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Fotografía de principios del siglo XX del Campo de Volantín, cerca de donde apareció el cuerpo de Ciriaca Aranjuelo.
Un cadáver en la ría

Un cadáver en la ría

Tiempo de historias ·

El 1894 la sociedad bilbaína siguió con fervor la historia de Ciriaca Aranjuelo, que comenzó como una desaparición misteriosa y acabó con su marido condenado a muerte

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Sábado, 10 de agosto 2019, 01:36

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La noche del 29 de noviembre de 1894 fue asesinada en Bilbao Ciriaca Aranjuelo. En febrero de 1896 condenaron a muerte Baldomero Ibáñez, su marido. Lo ejecutaron en diciembre de 1897, como ya hemos relatado en esta sección.

Los bilbaínos siguieron el crimen con expectación. 'El caso de la mujer desaparecida': así lo llamó la prensa. Algunas circunstancias se nos hacen raras. Interesan para conocer la sociedad de la época. Anotaremos aquí los hechos fundamentales, aunque con la sensación de que presentan cierta incoherencia.

El 1 de diciembre se publicó que había desaparecido una mujer que vivía en Fernández del Campo. Era una calle populosa, recién creada, junto a Hurtado de Amézaga. El matrimonio tenía frecuentes disputas. La mujer, muy conocida, estaba bien considerada. No se la vio el 30 de noviembre y saltaron las murmuraciones. «Entre los vecinos de la citada calle no se habla de otra cosa». Le llegaron los rumores o alguien avisó: el mismo día 30 la policía judicial decidió tomar cartas en el asunto. Detuvo a Baldomero Ibáñez, al que señalaban las habladurías.

Baldomero era de Palencia y Ciriaca de la Rioja. Se habían casado en Burgos en 1886, él con 22 años, y venido a Bilbao en el momento del despegue urbano. Baldomero trabajaba en una cuadra que estaba en la calle de la Sierra, la actual Buenos Aires, cerca de los almacenes portuarios de Ripa y las fábricas de madera. Vivían de inquilinos en la casa que regentaba Isabel Inazaga. Ciriaca «quería mucho a su marido», se dijo sucesivas veces. Pero la mujer había puesto en conocimiento de un agente municipal, Benigno Barquín -vivía en la misma calle-, las disputas matrimoniales, para que hablara con Baldomero, por si se corregía. El hombre seguía en sus trece. Se intuye que las trifulcas incluían maltratos.

En el juicio Baldomero alegó que Ciriaca era celosa y que las cosas empezaron a torcerse cuando se enteró de que ella había tenido un hijo antes. Suena a exculpación, cuando estaba en primer plano la valoración moral del acusado. La opinión pública y el auto judicial dieron por sentado que los problemas no venían de los celos, sino de que él llevaba una vida disipada, dedicado a sus juergas, mientras Ciriaca pasaba apuros: a veces para comer tenía que acudir a la caridad.

Cuando le detuvieron, Baldomero sugirió que quizás ella se había ido a su pueblo. Indagaron en Haro, donde vivía su familia.

También detuvieron a Anastasia San Román. Era amante de Baldomero. Fue quien declaró que Ibáñez había arrojado al agua a su mujer frente al cementerio de los ingleses.

Pelea por una gallina

«Todo es mentira», adujo Baldomero, que dio su versión. Aseguró que cuando Ciriaca le llevó la cena a la cuadra discutieron, por no haberle traído la comida del mediodía. Y la mujer se enfadó porque le habían multado: el hombre había matado una gallina en la calle, con el látigo (en el Bilbao de 1894 cabía tropezar con una gallina; el látigo era para llevar el carro). Le dijo que estaba harta, que se iba a suicidar echándose a la ría. Baldomero contestó que vale, que la iba a acompañar: el relato es inverosímil. Tras anochecer marcharon por la orilla hasta el cementerio de los ingleses: no fue un paseo corto ni en dirección a su casa, pues fueron hasta cerca de donde está el puente de Deusto. Allí la mujer se lanzó al agua, dijo Baldomero, sin que él pudiera hacer nada.

Después volvió a la cuadra, echó pienso al ganado, marchó a casa de Anastasia, donde cenó –la madre les sirvió vino- y estuvo tres horas: le regaló un mantón que había sido de su mujer y la gallina. De noche cerrada volvió a la cuadra, para esconder el cesto en el que Ciriaca había llevado la comida: fue un error, pues luego alegó que ella llevaba el cesto en el paseo fatídico.

