Una Navidad aciaga para los anguleros: tres murieron en apenas una semana
En poco más de una semana, el colectivo perdió a tres miembros: dos se cayeron a la ría y el tercero fue apuñalado por conflictos con otro pescador
Carlos Benito
Domingo, 11 de diciembre 2022, 00:53
En el Bilbao de principios del siglo XX, los precios del pescado solían experimentar grandes variaciones en función de lo que entrase cada día al mercado, pero está claro que las angulas (sin ser baratas, ojo) ni siquiera se acercaban a los niveles prohibitivos de hoy. Si tomamos como referencia las tarifas del mercado del 21 de diciembre de 1908, veremos que se vendían a tres pesetas el kilo, por encima de los lenguados y los verdeles (a 2,40 y 1,65, respectivamente), pero por debajo de las doradas y la lubina (que andaban por 3,12 y 4,25). Por supuesto, había otra manera de hacerse con angulas, y era bajar a la ría a pescarlas: multitud de personas probaban suerte cada noche con el farol y el cedazo, bien para zamparse después el fruto de sus esfuerzos, bien para venderlo y obtener un respiro económico en tiempos de extendida miseria.
Bilbao, 1908
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La carta. En abril de 1907, había sido muy comentada en Bilbao la carta de una supuesta Liga Internacional de Anguleros. Pedían dinero para celebrar el día de San Saturio y también que los concejales les sustituyesen mientras estaban de fiesta, con obsequio de un cedazo al edil que más pescase. La broma tenía más trasfondo del que parece (referido a la financiación del Primero de Mayo) y dio lugar a encendidos debates.
Las Navidades de 1908 fueron dramáticas para los anguleros bilbaínos, y no precisamente porque escaseasen las capturas. En poco más de una semana fallecieron tres miembros del colectivo, dos de ellos a causa de accidentes y el tercero, víctima de un crimen vinculado con la propia actividad, y faltó poco para que se añadiese otro más a la fatídica cuenta, ya que Tomás Jubera (de 38 años, nacido en la localidad navarra de Mendavia y vecino de Ollerías Bajas) estaba recogiendo sus aparejos en el muelle de Los Caños cuando se cayó desde lo alto de un muro de nueve metros. «Fue milagro que no quedase muerto», concluía el breve que le dedicó 'El Noticiero Bilbaíno'.
El Gorrión tuvo menos suerte. Así llamaban a un angulero de 26 años nacido en Logroño y apodado también, por ese motivo, el Riojano. Su nombre auténtico era José María, había trabajado de cochero en Francia y residía en la posada El Aragonés de la calle Cortes. El 16 de diciembre, el Gorrión había estado faenando desde un pretil de La Salve, pero empezó a sentirse mal y le comentó a un carabinero que tenía mucho frío. A las once y media de la noche, recogió la lámpara de acetileno y se dispuso a marcharse, pero resbaló y acabó en la ría. El carabinero con el que había estado charlando se arrojó al agua para salvarle, sin éxito. Desde la otra orilla partió un botero que logró sacar primero la blusa del desventurado José María y, después, recuperó su cadáver. Lo depositaron en el primer peldaño de la escalerilla del muelle, con su propia lámpara encendida al lado. «Vestía botas, pantalón de tela mahón, faja encarnada, camisa de color y boina», detalló el diario.
Cuatro días más tarde, a las nueve de la noche, se habían citado dos amigos para salir a pescar angulas. Saltaron a su bote desde el gabarrón Sevilla, atracado en la Ribera, con tan poca pericia que los dos cayeron en la misma banda de la pequeña embarcación y la volcaron. Eran días de temporal y la ría, que bajaba crecida y con una corriente fortísima, los arrastró a gran velocidad. «Uno de los anguleros daba fuertes voces de auxilio y, al llegar al machón del puente del Arenal, recibió en la cabeza un tremendo golpe que le debió causar conmoción y desapareció bajo la superficie», relató 'El Noticiero'. El otro pudo mantenerse a flote hasta Portugalete, donde logró aferrarse a una de las mangas del gabán que le tendía el subjefe de la estación.
El ahogado era un albañil llamado Esteban Hermosilla, tenía 24 años y vivía en el Camino de La Peña. Días después, la prensa publicó un mensaje de su esposa, Inés Marzo, bajo el título de 'Triste Nochebuena'. «Quedando viuda con tres hijos, el uno de seis años, otro de cuatro y el tercero de dieciséis meses, y hallándome para dar a luz el mes que viene, ruego de las personas caritativas que tengan la bondad de socorrerme por la tan crítica situación en la que me hallo, no teniendo para dar un pedazo de pan a mis desgraciados hijos», suplicaba la desesperada Inés.
Cuchillada en el cuello
El último sobresalto para los anguleros llegó precisamente en Nochebuena, ya de madrugada. El sereno encargado de la zona de los Santos Juanes escuchó voces que pedían auxilio, acudió a toda prisa y se encontró a un hombre ensangrentado en la calle 16 de Agosto, junto al muelle de Ibeni. Se trataba de Bonifacio Pío Tejero, de 32 años, natural de Quintanilla de Abajo (Valladolid) y residente también en La Peña. Presentaba una herida de arma blanca en un lado del cuello, que le provocó la muerte días después. La Policía no tardó en detener al autor del crimen, Celio Rodríguez, de 21 años, que se había ocultado en una taberna de Los Mimbres «a fin de no estar preso durante las Pascuas».
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Según quedó claro en el juicio, el crimen hundía sus raíces en la enconada rivalidad entre un grupo de anguleros, al que pertenecía la víctima, y el padre de Celio, que también se dedicaba a esa actividad. La víspera habían llegado a las manos y el joven, empujado por lo que un cronista llamó «natural arrebato», quiso vengar los golpes recibidos por su padre: aguardó a que Bonifacio saliese a pesar angulas después de la cena de Nochebuena, se acercó por detrás y le asestó la tremenda cuchillada. Fue condenado a diecisiete años, cuatro meses y un día de cárcel y a pagar tres mil pesetas de indemnización.
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