de la Universidad de Lleida Heraclio Astudillo-Pombo ha estudiado con mucho detenimiento la larga historia de estas piedras, consideradas antiguamente dentro de la categoría de preciosas. No tanto ya por su valor sino por su formación maravillosa, lo que les daba propiedades mágicas medicinales y milagrosas a ojos de sus usuarios.
Primera referencia italiana
Curiosamente, los documentos más antiguos conocidos hasta ahora, en los que se citan estos fósiles, son tres inventarios de la familia italiana Gonzaga, gobernanta de la región lombarda de Mantua. Están redactados en latín en los años 1381, 1391 y 1395. Se llaman piedras de Santa Catalina, aunque no indican procedencia. Hay que tener en cuenta que también se denominaban así a fósiles de otras especies de erizos procedentes de las cercanías del monasterio ortodoxo de Santa Catalina del Monte, en el Sinaí.
Astudillo Pombo ha recogido hasta 28 citas entre el siglo XVI y finales del XIX que se refieren concretamente a las piedras de Santa Catalina de Badaia en latín, castellano, portugués, italiano, alemán, francés y holandés. Las piedras llegaron a tener tanta fama que muchos peregrinos del Camino de Santiago de Compostela se desviaban hasta Badaia para ver en el lugar las formaciones prodigiosas. La mayor parte de las personas que escriben sobre los fósiles son religiosos pero también hay médicos, escritores y alquimistas.
En la sierra de Badaia hay una ermita documentada en 1179 propiedad de la familia Martínez de Iruña dedicada a Santa Catalina. Allí mismo se construirá una casa fuerte y un monasterio que perteneció a los Jerónimos entre 1402 y 1472 y a los agustinos a partir de esa fecha hasta su desamortización y destrucción en 1836. Estos monjes interpretaban la aparición de las rocas como la aprobación divina de su presencia en el pequeño valle.
Sin una explicación científica que justificara la aparición de aquellas hermosas rocas, dotadas de una morfología de radios que se parecía a las ruedas del martirio de la santa, su asociación con un icono como Santa Catalina y luego San Agustín era más bien sencilla. Atribuirles virtudes extraordinarias para alejar el mal o de salud era simple en aquel contexto mágico y religioso.
Joyería religiosa popular
Las piedras fueron usadas en la joyería religiosa popular como colgantes con monturas de metales nobles como la plata, anillos o cuentas de collares contra las circunstancias adversas y las malas influencias. El momento de más superstición coincidió con los siglos XVII y XVIII y decayó con la desaparición del culto. A partir del inicio del XIX, los geólogos aportan ya una explicación científica y hablan de fósiles a los que dan un nombre como antiguos erizos de mar petrificados.
Se sabe, sin embargo, que entre principios y mediados del siglo XX un herrero de la localidad de Trespuentes con habilidades de orfebre labraba unos colgantes con los fósiles 'Micraster conanginum' más pequeños, blancos y bien conservados que vendía con la finalidad de que sus portadores quedaran protegidos contra el mal de ojo promovido por vecinos envidiosos.
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