Siguieron las detenciones: la madre de Anastasia, el que trabajaba con él en la cuadra, dos amigos con los que había pasado la tarde bebiendo vino… La técnica policial de entonces: detener a todo el que podía tener relación con el crimen. También interrogaron a varias mujeres: Marcelina la Riffeña, Rafaela Begoña, Petra la Vinagrera… Compartían vivienda con Anastasia en el callejón de Altamira, arriba de la calle Cortes, después Conde Mirasol, y la prensa sugirió que era casa de lenocinio. Testificaron que se marchó sobre las doce y media y volvió después de las cinco de la madrugada.

En Bilbao todo eran especulaciones. Unos operarios de la compañía de maderas exploraron la ría en busca del cadáver, después un buzo del puerto. Lo presenció un gentío. Después, buscaron el cuerpo por el jaro de la Perla, un amplio espacio de matorral bajo, muy cerrado -en alguna crónica periodística parece una selva-, que estaba entre Mazarredo, Heros, Lersundi y Cosme Echevarrieta. Luego buscaron por el jaro de Arana, más allá del palacio de Zabálburu -alrededor de la plaza que hoy tiene ese nombre-, así como junto a la plaza de Vista Alegre…

Por aquellos días el entretenimiento bilbaíno –«en sociedad, círculos y cafés»- era hablar sobre el crimen. «Tiene aspecto de criminal»: seguramente la imagen del periodista sobre Baldomero resumía la impresión general. Fumaba constantemente, tenía aspecto risueño…

13 días en el agua

A las ocho de la mañana del día 12 una mujer que hacía la sirga en la ribera de Deusto, arrastrando una gabarra hacia el Arenal, vio el cadáver: había salido a flote al de trece días. Estaba frente a la rampa de Cortadi, junto a la fundición. Lo llevaron al cementerio de Mallona, adonde condujeron «al Baldomero», para el reconocimiento. «Ya no ríe como antes», «lo único que hace constantemente es fumar».

Última versión del asesino: habían ido a pasear y discutieron, cuando ella le reprochó la multa de la gallina. Él le dio un bofetón, ella perdió el equilibrio y cayó al agua. Intentó salvarla echándole su faja, pero fue inútil. Él no podía hacer más, no sabía nadar. Tampoco pidió auxilio, pues no le oyeron guardias que estaban cerca. Probablemente fingió un paseo y la empujó donde había menos peligro de ser visto y cubría más.

Le perjudicó que encontraran el cesto escondido en la cuadra. También que marchase a casa de la amante. Y que al día siguiente se acercara a su casa a preguntar por Ciriaca, haciéndose el sorprendido al no encontrarla. ¿Pensaría que podía salir bien del crimen? Eso hubiese exigido que los vecinos no advirtiesen la falta de la mujer, lo que se antoja imposible.

El crimen había quedado resuelto. Todos los detenidos fueron puestos en libertad, salvo Anastasia, sin que se explicase la razón de que siguiera en la cárcel.

Luego vino lo más extraño.

Anastasia murió el 20 de diciembre. La prensa, que había seguido detenidamente los sucesos, no se hizo eco. En el juicio se limitaron a constatar que falleció en la cárcel y a leer sus declaraciones, que trataban de salvar a Baldomero. No intervino en el crimen, sólo le regalaron un mantón y la gallina, por lo que sabemos colaboró con la policía... y siguió detenida. Quizás pesaba sobre ella la condena social, por su relación con Baldomero y con la prostitución. Murió con 29 años. Resulta casi inconcebible: la muerte y que se silenciara.

El juicio de 1896 duró un par de días. Según la prensa, el abogado de Baldomero hizo una brillante defensa, pero, pese a la inexistencia de testigos, no logró que se admitiera la posibilidad de que el homicidio se hubiese producido por «imprudencia temeraria», sin ánimo de causar la muerte. En la época un juicio de este tipo se desplazaba de los hechos a la personalidad del acusado. El defensor aseguró que Baldomero «ha observado durante su vida una conducta ejemplar y ha tenido un momento de extravío». Resultaba poco creíble.

Fue condenado a muerte por parricidio con nocturnidad y alevosía. Cuando salía de la sala del tribunal pidió al cronista que al día siguiente le enviara el periódico.

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